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El cine, las expectativas y los encuentros sexuales

Semana
16 de julio de 2009


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Sharon Stone es mi amiga. En Facebook al menos lo es, y eso cuenta, por eso escojo sus películas para ilustrar el sexo cinematográfico. No solo admiro su presencia sobrecogedora que me recuerda a las modelos de Amadeo Modigliani (1,884-1,920), así sea de Pensilvania. Todos se acuerdan de ella: la rubia regia de cincuenta años con piernas interminables, cuerpo atlético de larguísimo cuello, labios esmerados y ojos azules incandescentes, dotada de aquella expresión irresistible un tanto cruel y, sobretodo, muy desparpajada. Pero lo que más me atrae es su profesionalismo, y muchos parecen coincidir, de hecho, con el tiempo la nominaron para innumerables premios.

Su filmoteca es extensa, así que solo tomé el uso que dió a las sillas en las dos versiones de “Bajos Instintos”, la de 1,992 y la del 2,006. En la primera, el policía, interpretado por Michael Douglas, de 48 años en ese momento, la contemplaba absorto con deseo taciturno sentada frente a él con un brevísimo vestido blanco inmaculado, además un poco transparente, y evidentemente sin ropa interior, luego de escuchar juicioso, durante horas, sus relatos obscenos y algo violentos. Mientras tanto, él, suspirando. Entonces se resignó a un encuentro sexual desesperado con otra mujer. En la segunda, Michael Canton – Jones, de 49 durante el rodaje, era un psicoanalista londinense quien la admiraba estupefacto y enardecido mientras con una minifalda negra levísima, en esta ocasión no muy ceñida, se acaballaba sobre una silla invertida, entre tanto narraba sus fantasías sexuales con él. Por supuesto, el doctor enloqueció. Y ambas películas incluyeron escenas eróticas inolvidables que pasaré por alto porque no enriquecen este relato, además el lector versado en asuntos amatorios de sobra conoce esas situaciones y adicionalmente esas descripciones daría una impresión indecorosa a este blog; bástenos decir que a esas parejas les fue divinamente. Ahora que lo pienso, tal vez porque sus películas son tan predecibles no ha ganado premio alguno; una injusticia, en todo caso.

El lector curioso se preguntará por qué tanta meticulosidad con la edad de estos personajes. La respuesta es sencilla. La sexualidad después de los cuarenta tiene expectativas, a menudo también nutridas por el cine desde la adolescencia. Si bien, en lo físico ya no nos parecemos a esos personajes fabulosos, compartimos la lujuria, así como experiencias eróticas remotas que dan sabiduría sensual lograda a través de historias románticas pasadas, tal vez algunos partos, de todas maneras con dificultades de pareja, rupturas y otros sucesos que en todo caso dan confianza con los años. Así que además de deseo, la pareja también es depositaria de heridas psicológicas antiguas. Aun cuando en la teoría se trata de relaciones entre personas que ya superaron la infinidad de temas juveniles, como la virginidad, el primer matrimonio, así perdure, la aprobación social, en fin, todas las complejidades que el inicio de la vida sexual entraña.

Sin embargo, según supe, en esta ocasión a través de Gmail, en la práctica los encuentros sexuales no funcionan siempre tan nítidamente. Un amigo de un conocido que vive en Suecia, específicamente en el plácido puerto de Malmo, y su pareja, una ambientalista establecida en Antananarivo, la bulliciosa capital de Madagascar, no tuvieron coitos exitosos al principio, ora por disfunción eréctil, ora por contracción involuntaria de la vagina hasta el punto de impedir la penetración y hacerla dolorosa. Por supuesto, ambos por encima de los cuarenta años. El problema, según parece, radicaba en la distancia, en la improbabilidad de la relación, en especial en la desconfianza con el porvenir de la pareja naciente. Pero se amaban entrañablemente y se encontraban muy atractivos, aún así, sentían angustia al comprometerse, sobretodo miedo a ser vulnerables al enamorarse una vez más. Por otra parte, había un problema nuevo: con el primer desencuentro amoroso se angustiaron, sintieron ansiedad anticipatoria, pues suponían que porque los primeros encuentros fueron fallidos, los siguientes también serían así. El creyó que ella lo consideraba un amante inadecuado, a la vez que ella conjeturaba que él se aburriría rápidamente, y buscaría a otra mujer con la que pudiera tener intercambio sexual fácilmente. Así construyeron un círculo vicioso que solo rompieron al hablar abiertamente sobre sus temores, así sintieron que se acompañaban en el proyecto de una pareja estable y de largo plazo, se apoyaron y buscaron una salida cómoda. Entonces tuvo un final feliz esta historia de amor terrenal.

Mi muy personal opinión es que este caso es ejemplar, puede generalizarse la solución, ya que muestra cómo la sexualidad es psicosomática. Esos aspectos físicos maravillosos, casi acrobáticos, que con tanta solvencia actuó mi amiga Sharon con sus compañeros, rara vez se presentan desde el principio de la relación de pareja, sin embargo los pensadores de Hollywood insisten en plasmarlos, tal vez porque precisamente son ideales inalcanzables inicialmente. Los contenidos mentales de los amantes después de los cuarenta, junto con el escepticismo propio la adultez, exigen que la sexualidad se construya poco a poco, sin llegar a moderar las expectativas, solo se trata de tomarlas como metas por alcanzar. Con el paso del tiempo, y en la medida en que se conocen luego de ser cómplices de muchos combates amorosos, se genera la camaradería pacífica necesaria para disfrutar de sus cuerpos tranquilamente. Una tarea interesantísima, que se hace a diario, al ver a la pareja en sus circunstancias usuales, donde siempre es posible hallar algo nuevo que enriquece aún más el vínculo, y por lo tanto la sexualidad.

Tal vez la única posibilidad de encontrar un amor justo, equilibrado, verdaderamente horizontal, solo se da entre adultos. Por ello el sexo de los cuarenta años llega a ser mágico, pleno, solidario, cariñoso, complejo.