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El primer capítulo de “Ironía”, una obra de psicoanálisis novelado de Santiago Barrios, continuación

Semana
27 de septiembre de 2012

Nota: Ironía está disponible en su edición de eBook en Amazon Punto Com, http://www.amazon.com/Iron%C3%ADa-Spanish-Edition-ebook/dp/B00998J1Q8/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1347462054&sr=1-1&keywords=ironia+santiago+barrios

 

 

Entonces hubo una sutil e indefinible diferencia entre ellos. Fue cuando la posibilidad de distanciarse precipitó los acontecimientos. Tonto y vanidoso, mi vecino en el bar pensó que en esta ciudad rápida y trivial, su relación podría sobrevivir como cortejo platónico, sin molestar a nadie. Pero la naturaleza del hombre es mísera. Tenía la noción equivocada de que las mujeres eran adorables, siempre y cuando no fueran de la familia. Todo iba muy bien en la relación clandestina que llevaban hasta que ella, apasionada, empezó a llamarlo por el celular a cualquier hora del día o de la noche. Cada vez más apasionada, necesitándolo, dispuesta al suicidio si él no aceptaba. La carne ansiosa, dramática, como si ya no le quedara tiempo para el miedo.

 

Él se resistía. Horas tremendas entre el deber y el amor. Pero no cedió. Era hombre de palabra. Estaba enamorado de su esposa, no podía separarse. Debía cumplir con sus abnegadas obligaciones conyugales. No podía salir corriendo a verla en cualquier momento.

 

Hasta que al final se rompió la relación cuando ella le dijo: “no había encontrado la manera de contártelo, pero voy a casarme el próximo sábado.”

 

“¡No te creo!”

 

“¿Pensaste que pasaría el resto de mi vida conversando contigo por teléfono y escondiéndome de la gente?”

 

“¡No te cases, por favor!”

 

“¿Crees que seré tu **bleep** buddy para siempre?”

 

“¿Y qué es **bleep** buddy? Sabes que no hablo ni jota de inglés.”

 

“A ti solo te intresa el sexo conmigo, me tratas como un amigo con derechos, me usas, y ya. ¡No quiero más eso!”

 

“Pero tú también has gozado, según recuerdo.”

 

“No seas egoista. Tienes tu vida familiar perfecta. Durante este año hemos pasado felices, hasta me enamoré de ti, pero nunca hiciste nada. En cambio conocí a mi futuro esposo casi al mismo tiempo que a ti. No puedo decir que lo amo como a ti, pero me agrada su compañía, y me adora. Se muere por mi. Aun cuando es un poco menor que yo, y más bajito; está soltero, no tiene hijos, y quiere tenerlos conmigo. Viviremos juntos para siempre.”

 

“¡No te equivoques, te estás casando por razones equivocadas!”

 

“En mi trabajo me va bien. Las ventas fueron un éxito y todos ganamos en el negocio, sencillamente tu no te decidiste a tener una relación amorosa completa y exclusiva conmigo. Y yo sé que te mueres de las ganas desde el día en que nos conocimos, pero preferiste que los dos perdiéramos. No creerías que pasaría el resto de la vida recluída en la finca de mis padres, esperándote.”

 

“¡Dame tiempo, no me siento capaz de divorciarme esta misma tarde!”

 

“Los hombres nunca quieren separarse. Ya invertí mucho tiempo en ti. ¡Perdiste tu oportunidad! Además quiero tener hijos y no puedo esperar por siempre.”

 

“¿Cómo haces para ser tan dura?”

 

“¡Y tú cómo haces para ser tan pusilánime! Te digo que me caso en seis días y me contestas que reflexione, que te dé tiempo. ¡Ni siquiera eres capaz de expresarte con libertad! ¡De rogar, llorar, algo! Definitivamente perdí mi tiempo contigo. ¡Eres un reprimido insoportable!”

 

De modo que ella se casó ese sábado. No volvieron a hablar ni a verse. Y mi vecino en el bar, mi nuevo mejor amigo, se entregó a su bendita, querida, dulce, poblada, perfecta, rutina. Así pasaron años hasta que un día cualquiera se la encontró, en esa oportunidad, en un centro comercial. No le habían pasado quince minutos desde la útima vez que la vio, estaba regia, como siempre. Y luego del saludo protocolario, de las preguntas cautas sobre la actualidad de cada uno y de los elogios mutuos, ella quiso saber: “¿por qué me dejaste partir? Siempre he pensado que no me amabas. No hiciste el más mínimo esfuerzo por retenerme.”

 

“Pero qué podía hacer, te ibas a casar en seis días con el babieca ese.”

 

“Siempre le dijiste así.”

 

“Siempre le tuve celos, aun cuando fuiste muy cautelosa en ocultarme todos los preparativos para tu matrimonio.”

 

“Decidí casarme cuando te fuiste de paseo romántico al mar con tu esposa.“

 

“Y qué esperabas.”

