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Envejecer, otro golpe al narcisismo

Semana
28 de marzo de 2012

 

El mundo moderno es un prodigio, no una porquería como lo declaraba Cambalache -el tango maravilloso del que Carlos Gardel dejó esta versión, http://www.youtube.com/watch?v=sfbXylX1NpU-, por el contrario está lleno de alternativas y posibilidades. El life coach, por ejemplo, es alguien que aporta herramientas de crecimiento personal para ayudar a reconocer y realizar el máximo potencial; por otro lado, el personal trainer, ofrece programas de entrenamiento personalizado y fitness -según el traductor de Google, se trata de lograr una condición física saludable mejorando el rendimiento cardiovascular y el bienestar osteomuscular-, y además tiene planes de estética corporal con rutinas para perder peso a base de ejercicios variados; y todavía más, el personal private buyer es alguien que, con cita previa, se encarga de comprar para usted toda clase de objetos de lujo, desde ropa, hasta joyas y relojes de todas las marcas concebibles. Sucede que con el progreso y el desarrollo, la ciencia de la estética, el arte del maquillaje y la industria de la moda, han logrado que abuelas sabias y cariñosas ahora parezcan unas jovencitas. Y para ellos también hay bienes y servicios de esta clase, hasta existe una palabra para esos consumidores, cuando son compulsivos, claro está, se trata del término, ‘metrosexual’. En todo caso, como todos estarán de acuerdo, siempre es mejor y más confortable arreglarse y vestirse con calma, con el ritual de un obispo.

 

En la base de esta necesidad está el narcisismo. Gracias a ello existe una industria multimillonaria dedicada a la producción, promoción y venta de la fuente de la eterna juventud, una búsqueda tan antigua como la cultura occidental, al igual que los innumerables distribuidores de productos y técnicas para disimular y retrasar la senectud. Un renglón importante en la economía, que emplea a mucha gente y paga cantidades enormes en impuestos.

 

Y tal vez el éxito del modelo económico capitalista está precisamente en que satisface las necesidades narcisistas del ser humano, mientras que el fracaso del comunismo proviene de que exige sacrificar la urgencia personal de ser un individuo libre, en pos de construir una sociedad homogénea, sin privilegios, clases, ni dioses, aspirando a formar comunidades apacibles que, en teoría al menos, renunciarían a la propiedad privada y al reconocimiento. Pero también en el culto extremo al narcisismo yacen los elementos crueles e inhumanos que dieron al traste con la gran iniciativa neoliberal hace unos veinte años, en los tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

 

Incluso hay narcisismo en el altruismo. Nadie quisiera envejecer. El narcisismo prefiere que la flecha del tiempo no siga con su camino implacable, o al menos, que sea reversible, que trascurra sin que se note demasiado. Y si se ha de morir, que la existencia haya valido la pena al ayudar a otros o, tal vez, al ser recordado con un busto o una obra de caridad. Un asunto evidente ahora que está de moda que las celebridades respalden causas humanitarias aprovechando su notoriedad. Y no es solo que las donaciones están exentas de impuestos ni que mejoran la percepción que el público tiene de sus ídolos. Las celebridades también son valiosas porque movilizan la opinión pública. Tal es el caso de Bill Gates, y su señora, Melinda, quienes a través de su fundación promueven la investigación médica, junto con el desarrollo y el conocimiento; la de Demi Moore, en cambio, trabaja para evitar la esclavitud infantil, en especial con fines sexuales, mientras la de George Clooney, uno de los más caritativos en Hollywood, trabaja para prevenir la violencia y la miseria en África, particularmente en Sudán; y la de Angelina Jolie, con su marido, Brad Pitt, donó recientemente un millón de dólares para ayudar a los niños desplazados por la guerra en Irak. De manera que el narcisismo y pertenecer al jetset pueden ser elementos útiles y benéficos para la comunidad.

