Home

Blogs

Artículo

Historias de valores: respuesta para enfrentar la corrupción?

Semana
18 de julio de 2010

En una reunión muy amena con un grupo de amigos, siendo uno de ellos, el General José Javier Pérez,  hoy Presidente de Satena, nos comentaba de su experiencia en la implementación de un programa de Principios y Valores en la Escuela de Cadetes de la FAC en Cali y para ilustrarla nos relató la siguiente historia:

Después de haberse negado a asistir a varias invitaciones hechas por un grupo de empresarios, para compartir una experiencia relacionada con un proyecto para desarrollar principios y valores en una organización, finalmente  aceptó. Y quedó tan impresionado por lo que escuchó en la reunión que resolvió implantar el programa como parte del proceso de formación.

Para comenzar, inició el ejercicio con su equipo de dirección y al comprobar los resultados, lo llevó a los cadetes y finalmente a los soldados. Hoy el programa forma parte del proceso de formación de todas las Fuerzas Armadas de Colombia.

José Javier nos comentaba que en alguna oportunidad iba en su carro cuando una volqueta cargada de material lo estrelló por detrás. Después de los intercambios de rigor entre los afectados, en el cual el General no hizo valer su rango, el chofer le confesó que no tenía seguro y que por lo tanto, no le podía responder. Jose Javier pensó que las cosas se  iban a quedar así porque el si tenía su auto asegurado.

Unos días mas tarde, estando el en su oficina, su secretaria le comentó que lo estaba buscando la persona que lo había chocado. Javier, lo recibió y para gran sorpresa suya, se encontró con que el chofer venía a responder por el daño que le había causado. Indagando por las razones de esta decisión, se encontró que el hijo de este señor, había sido un soldado en la Escuela, licenciado en esos días  y había tenido la experiencia de pasar por el programa de Principios y Valores. Al enterarse del incidente de su padre, lo había hecho reflexionar : “papa usted tiene que responder por lo que hizo, ya que fue lo yo aprendí en la Escuela” .
El siguiente dialogo se dio entre el General y el chofer de la volqueta:

“General, solo tengo $ 500,000 pesos que cubren apenas el 50% del costo de la reparación”, le dijo el chofer a José Javier.
“Y que va a pasar con el saldo?” , le pregunto el general
“Estoy sin trabajo, y es todo lo que tengo”, le respondió el chofer
“Pero yo vi que usted llevaba la volqueta cargada el día del accidente” le dijo el General
“Si, efectivamente pero no he podido conseguir mas trabajo y por esto no le puedo responder” fue el comentario del chofer.
“Vea amigo, hay una obra importante en la Base que necesita de volquetas, de manera que yo le ofrezco esa oportunidad para que usted pueda responder”
 
Así terminó el diálogo  que le dio la posibilidad a este chofer de pagar el saldo de los daños causados y ser un lindo ejemplo que evidenciaba el impacto  del programa de Principios y Valores en las familias de sus soldados, generando un cambio importante fuera de la Base.

Nos comentaba José Javier, que este programa ha sido tan exitoso que hoy forma parte del proceso de formación para todas las Fuerzas Armadas de Colombia. También, nos mencionaba que esta iniciativa fue idea de Jhon Jones,  un americano que hoy tiene 85 años, quien desarrollo 44 principios en cuatro áreas con una metodología muy sencilla de aplicar.

Esta historia, contada al calor de unos buenos vinos, y en el contexto de una conversación relacionada con el nivel de degradación de los valores sociales en Colombia,   me recordaba de otra experiencia, esta vez en el Perú, que quise dejar documentada en un libro que escribí en el 2001, y que no publiqué. Se que me estoy excediendo en la extensión que normalmente escribo en este blog, pero espero que por su interés, su contenido sea relevante para el lector.