 

“Si me lo hubieras pedido, hubiera cancelado todo. Pero no, te limitaste a escribir en una servilleta las razones por las que nunca te divorciarías de tu esposa, como si las hubieras olvidado.”

 

“Pero, estabas muy segura de lo que estabas haciendo.”

 

“¡Tu no sabes de mujeres! Siempre fuiste un pendejo.”

 

“¡Pero, me daba miedo que me pegara ese grandote malísimo de tu marido!”

 

“Tuve tres hijos hermosos y un matrimonio cómodo. Mi vida era perfecta mientras los niños crecieron. Pero luego me di cuenta de que mi marido salía con otras mujeres, y no dije nada, hasta que la situación se hizo insoportable. Entonces nos divorciamos, como sabes, los hombres nunca toman decisiones. Ahora mis hijos son universitarios. Y yo vivo prácticamente sola.”

 

Él se alegró: “¡yo también me divorcié! Mis hijos ya son profesionales y el año pasado tuve a mi primer nieto. Ellos me visitan los fines de semana. Ya sé, tengo una idea: retomemos a donde dejamos hace años, tengamos una relación cómoda y a distancia. ¡Prometámonos que jamás viviremos juntos!”

 

Pero ella no: “me enamoré de ti el día en que te conocí y en ese instante mi vida cambió de rumbo, se desvió de su camino.  Empecé a sentir una insoportable sensación de soledad abrumadora en aquel nuevo universo en que había caído. Antes tenía un mundo, luego tuve otro. Debíamos hablar con urgencia porque me había quedado sola en ese lugar olvidado por ti.”

 

“No quería tener a otra mujer en mi vida porque pensaba que era injusto para ti. Un harem era tener tantos problemas como mujeres. A quien se le ocurriría algo así, es hasta pecado.”

 

“Ahora me acuerdo por qué decidí alejarme de ti. Fue por tus evasivas de apariencia científica. Me enfurecían.”

 

Entonces el hombre respondió didáctico: “¿Pero qué hacemos? Es asunto de la física cuántica. Si, por ejemplo, al llegar al mercado, se considera la infinidad de alternativas gastronómicas, y sus combinaciones posibles, se vuelven una bruma enorme de probabilidades, que cuando el cocinero decide, utilizando una técnica en particular, una métodología, una secuencia, transforma esos productos inconexos en un solo desenlace posible, en un solo plato. De modo que existen leyes deterministas: cada producto tiene propiedades físicas y químicas que se aprovechan de una manera particular. Así que el observador es quien genera cada caso con patrones que podrían llegar a conocerse mediante el experimento adecuado y formularse en un modelo matemático. Y fíjate que a nosotros nos pasó eso, escogimos un desenlace para nuestra relación a expensas de infinidad de alternativas posibles. Y henos acá, absolutamente felices de vernos de nuevo, en el momento oportuno y sin los resentimientos propios de la vida en pareja a largo plazo. El azar es una maravilla. ¿No te parece?”

 

“Tu siempre sales con esas idioteces cuando te asustas.” Y siguió de largo sin despedirse de él. De nuevo, muchos años más tarde, había dejado pasar la oportunidad de estar con ella.

 

Así que por esos días busqué en el directorio telefónico al doctor Rafael Sandoval, pues su consultorio quedaba cerca a mi casa. Y cuando lo conocí, el día en que nos entrevistamos por primera vez en su consultorio en el Centro Médico de las Mercedes, lo primero que hice fue confesarle algo vergonzoso. De ese día, luego del aguacero de cabezas de jabalí en el Bar Los Dos Mundos, no recuerdo más detalles sobre mi compañero de tragos, quien se desfogó conmigo luego de dos años de absoluta reclusión. Sin duda un buen compañero para una noche de juerga, si mi memoria no me falla. De todas maneras, esta laguna en mis evocaciones me hizo consultar el caso con Sandoval, quien me tranquilizó luego de explicarme que este defecto en mis recuerdos se debía a la acción farmacológica del alcohol. Así que la lección por aprender de este episodio un tanto vergonzoso es que las engañosas alegrías del mundo del licor generan la ilusión de que ayudan a sobrellevar la existencia, pero en la frase de Sandoval: “la única salida verdadera para elaborar los conflictos es aprender a partir de la experiencia, aumentando la capacidad de goce con las cosas sencillas, y la satisfacción general con la vida; así la depresión sea leve, solo algo de pereza, inapetencia y desgano, nada muy notorio, sin mucha tristeza, tan solo la sensación de que las cosas siguen adelante desabridas, todo puede mejorarse.”