 

Sin embargo, envejecer es inevitable. Desde el punto de vista fisiológico, el proceso empieza alrededor los veinte años, cuando se ha completado la maduración de los tejidos, de allí en adelante ya no hay nada nuevo. El esqueleto, verbigracia, empieza a perder calcio, poco a poco, a un ritmo que se acelera con los años hasta que cerca a los cincuenta, se llama osteoporosis. Así que el riesgo de padecerla depende de los depósitos de calcio iniciales, en suma, de la nutrición y el ejercicio durante la infancia y la adolescencia. Y es que los hábitos saludables tienden a que la vejez sea más llevadera, para luego morir en las mejores condiciones posibles. Pero no solo eso, hay que tener en cuenta que por encima de los setenta años, tres de cada cuatro personas probablemente tengan la tensión arterial elevada, por eso la hipertensión también se considera otra manifestación del envejecimiento, junto con la menopausia, el prostatismo y las cataratas. Además, con el paso de los años, es más probable descubrir el cáncer y la diabetes, así como que aparezcan la sordera y la enfermedad de Parkinson, además de que el colesterol malo y el ácido úrico se eleven.

 

De manera que la salud mental es crítica. El envejecimiento siempre atenta en contra el narcisismo, pues el esquema corporal cambia, los ideales se demeritan y ya se hace tarde para cumplir con nuevas metas. El premio por una vida ordenada y cuidadosa es la pensión y la ancianidad. Pero el envejecimiento al principio es imperceptible. Empieza por sutilezas, algún cambio en la piel, sin que se haya marchitado del todo, tal vez un ligero aumento de peso, de repente decae un poco el desempeño sexual, sin llegar a decir que ya no es lo que solía ser, o el efecto de la gravedad empieza a notarse en los tejidos. Gabriel García Márquez, por ejemplo, dijo que notó por primera vez que envejecía cuando empezó a parecerse a su padre.

 

Claro. Después de la adolescencia, época para combatir,  contradecir y poner a prueba a los padres, llega la tregua de la madurez, cuando los hijos con frecuencia se vuelven padres de familia. Aparece la camaradería inquietante de los años y la experiencia, en que el hijo ahora está de acuerdo con el padre, encuentra razonable su proceder, además cita sus chistes y sentencias. También empieza a pensar en cómo será su propio envejecimiento y muerte, claro está. Se vuelve protector de los progenitores, una inversión de roles, como suele llamársele en el mundo de la psicología.

 

Incluso, al principio, para los niños y adolescentes avorazados por la vida, cumplir años es un acontecimiento. Luego se vuelve un día común, y en cambio adquiere trascendencia el cumpleaños del hijo. Pero, con el tiempo, estos días se vuelven pésima noticia, recuerdan que queda menos tiempo para vivir. Además con los años se vuelve testigo de eventos históricos. Incluso se hace consciente de cómo ha cambiado la fisionomía de la ciudad: a donde antes se ubicaban las casas de las familias de los amigos de infancia, ahora hay edificios impersonales. Y esta es una decisión terrible: vender la casa paterna, a donde tantas cosas trascendentales sucedieron. Pero los tiempos cambian, y la vida continúa.

 

Con frecuencia todo esto sucede antes de llegar a tener una calva lustrosa y la papada de un Papa. Antes de que aparezca la determinación de nunca más volver a desafiar al destino, junto con la necesidad de saber antes de ir a cualquier parte a dónde se encuentran los hospitales, centros médicos y droguerías, por si algo sucede. Por supuesto, todo esto se presenta mucho antes de que ya no se pueda dormir por el presagio de algo irremediable –sin perder de vista que mientras un recién nacido duerme dieciocho horas diarias, un anciano a duras penas llega a tres-.

 

Así que con la edad, la salud mental es cada vez más importante. Siempre está exigida. Es la base para elaborar el duelo de la juventud transformando el narcisismo, madurándolo hasta el punto de aceptar la tozudez de los hechos: el tiempo pasó, llega la vejez. Se trata de la capacidad de aprender a partir de la experiencia, aceptando los cambios corporales, así como que ahora hay urgencia de hacerse tratamientos que con frecuencia incluyen modificar estilos de vida y tomar remedios a diario. De modo que la actitud mental constructiva lleva a las personas a envejecer aceptando sus limitaciones, a cambio de sabiduría.

 

Pero, de todas maneras, la lucidez se acompaña del sufrimiento que implica envejecer, claro está, y de ser consciente de que el final se avecina, porque hay que decirlo, el hábito de vivir es muy arraigado, al menos en quienes no tienen ideas suicidas estructuradas. Y, en todo caso, en algunas personas la demencia senil afecta la memoria, en especial la reciente, un cambio irreversible y progresivo que hace sufrir a los familiares, al cabo que el paciente queda aislado en su mundo despreocupado y de ensoñación. Como si de cierta manera fuera un mecanismo de defensa contra la enfermedad de la consciencia.