Octavio Mavilla era un joven aficionado a las motos en los años cincuenta. Por esa época, las máquinas que se conseguían en el Perú eran americanas o europeas. Un buen día, cayó en sus manos una motocicleta con la marca extraña de Honda y fue un amor a primera vista. El joven Mavilla tomó la decisión de escribirle al dueño de esta pequeña empresa para proponerle que le diera la representación de esas máquinas para el Perú. Esta carta fue el comienzo de una larga amistad con el señor Honda, el inicio de una nueva empresa: Honda del Perú, y la razón de innumerables viajes al Oriente que le abrieron al Ingeniero Mavilla una nueva perspectiva  sobre el desarrollo de su país.
En los cincuenta, Corea tenía índices de desarrollo inferiores al Perú, cuarenta años después, ese país con Hong Kong, Malasia, Taiwan y Tailandia, se habían convertido en unos dínamos económicos. A pesar de que todos ellos sufrieron una crisis muy severa en 1997, la mayoría de ellos habían logrado ir haciendo los ajustes necesarios y continuar por el camino del desarrollo. A partir del ejemplo del Japón en los cincuenta, estos países tomaron la decisión de fundamentar su crecimiento copiando, y posteriormente innovando, productos de alta tecnología. El tomar este camino les implicó hacer inversiones muy importantes en la educación de sus pueblos.
Comparativamente, durante el mismo período, Perú, y otros países latinoamericanos, lograron  avanzar a ritmos muy inferiores. A diferencia de sus homólogos asiáticos, estos países basaron su crecimiento en los recursos naturales. El modelo mental imperante se había fundamentado en la creencia de que la riqueza de un pueblo está en tener recursos como el petróleo, el café, el azúcar, el cobre, etc. Un modelo que definió unas escogencias que han afectado significativamente la calidad de vida y la capacidad de competitividad de estos pueblos.
A lo largo de los años, el ingeniero Mavilla, ya uno de los más respetados empresarios de su país, veía con preocupación aumentar la diferencia entre las naciones asiáticas y su querido Perú. Cuando trataba el tema con sus amigos y otros empresarios latinoamericanos, se encontraba siempre con una serie de justificaciones que él rechazaba porque no explicaban lo que él observaba en cada uno de sus viajes al Oriente.
La primera razón que el Ing. Mavilla escuchaba con frecuencia para explicar las diferencias, tenía que ver con la antigüedad de todas esas naciones. Pero, al analizar la historia, este argumento no resistía mayor sustento. La verdad, es que la India, China y Egipto, son países milenarios y son subdesarrollados. Cuando en 1551 se fundó la Universidad de San Marcos en Lima, los Estados Unidos y el Canadá estaban escasamente habitados  por tribus aborígenes muy atrasadas.
Un segundo argumento muy común, estaba relacionado con la dificultad de acceder a las riquezas de los recursos naturales. Pero de nuevo, este razonamiento no resiste análisis. Japón, es una isla montañosa en el 80% de su territorio y muy pobre en recursos naturales. Este país tiene que importar todo su petróleo, la mayoría de sus alimentos y las materias primas que utilizan para transformar en miles de productos sofisticados.
Un tercer argumento muy derrotista justifica las diferencias argumentando una mayor capacidad e inteligencia de los pueblos desarrollados. Pero la verdad, cuando a un latino se le da la oportunidad y viaja a países más avanzados, compite en igualdad de condiciones que sus contrapartes de otras latitudes. Además, es muy común escuchar a gerentes de multinacionales hacer comentarios muy positivos sobre la calidad de la fuerza laboral de nuestros países.
El Ing. Mavilla  ha sido un agudo observador. La insatisfacción que le generaban los argumentos de sus colegas lo hicieron prestar más atención a lo que veía en sus viajes al Japón y otros países del Asia. Además de la tecnología que era evidente en todas partes, le llamó  la atencion poderosamente los comportamientos de la gente. En la medida en que fue descifrando lo que veía, comenzó a comprender mejor la verdadera justificación del subdesarrollo y  atraso del Perú.
Al llegar al aeropuerto de Tokio, lo primero que le impactó fue el orden. Esta cualidad estaba presente en todas partes que tenía la oportunidad de visitar. En las plantas industriales de la Honda, el orden se veía reflejado en las líneas de producción. En los lugares públicos, la gente hacia colas en forma ordenada. El ORDEN era definitivamente algo valorado por el pueblo japonés.
