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El matrimonio, otra paradoja de la democracia

Semana
16 de enero de 2010


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En una consulta que hice en doble u doble u doble u, punto el rincón del vago, punto com, aprendí que el Muro de Berlín fue una barrera de concreto entre el este y el oeste, que incluía garitas con soldados vigilantes, y su función era delimitar el área de la Franja Mortal, una zona con trincheras, alambre de púas y otras defensas. Además, una sección separada, y más larga, conocida como Frontera Alemana Interna, la misma que Winston Churchill denominó Cortina de Hierro, terminó por separar a comunistas de capitalistas en Europa, y simbólicamente, en el resto del mundo. Antes de su construcción, en 1,961, más de tres millones se fugaron hacia occidente; mientras durante los 28 años de su existencia, intentaron cruzarlo solo unas cinco mil personas, de las cuales murieron casi 200 en el intento. Hasta que el 9 de noviembre de 1,989 el gobierno de Alemania del Este anunció que a partir de entonces los ciudadanos tendrían libertad, hasta para cruzar al oeste. En ambos lados del Muro de la Vergüenza, como solía llamarlo Willy Brandt, el júbilo fue general y el alborozo inolvidable, como parte de la celebración muchos recolectaron pedazos del Muro de Protección Contra Fascistas, como se le conoció en el Este, recuerdos del acontecimiento que solo pudieron obtenerse hasta que la maquinaria de los ingenieros lo eliminó por completo el 3 de octubre de 1,990.

Así, el año pasado se cumplieron 20 años del inicio de la Reunificación Alemana. Un triunfo para la democracia. En vastas extensiones de la Tierra prevalecieron los ideales de libertad, igualdad, fraternidad, los derechos humanos sin discriminación. Pero el nuevo sistema no fue perfecto, ningún sistema político-económico lo es. Muchos seguidores de la tradición judeocristiana nos casamos durante estas dos décadas, incluso varias veces, ejerciendo nuestra libertad de renunciar a la libertad por razones sentimentales. Y muchos lo recienten todavía. Se trata de hombres y mujeres que lucharon por adaptarse a las circunstancias conyugales, a esa paradoja de la democracia: mientras el mundo moderno ofrece tolerancia, autonomía, autodeterminación; el matrimonio, no. Es imposible estar casado y libre a la vez, allí hay una contradicción ontológica irreconciliable, diría un filósofo profesional, se trata de una barrera drástica como la incapacidad de estar en dos lugares al mismo tiempo.

Entonces es plausible comparar el matrimonio con el Muro de Berlín, la reliquia de la guerra fría que mencioné al principio, pero incurriría en un lugar común precario y predecible. Sin embargo, hay una razón concreta por la cual el Sacramento y el Muro están vinculados en mi memoria: resulta que innumerables objetos hermosos decoraron nuestro hogar naciente y entre ellos había uno de esos fragmentos del Muro. Se trataba de una roca misteriosa, semejante a las que exhibe la Nasa en Cabo Cañaveral, que algunas provienen de la luna, otras del centro del Universo y llegaron a la Tierra como meteoritos que viajaron desde el principio, desde el Big Bang, así que en su estructura molecular está contenida toda la historia. Así era el silencioso fragmento gris que adornaba la sala de mi casa y venía desde la Cortina de Hierro. Se trataba de una roca irregular, del tamaño de una bola de ping pong, con una sola cara plana pintada de azul celeste. Quién sabe cuántos secretos y tragedias, cuántos muertos y torturas estarían consignadas en la estructura molecular de esa piedra gris y fría como una lápida.

Sin embargo, mi hijo, ahora internacionalista, en aquella época usaba pañales, aprendía a caminar y solo tenía los cuatro dientes centrales, quedó cautivado al ver el vestigio del Muro de Berlín. Fue amor a primera vista. Llegó al punto de que prefería jugar con esa piedra trascendental en lugar de los elegantes juguetes didácticos, higiénicos y seguros de Fisher Price, como si los asuntos geopolíticos le hubiesen llegado a través de esa roca proveniente de otro mundo, permeando su cabecita antes que las enseñanzas invaluables de su preescolar.

Así que es tan concreta la relación entre Muro de Berlín y matrimonio como el sol que acaricia mi piel mientras escribo estas palabras. Aquí no hay lugar para metáforas sensibleras.

Además según veo y oigo, muchos y muchas, están de acuerdo con estas palabras. Anoche, por ejemplo, antes de dormirme, después del noticiero de televisión, leí el chiste de circulación libre por la Internet que una amiga mandó al buzón de mi correo electrónico. Quise mencionarla con agradecimiento porque aportó esta ilustración para este blog, sin embargo no me permitió revelar su identidad, tan solo me autorizó a declarar que la considero la mujer más entretenida del mundo. Y dice. Al almuerzo se reunieron tres mujeres: una amante, una novia y una esposa, y quisieron poner a prueba una técnica novedosa de seducción, esa noche usarían bodis de cuero negro, tacones aguja y antifaces. Al día siguiente se reunieron de nuevo para comparar resultados. La amante contó feliz: abrió la puerta, y al verme, gritó salvaje mientras me poseyó cuatro veces ahí mismo, en el piso. Luego intervino la novia ruborizada: me puse el atuendo, pero me dio vergüenza, así que me cubrí con un abrigo, y al llegar se volvió loco, me besó apasionado, como nunca, después fuimos a la cama, donde hicimos el amor dos veces seguidas. Por último, habló seria la casada: usé la vestimenta esa, y cuando llegó mi marido se tiró en el sillón, cogió el control remoto del televisor y me dijo,¿oye, Batman, qué hay para comer?”

Así que la condición paradójica del matrimonio entre tantas libertades y comodidades del mundo moderno, hacen de él un acuerdo entre adultos que siempre está a prueba, y que con frecuencia no supera. Es tan fuerte la tendencia a su ruptura que existen barreras enormes de índole jurídica, religiosa, social y emocional para evitar el desastre. Sin embargo, este hábito del pensamiento de la humanidad sigue vigente aun en tiempos en que la expectativa de vida supera los 80 años en promedio, haciendo cada vez más difícil cumplir con el “hasta que la muerte nos separe”, un periodo inhumano para estar privado de la libertad. Sin embargo, el matrimonio también existe porque soluciona necesidades emocionales, gratifica aspiraciones afectivas y de compañía, se trata de aspectos tan humanos como respirar, además provee un ambiente que con frecuencia favorece el desarrollo seguro y saludable de los hijos. Pero suele suceder que lo que empieza con pasión, ternura, comprensión, curiosidad y felicidad, termina en desdén, aburrimiento, recriminaciones, insultos y humillaciones, en un juzgado de familia.