 

Lo primero que vi de él fue que se trataba de a un hombre de calva lustrosa y erudita, respetable, un señor maduro que se veía a leguas tenía una vida pacífica y demorada, la apariencia de ser objetivo y sereno. Es más, a decir verdad, lo elegí a él luego de que en alguna parte leí una publicación suya que decía: “el psicoanálisis está más vigente que nunca, en especial desde que se volvió punto de encuentro entre la neurociencia y la salud mental, ofrece una narrativa que articula esos dos mundos tan disímiles.” No sé si en un libro o en un artículo, solo sé que vi este escrito en letras de molde, y, ¿cómo dudar de una afirmación impresa?

 

Además en ese momento ya sospechaba que mi desdicha tenía un solo culpable, yo. Recuerdo que sentía el olor tenebroso del miedo y la futilidad, el peso del sinrazón de la existencia, estaba consternado. Y, como la mayoría de las personas, solamente busqué al psicoanalista cuando ya había caído en desgracia. Entonces empecé una serie de largas e ilustrativas conversaciones con él, siempre en su consultorio en el Centro Médico de las Mercedes, era un recinto cómodo, con un decorado que nada tenía de opulento. Nuestros encuentros giraban fundamentalmente alrededor de mis inquietudes sobre cómo funcionaba la relación psicoanalítica, después de todo, estos eran mis primeros contactos con esta disciplina, que con el tiempo ejerció en mí un aura de misterio cada vez más poderosa, tal vez por su lenguaje y su manera de explicar las conductas aduciendo que todas tenían raíces en la infancia. Me parecía fascinante pensar que a través del habla, alguien pudiera mejorarse. Quería explorar cómo era posible semejante prodigio. Por otro lado, cómo afirmar, en este mundo lleno de confort y progresos, que la verdadera vida sucedía en nuestro interior. Cómo podía ser en pleno siglo XXI, después del Once de Septiembre y de sus consecuencias para la humanidad entera, en los tiempos de la Internet y del teléfono celular, cómo era posible que alguien afirmara que la realidad no existía si no había imaginación para verla, tal como lo expresó Sandoval sin inmutarse en una tarde soleada en que conversábamos distendidos. Y además apostrofó en esa ocasión, lo recuerdo con claridad, “toda expresión y actitud tiene significados que no son evidentes, incluso cuando se trata de obras artísticas, asuntos que solo tocan especialistas en este campo del saber y que cada vez yo encuentra más llamativo.”

 

Como en esa época a penas me recuperaba lentamente del desastre de mi divorcio de Adriana, era una perogrullada afirmar que todo el mundo tenía problemas y la alternativa de buscar soluciones duraderas. No en el alcoholismo, como tristemente descubrí yo en ese día nefasto en el Bar Los Dos Mundos. Aun así, Sandoval, un ciudadano probo, con voz grave acostumbrada a sentencias inapelables y con mirada experta, añadió un detalle curioso: “Freud aún vive a través de sus conceptos, bases para desarrollos teóricos durante más de cien años de historia del psicoanálisis. La perversión, por ejemplo, es la faceta privada de la versión social de la personalidad. Como en el caso del voyerismo, cuyo complemento inseparable es el exhibicionismo, de igual modo que su afín, el fetichismo. Y el complejo de edipo es la base inconsciente de las conductas, de toda la personalidad adulta. Por otro lado, el modelo de Klein complementa el freudiano, explicando entre ambos el desarrollo psicológico desde la infancia, los terrores persecutorios y a la intimidad, así como la capacidad de simbolizar y la de estar solos, al igual que la madurez, junto con el sufrimiento que conlleva alcanzarla, la posibilidad tolerar la ambivalencia, la incertidumbre y la diversidad humana, así como el surgimiento de la gratitud.”

 

De modo que, en mis entrevistas con Sandoval aprendí, entre muchas cosas, que el consultorio del psicoanalista era una ventana al mundo, algo raro para un pensamiento ingenuo como el mío. Pero la oportunidad de verlo trabajar durante este día, siete de diciembre de 2006, fue lo que me permitió dibujar un nutrido cuadro de esta disciplina y, por lo tanto, de la condición humana, con sus contradicciones, vulnerabilidades y fortalezas, con la coexistencia de la vida y la muerte, del amor y el odio, del sexo y la violencia. Así empecé a descubrir que era posible psicoanalizar, así el analista no fuera un santo, y sus vicisitudes también eran herramientas para comprender el sufrimiento y los malos pasos, con la finalidad de construir un conocimiento que beneficie a los pacientes, ayudándoles a vivir con más comodidad con lo que tienen, al ser más sinceros consigo mismos.

Así que esta investigación minuciosa de la vida de Sandoval terminó siendo el psicoanálisis del psicoanalista. Después de todo, mi objetivo fue informarme sobre esta disciplina para decidir si me psicoanalizaría, o no. 

 

Nota: Ironía está disponible en su edición de eBook en Amazon Punto Com, http://www.amazon.com/Iron%C3%ADa-Spanish-Edition-ebook/dp/B00998J1Q8/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1347462054&sr=1-1&keywords=ironia+santiago+barrios