Pero esta cualidad en el Japón, venía acompañada de la limpieza inmaculada en los sitios más inverosímiles. Mientras en este país, una planta industrial podía pasar por ser la sala de un quirófano y los baños por un ejemplo de aseo para cualquier hogar,  en el Perú, un área de manufactura era un lugar, donde además del desorden, reinaba el desaseo total y los baños públicos no se podían utilizar por el mal uso que se les daba. El ASEO era definitivamente otro valor característico que se destacaba en el  pueblo japonés.
Como empresario latino, el Ing. Mavilla tuvo un choque cultural muy grande. En su país una cita podía tener un margen de error de más de una hora sin que esto aparentemente molestara a nadie. Cuando comenzó a tener negocios internacionales encontró que el llegar a tiempo era esencial, y el no hacerlo se consideraba como una descortesía muy grave. Pero también, comenzó a observar que todas las actividades, desde el horario de un tren, hasta el inicio de una obra de teatro, se realizaban con un respeto profundo por el manejo del el tiempo. La PUNTUALIDAD era otro de los valores de pueblos como los japoneses, los ingleses y los americanos.
A medida que fue conociendo más a sus socios japoneses, le sorprendió lo estricto que eran con el cumplimiento de sus compromisos. Algunas anécdotas mostraban como se encontraron a soldados japoneses, a quienes no se les había informado del fin de la II Guerra, vigilando unas fortificaciones 20 años después de terminado el conflicto. El contraste con los latinos era muy grande.   La RESPONSABILIDAD, con mayúsculas, era otra de los valores característicos muy destacados que encontró el Ing. Mavilla  durante sus viajes a este país.
Después de la Guerra, el Japón quedó postrado y algunas ciudades, como Hiroshima y Nagasaki, totalmente destruidas por dos bombas atómicas. A pesar de los efectos de esta catástrofe, que hubieran doblegado a cualquiera, para los japoneses fueron un motivo de superación. Tan solo quince años después de terminada la Guerra, el Japón se había convertido en el primer productor de acero, sin tener minas de hierro, el primer armador de barcos y comenzaba a desarrollar su industria automotriz. En 1978, Toyota, Honda y otras empresas invadían el mercado estadounidense con vehículos más económicos y de excelente calidad. El DESEO de SUPERACION, como valor social, era la marca de un pueblo que, como el Ave Fénix, se levantó de las cenizas.
Como agudo observador que era, el Ing. Mavilla no podía dejar escapar un hecho sobresaliente. Un día en que salía para una cita desde su hotel, dejó su cámara de fotografía sobre la silla  en el vestíbulo de la recepción. Cuando ya habían pasado varias horas, se dio cuenta del problema y regresó a buscarla con mucho escepticismo porque en el Perú no habría habido ninguna posibilidad de recuperarla. Su sorpresa no tuvo limites cuando se la encontró tal como la había dejado. Posteriormente, observó que la gente parqueaba las bicicletas en las calles sin candado y los almacenes exponían sus artículos sin ninguna protección. La HONRADEZ era un valor que no cesaba de asombrarlo en sus viajes a ese extraño país que era el Japón.
El irrespeto por el derecho de otros es una de las características que más llamaban la atención a los japoneses que visitaban el Perú. Esta enfermedad social se evidenciaba en las colas para ir a cine, donde los vivos buscaban no hacerlas a consta de los demás. Igualmente les llamaba la atención la falta de seriedad en el cumplimiento de los acuerdos. Para lograr que estos fueran respetados, era necesario contar con un equipo de abogados, pero con la posibilidad de caer en manos de un juez penal en caso de un pleito. En contraste, el Japón es el país de menor numero de abogados per cápita en el mundo. El RESPETO AL DERECHO DE LOS DEMÁS y EL CUMPLIMIENTO DE LA LEY Y LOS REGLAMENTOS  es sancionado socialmente y es muy difícil que a alguien se le ocurra irrespetar una cola, un semáforo o cualquier otra cosa que vulnere a otras personas y el orden social.
En los Estados Unidos es muy notable la ética del trabajo. Esta característica se la relaciona con el calvinismo que se propagó por el norte de Europa y el puritanismo en Inglaterra en el siglo XVI. A diferencia del catolicismo que veía en el trabajo un castigo terrenal, la creencia del protestantismo se fundamentaba en aprovechar la vida por mandato de Dios, para gozar sus riquezas y en esa forma mejorar personalmente y ayudar a los demás. Por diferentes razones, esta actitud hacia el trabajo se puede observar en algunos países asiáticos. El Ing. Mavilla pudo presenciar  la práctica cotidiana de reconocer al trabajador que no faltaba nunca a su deber. El AMOR AL TRABAJO es un valor común es todos los países avanzados en el mundo.
