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El narcisismo amoroso

Semana
18 de febrero de 2012

 

Suena a oxímoron mencionar el narcisismo y el amor en la misma expresión. Lo digo porque “narcisismo amoroso” se asemeja a sentencias como “vida eterna”, “ejercicio pasivo” y “vida plena”, se trata de palabras que a primera vista tienen significados opuestos, pero en la práctica, tienen un sentido metafórico que alude a ideas coherentes, al menos en su contexto. Lo que sucede es que hay un hábito del pensamiento que por una parte relaciona ‘narcisismo’ con lo propio, el sí mismo, que incluso podría tener connotación de arrogancia, de egocéntrico, egoísta y demás conductas xenofóbicas que llevan a excluir a otras personas, aun cuando en todo caso, también es la lógica que está en la base del amor propio, la creatividad y el sentido del humor;  por otro lado, ‘amor’, al menos cuando es del puro y verdadero, es un sentimiento bello, noble, constructivo, desinteresado, confiable, altruista, en fin, una serie de atributos positivos que implican entrega sin sacrificio, y ojalá para siempre. Pero mi idea es que sí es razonable pensar que hay formas del narcisismo que son amorosas.

 

Quién ama deposita en el objeto de sus amores valores, ideales y predilecciones. Así como le atribuye todo lo que le gusta y aprecia, también le otorga lo que le angustia y le causa sufrimiento, lo que asusta y repudia. Así puede explicarse por qué del amor al odio hay un paso, y aclara, sin ir lejos, por qué Freud sostenía que lo opuesto al amor es la indiferencia. Así que el narcisismo es amoroso porque amar es como mirarse en un espejo: es ver en otros aspectos idealizados de la propia personalidad, que por supuesto, tienen raíces infantiles. Entonces el objeto de amor se vuelve una parte integral de la mente de quien ama, por ello conlleva preocupación y terror a la intimidad, a la decepción, pues perder el objeto amado, es perder un tesoro.

 

De modo que el amor nunca pierde su carácter ilusorio. Claro, es narcisista. Conlleva una tendencia a sustituir la realidad externa por la que tiene el observador entre su cabeza. Por ello, no hay necesidad de que el objeto de amor sea humano. Verbigracia, quienes tienen mascotas, las adoran. Es más, hay perros que se parecen a sus dueños. Les atribuyen a sus conductas toda suerte de interpretaciones psicológicas. A estos felices propietarios no los mortifica que sus vidas se rijan por los hábitos intestinales y vesicales del animalito. Y cuando muere la mascota, el dueño queda desolado, avocado a un duelo genuino. Incluso hay quienes entierran el cadáver en un lujoso mausoleo, luego de verse avocados al dilema de la eutanasia, de darle tratamientos veterinarios sofisticadísimos con métodos diagnósticos de alta tecnología y cirugías heroicas, a costos elevadísimos que generaron la necesidad de tener seguros de salud y muerte para mascotas.

 

Es tan fantasioso el narcisismo amoroso que también es posible rendir culto a un objeto inanimado: muchos adoran sus carros, por ejemplo, y algunos conductores llegan a tal fascinación con sus vehículos que los decoran para hacerlos únicos, a su imagen y semejanza, los engallan, les ponen lujos y muchos otros detalles que los hacen especiales, hasta les ponen nombre de mujer. Incluso es posible amar la imagen de una celebridad del cine, la televisión y la música, entonces la fanaticada aprende a vestirse y a comportarse como sus ídolos. Y ahora, una confesión íntima: amo a Facebook,  me agrada porque ofrece espacios amplios para escribir, además sus acciones se negociarán en la bolsa de valores; en cambio Twitter no me agrada, lo encuentro desapacible y sin gracia, no me permite comunicarme en paz, y tampoco entiendo la trascendencia de los trinos de los políticos, ideas expresadas en menos de ciento cuarenta caracteres, incluyendo la puntuación y los espacios. ¡Increíble! En suma, los objetos de amor inanimado tiene la ventaja de que rara vez desilusionan.

