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Hombres machificados

Semana
14 de enero de 2007

Me encantan los cuerpitos de hombres flacos; no mucha carne, más bien hueso. De esos que cada abrazo que se les da, sale con repetición. Sin embargo, cuando voy a pintar un desnudo, a hacer unas fotografías o me quedo en la playa mirando un tipazo, mis preferencias cambian. No puedo evitar fijar mi mirada en eso que algunos alemanes y norteamericanos llaman un “Beefcake” y que en buen español sería una “tortica de carne”, o en lenguaje más castizo: un biscochazo.

 

Me he estado preguntando de dónde llegó a mí esa idea de que un “platico típico”, de esos que provoca comerse cuando estamos fuera de casa y lejos del marido, tiene que haber pasado por el gimnasio muchas horas y haberse machificado a la fuerza como para que me inspire una buena catriada o el boceto de una pintura.

 

Mis recuerdos llegan a las primeras revistas de hombres en bola. Por allá, en 1976, cuando dejé a Martha Cecilia y puse mis ojos en Jean, mi primer novio. El tenía algunas revistas Arcadie, francesas como él, y algunas más de fotografías de hombres desnudos que parecían fisiculturistas.  Desde esa época me llamó la atención por qué siempre salían en las revistas tipos con esos cuerpazos y no hombres común y corrientes, como el marido de mi vecino o los que yo he tenido.

 

La cultura del cuerpo está directamente relacionada con el hecho de que en algunos países, antes de los años 60, era delito mostrar una fotografía de un hombre desnudo y un agravante que se le viera el pene, así que los editores de materiales para homosexuales se las ingeniaron y produjeron un buen número de revistas con ilustraciones de hombres de esos, algo enflaquecidos que pronto pasaron al olvido cuando empezaron a aparecer los primeros modelos atléticos. La más famosa de esas revistas en todo el mundo fue “Physique Pictorial” que inició su circulación en 1951 y cuyos antecedentes se remontan a las primeras ilustraciones de Bob Mizer. Sus hombres fornidos siempre estaban “cubiertos” con una ondeante tela o la crin de un caballo que la cubría en ese preciso “punto” en donde la imaginación tenía que volar.

 

Con el tiempo el pantalón, la rodilla adecuadamente doblada y las imágenes en escorzo fueron cambiando por imágenes vistas de frente y cubiertas por un pedacito de tela (lo que ahora llamamos hilo dental), una hojita de parra o una mano adecuadamente dispuesta. Al caer la prohibición, las imágenes fueron algo más directas y aparecieron los penes flácidos que se fueron irguiendo al mismo ritmo del destape visual.

 

Apareció en escena un genio del dibujo a quienes todos recuerdan: Tom de Finlandia. Primero, se autorizó con los torsos desnudos que fueron aumentando de volumen y se llenaron de músculos; luego, lo hizo con los penes  pequeños como “chitos” que fueron creciendo con el destape hasta crecer a tamaños insospechados. Los penes de  Tom son famosos porque se deben tomar a cuatro manos; llegan fácilmente hasta el mentón de su propietario, siendo protagonistas que acompañan a cuerpos de hombres con nalgas redondeadas, pechos fornidos y abdominales perfectamente construidos.

 

A partir de Tom las imágenes fueron cada vez más explícitas, tanto que Physique Pictorial cerró a principios de la década pasada, cuando se hicieron corrientes las imágenes en close-up de pedazos del cuerpo, no necesariamente delanteras, cuyas imagenes eran poco usuales en aquellos tiempos.

 

Algunos bares se quedaron en el espectáculo de hombres desnudándose que no logran de sus clientes más que el esbozo de una sonrisa o el alarido desesperado de un hombre que está que “se come solo” o de una mujer que se muere de la envidia por las siliconas de ellos, como las de algunos de nuestros galanes de telenovela.

 

Tal vez por ello en Colombia pasamos de los teatros llenos de homosexuales en los eventos de fisiculturistas, a los cultores del cuerpo en los show de los bares hasta saturarnos cada jueves, viernes, sábado y festivos con los hombres desnudos y los penes erectos a la fuerza, a punto de necrosarse por los efectos de la argolla de un condón con la que logran mantener la erección.

 

Creo que algunos añoramos esas imágenes que dejan algo a la imaginación, esos “platicos típicos” que muestran poco e insinúan mucho, esos vestidos de baño forrando al cuerpo que ayudan a imaginar la intumescencia que crece y se desborda entre la tela. Lo hacemos no porque seamos mojigatos, sino porque tanto show de mala muerte satura; porque no es justo ver siempre, de bar en bar, a las mismas locas recién machificadas, jugando a ser intocables mientras esperan el mejor postor para su “show privado”.

 

Por eso me encantaba mi marido, así natural, sin mucho gimnasio pero con mucho amor y ternura. Por eso tal vez prefiero quedarme en casa a ir al bar y no tener que aguantarme el espectáculo grotesco que es tan recurrente en esos sitios. Por supuesto, el cuerpo masculino ha cambiado con el tiempo y con él, la mirada de los homosexuales. Cabría preguntarme: qué piensan las mujeres de los hombres machificados, o cuándo, los hombres heterosexuales que me leen, empesaron a pensar en los cuerpos de las mujeres como si éstos fueran de vacas.