A medida que el Ing. Mavilla iba asimilando las observaciones realizadas, se puso a investigar y encontró que había otro valor muy importante en las sociedades que se consideraban desarrolladas: EL AHORRO. En el Japón, la tasa de ahorro ha llegado al 20%  del PIB. Cuando un país logra tener estos niveles, no necesita recurrir a recursos externos para financiar su desarrollo y por lo tanto, tiene menos dependencia y más autonomía para decidir sobre los proyectos prioritarios. Tiene la capacidad de INVERSIÓN.
Después de muchos años de viajar y observar, finalmente el Ing. Mavilla logró poner en blanco y negro lo que hoy se conoce como el Decálogo para el Desarrollo. Al comentar sus ideas con algunas personas, la respuesta típica era que estos valores se obtenían cuando un país era desarrollado y no al revés. Para Mavilla era ya claro que un país puede no tener recursos naturales pero si su gente interiorizaba los valores del Decálogo, en muy poco tiempo podían llegar a niveles de desarrollo como lo hizo el Japón. Para probarlo se propuso aplicar en sus empresas esta teoría
Divulgación del Decálogo. Para llevar a cabo su idea, el Ing. Mavilla  llamó al psicólogo Eduardo Castillo para que aterrizara en la práctica empresarial lo aprendido en sus viajes al Oriente. Para empezar se escogio la planta de ensamblaje de motos Honda en Iquitos, ciudad localizada en la selva peruana con muchos trabajadores indigenas de la zona.  El Dr. Castillo trabajó durante tres largos años  desarrollando la metodología para lograr que el Decálogo se convirtiera en parte fundamental de la cultura de la planta.
Como me contaba Eduardo Castillo, a quien tengo el honor de conocer personalmente y tenerlo como amigo, el impacto del trabajo se comenzó a notar por parte de la comunidad. Una de las prácticas de todo el personal, incluyendo a los ingenieros, era salir a hacer aseo alrededor de la planta.  Los vecinos, quienes en un principio veían con asombro a unas personas en uniforme blanco impecable limpiando las calles, pasaron posteriormente a unirse para ayudar en la actividad. Poco a poco, esta práctica se extendió por todo el barrio. Una excelente demostración de que el buen ejemplo se multiplica.
Como una bola de nieve, lo que estaba sucediendo en la Honda se regó por la ciudad. Una escuela cercana buscó al Dr. Castillo para pedirle ayuda en la  implementación de un programa similar. De esta forma nació una iniciativa que muy pronto se extendió como pólvora por miles de escuelas en el Perú.
 Para poder atender con más profesionalismo las solicitudes que fueron surgiendo, se creó en 1990, el Instituto de Desarrollo Humano – INDEHU- para promover, divulgar y capacitar a las organizaciones, escuelas, colegios y universidades que lo solicitaran, en la aplicación del  Decálogo para el Desarrollo. Para su lanzamiento, se logró una divulgación durante diez domingos, en los principales diarios de la nación, de cada uno de los valores con unos comentarios hechos por personalidades nacionales, comenzando por el Presidente de la República.
A lo largo de los años, el instituto ha seguido difundiendo y trabajando en la implementación de proyectos de valores en el sector educativo, entidades de gobierno y empresas. Abrió sucursales en Iquitos y en Arequipa. También ha tenido mucha acogida en otros países, especialmente en México, a través del Instituto Tecnológico de Monterrey y varias gobernaciones en diferentes estados de ese país.
Vale destacar los talleres que han desarrollado para llevar a la práctica cada uno de los valores del Decálogo. Me llamó poderosamente la atención la forma en que se logra dar herramientas sencillas pero muy útiles a las personas que asisten. En Bogotá, en el año 1997, pude observar el trabajo con un grupo de 400 maestros de la Secretaría de Educación a quienes se les invitó a formar una red de multiplicadores en 20 localidades de la ciudad. Lamentablemente la iniciativa se realizó al final de una administración y no tuvo la continuidad que hubiera sido necesaria para lograr el efecto que se pretendía. Sin embargo, en Monterrey, donde sí se le ha dado la importancia al tema, los resultados son muy motivadores, especialmente si se tiene en cuenta que han sido liderados por una universidad.