 

Así que cada cual escoge según sus mecanismos inconscientes. Amar refuerza el sentimiento de pertenencia, de ser importante, de que hay al menos un testigo de la propia existencia en medio del universo insondable. En el caso del patriotismo, amar la patria mueve a las masas, se siente arraigo, satisfacción, orgullo; aun cuando también hay casos de vergüenza colectiva, como en los tiempos negros de la lucha contra el narcotráfico hace más una década en Colombia. De todos modos, nada es más grato para un exiliado que ir a un restaurante típico de su país. Quién haya tenido la oportunidad de asistir a una fiesta de expatriados, lo sabe: la euforia etílica, además de exaltar la amistad y la belleza de la concurrencia, tal como en cualquier otra circunstancia, hace que los compañeros de parranda se vuelvan hermanos.

 

Lo cual me hace recordar la pasión del fútbol. Nada es más conmovedor que oír hablar a un santafereño, en Bogotá al menos. Todo depende de la personalidad de cada cual: así como un sector de la hinchada se identifica con las historias al estilo de David y Goliat, en la que el débil derrota al fuerte, todos tienen oportunidad; a otros aficionados lo mueve  hasta el paroxismo la perfección de su equipo del alma, que generalmente es grande y avasallador. No en vano este es el deporte más popular del mundo, hasta lo llaman, “el mejor espectáculo del mundo”, lo que sucede es que toca hondamente el narcisismo. Es catártico como una tragedia griega: el ser humano entra al estadio con la certeza de que hay un destino, pero lo desconoce, solo los dioses saben sus designios, y mientras los descubre, sufre, grita, llora, se alegra, ríe, utiliza un vocabulario que jamás emplearía con otras personas, hasta que al final, inexorablemente, hay un derrotado y un vencedor. Y los hinchas llegan a ser tan fervorosos que en ocasiones se matan entre ellos, tal como sucedió recientemente en Egipto.

 

Y, a propósito de muertes por amor, el hombre asesina en el nombre de dios desde tiempos inmemoriales. Eso sin mencionar que la esencia de la evangelización es que quien ama a dios está convencido de que posee una verdad mejor que la de los demás, de modo que se siente con el derecho de imponerla. Un planteamiento tan narcisista como cuando los antitaurinos quieren convencer a los taurófilos mediante toda clase de improperios y despliegues dramáticos de que poseen una verdad mejor y cualidades morales superiores.

 

Así que en el caso de los románticos amores, como es fácil suponerlo, hay mucha tela que cortar, pues al incorporar la variable del sexo al narcisismo amoroso todo se hace todavía más complejo y, en ocasiones, más complicado. Por eso, como comprenderá con facilidad cualquiera que haya estado enamorado alguna vez, el amor se vuelve despiadado. No respeta barreras, ni siquiera geográficas, mucho menos las leyes de los hombres y de los dioses. El enamorado idealiza a la pareja, que siempre lo desilusionará. Entonces el enamoramiento se transforma en amor maduro cuando se logra elaborar el duelo del ideal perdido, solo así la pareja sobrevive, construyendo una percepción más equilibrada, realista y confiable. Pero cuando la desilusión causa una herida narcisista severa, el dolor es insoportable, la pena se hace intolerable, no hay posibilidades de reparación, es imperdonable, entonces la parejita se extingue. Se sume en el olvido. Sobre esto hay toda clase de música, incluso varios géneros, por ejemplo la música para planchar, excelente por cierto.

 

Y tal vez la forma más pura y entregada del amor sea el amor por los hijos. Los padres se envanecen de orgullo con los logros de sus muchachos, así como sufren con sus dificultades, como si fueran propias. Tienen entre sus cabezas un mapa de lo que los niños deberían llegar a ser. De modo que aun cuando en el mundo moderno el divorcio y la viudez rompen las familias con tanta frecuencia, la paternidad, y la maternidad, según sea el caso, sigue siendo un oficio vitalicio, y en ocasiones fatigante, de todas formas es el modelo del amor que cada uno de nosotros lleva en su interior desde el día en que nació. Este es el complejo de edipo.

 

Así que el narcisismo amoroso es otra característica humana, elemental y básica como respirar. Por sí solo, no es un mecanismo mental que pueda tildarse de bueno o de malo, mucho menos de enfermo o de sano, ni siquiera de maduro o de infantil, el asunto está en conocer cómo funciona para cada cual, con la finalidad de vivir con más satisfacción, consigo mismo y con los demás.