Lecciones aprendidas. La capacidad de asociación en una sociedad depende de tener unas normas y unos valores compartidos de los cuales surge el capital social. Recordando su definición:

“ es la capacidad de los individuos en una sociedad de trabajar unidos, en grupo y en asociaciones, para alcanzar objetivos comunes” (Américan Journal of Socilogy, 1988)

E Decálogo para el Desarrollo es una iniciativa que persigue desarrollar unos hábitos sociales compartidos a partir de unos valores reconocidos como validos. Este proyecto, junto con el de tener la Visión para el Perú para el 2021,  sumados son sumamente poderosos para generar procesos de construcción de capital social. Ambos proyectos aumentan la posibilidad de mejorar el relacionamiento constructivo de las personas. Esta posibilidad determina el tipo de estructura económica que la sociedad es capaz de realizar, las organizaciones que se pueden formar y la capacidad de innovación que se tenga. También, de su existencia, dependerá el nivel de confianza que exista en la sociedad. De aquí nace la importancia de darle la mayor difusión a estos proyectos porque muestran un camino claro de cómo hacerlo.
El Decálogo es un esfuerzo notable desde otra perspectiva. Es una idea que se ha querido llevar a la práctica mediante una serie de herramientas sencillas pero ingeniosas que buscan implementar el concepto de los valores en la sociedad, a partir de su difusión, capacitación y utilización en las organizaciones productivas, educativas, oficiales, etc. El Decálogo es la respuesta afirmativa a la pregunta: ¿es posible generar las condiciones para mejorar nuestro capital social?.
Finalmente, la iniciativa del empresario Mavilla, es un paso gigantesco en la dirección correcta: formar una cultura nacional mucho más competitiva. El análisis que él realizó demuestra que el subdesarrollo es un problema mental y de escogencias pobres, más que de falta de oportunidades y recursos naturales abundantes.

Al ver los problemas de corrupción que hoy carcomen a la sociedad colombiana, la importancia de incorporar la innovación como un motor del desarrollo competitivo del país y de entender que la gran barrera que tenemos es nuestra cultura, esfuerzos como los hechos por el General Pérez en la FAC y Octavio Mavilla en el Perú, muestran una luz en la dirección donde tenemos que enfocar nuestro esfuerzos. Una sociedad que no tenga una serie de principios y valores claros y adecuados para los retos no podrá aspirar a salir de su subdesarrollo.¿Alguien tiene una visión diferente?