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Infidelidad

Semana
12 de agosto de 2010


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La infidelidad se volvió un tema predominante, porque se comenta ampliamente, no porque sea novedad. Figura en conversaciones y películas, así como en programas de televisión y radio, además aparece en la Internet y en lecturas, incluso hay libros de autosuperación de aparición reciente, abordándola con diferentes perspectivas, desde cómo superar la pena, hasta cómo reconocerla y diagnosticarla oportunamente, aun cuando hay poco material escrito sobre cómo prevenirla, sobre cómo se llega a ella. En todo caso, la preocupación por este asunto se extendió a lo largo y ancho del mundo, seguramente porque es dolorosa para quien la padece,  a la vez que pone al infiel en un dilema complejo, no solamente por el conflicto ético, me refiero a la paradoja inherente a su condición, a la imposibilidad de estar en los dos lugares al mismo tiempo.

El médico afgano Khaled Hosseini, exiliado en Estados Unidos, redactó la novela Mil Soles Espléndidos sobre las vicisitudes de Mariam, hija ilegítima de Yalil, un marido infiel a sus tres esposas con quienes ya tenía nueve vástagos, porque no hay que olvidar que en esa cultura se acepta la poligamia, así que no es difícil imaginar el fragor en ese hogar populoso cuando el pobre hombre rindió descargos ante sus señoras. La infidelidad no es un asunto numérico, después de todo, como se sabe, las matemáticas del corazón siempre se equivocan, el problema está en salirse de la convención aceptada para la conducta sexual. La dificultad está en desviarse de lo normal y lo adecuado, lo bueno y lo ejemplar, así que lo cultural para nada es despreciable en este asunto.

Sin embargo la intimidad de las personas es tan variada que con dificultad se define qué configura infidelidad. Y ahora pongo por caso a Bill Clinton y Mónica Lewinsky, quienes tuvieron al menos un encuentro hace doce años donde predominó el sexo oral según se supo a través de noticieros televisados de difusión global, basados en el informe del senador Kenneth Starr registrando la investigación sobre este sonadísimo incidente y que todavía puede consultarse en la web, y como decía, la prueba reina fue el ADN del Líder del Mundo Libre en el vestido de la estudiante que hacía una pasantía en la Casa Blanca, pero lo interesante de este episodio comentadísimo es que en medio del oprobio y el escándalo que recorrió el mundo entero, y seguramente hasta llegó al Vaticano, se hizo una encuesta preguntando si la felación era sexo o no, más aún, sí clasificaba para tipificar una infidelidad, y el resultado fue controversial: unos contestaron que sí, otros que no, y algunos, no sabe no responde.

Hoy sigue vigente esta controversia. Después del cambio de siglo, de milenio y de gobierno, se encuentran planteamientos tan disímiles como que hay una infidelidad mental, es decir basta recordar, ni siquiera hay necesidad de mirar con codicia, simplemente al ser amable rozaría el terreno de la promiscuidad, mientras en el lado opuesto de la gama de opiniones están quienes aseguran que solo se presenta si se descubre evidencia de la pareja desnuda, digamos, en pleno coito a tergo, o sea, cuando uno está en la posición que los erotómanos llaman Mirando a Constantinopla, o de Corderito, mientras el otro enviste desde atrás. Y me permito esta descripción pintoresca, y algo acrobática, porque le da drama a la fuerza de mí argumento: la infidelidad es una visión personal y otra manifestación de la sexualidad, así que diversas motivaciones y fantasías inconscientes se expresan en ella.

Hay casos de salidas heterosexuales y otras homosexuales, pero también hay para quienes la infidelidad no existe, pues son afectos de las relaciones abiertas que prescinden de la exclusividad; incluso hay quienes añoran el sexo grupal, así como los que intercambian a sus parejas, al menos durante un rato, sin olvidar a los devotos de la prostitución ni para quienes la seducción es un deporte de la seriedad y disciplina, por ejemplo,  de la pesca y la cacería, en todo caso se trata de una inclinación que se conoce como donjuanismo, en el caso masculino, y ninfomanía, en el femenino; por otro lado, como si fuera poco, hay infieles por razones sentimentales, para quienes las parejas extramatrimoniales cubren necesidades emocionales que dejan descubiertas las mil naderías y frioleras de la vida doméstica, que tanto tiempo y energía consumen. Por último, tenga en cuenta que estas situaciones se dan tanto en hombres, como en mujeres por igual.

Así que a la infidelidad también subyace un problema epistemológico que nos sitúa justo en el centro del antíguo debate sobre cómo se construye conocimiento. Un afiliado a la ideología platónica diría que hay una infidelidad absoluta, el evento puro independiente del testigo y que espera a ser descubierto. En cambio un kantiano afirmaría que el hecho puede suceder o no, todo depende del observador que lo describa, y en todo caso el suceso en sí es incognoscible, no puede saberse por completo, es otra verdad que yace en un pozo de donde no quiere ni necesita ser encontrada.

Por otro lado, como es fácil suponer, la manera de experimentar el conocimiento de que el objeto de los amores ha sido infiel, varía, depende de la historia del observador, está teñida de cómo maneja y tolera el dolor de ser excluido. Un asunto que también se mueve en una amplia gama de posibilidades: hay quienes manejan los rechazos con arrogancia y retan al destino recordando traiciones pasadas buscando crear situaciones en que la pareja sea infiel; en el otro extremo, estarían para quienes el dolor es tal que se vuelve el centro de las preocupaciones, incluso la necesidad de controlar la situación es tal que desde esa lógica se hace razonable destruir preventivamente la relación mucho antes de permitir siquiera la posibilidad de la infidelidad.

Después de todo, todos hemos estados expuestos a la exclusión, alguna vez. Sin ir lejos, el niño debe aprender a tolerar que su madre tenga privacidad con su padre, con su pareja, con quien tiene una vida ajena a él, y por supuesto, otro tanto le sucede a la niña con su papá, así que los hijos son testigos de los acontecimientos conyugales, tanto los amorosos como los violentos, y a partir de ellos construyen interpretaciones y versiones, al igual que el modelo mental para sus propias relaciones de pareja venideras, tanto en sus aspectos bondadosos, como en los agresivos. De tal manera que los celos son un sentimiento antíguo en el desarrollo psicológico de las personas, y, como suele suceder con la mayoría de terrores, lo siniestro está primero entre la cabeza del observador, luego en el mundo exterior. Lo macabro está en el inconsciente, podríamos decir, buscando eventos para adherirse y expresarse. Entonces, de nuevo, todo depende de la perspectiva del observador.

Por otro lado, los celos, el dolor que acompaña al descubrimiento de la infidelidad cuando se valora la exclusividad, son innegables, a la vez que también existen otras versiones de ellos que van mucho más allá de lo sucedido, que atormentan por su persistencia y circularidad, que anticipan el desastre transformándose en un miedo insuperable, en una profecía de cumplimento obligatorio que lleva a la destrucción inexorable de la pareja. Es decir, se emplea como lenguaje que hace parte de la relación, con valor como herramienta de comunicación.

El terrorismo y el amor se parecen,  alguine me dijo en una tarde soleada de sábado, mientras almorzábamos con alitas de pollo en un restaurante de concepción gringa, a donde nuestro único paisaje eran los televisores enormes en que contemplábamos con cierta sorpresa cómo Ghana eliminaba a Estados Unidos del mundial de fútbol de Sudáfrica 2010, en todo caso, un suceso improbable, tan remoto que hasta lo tomé por un presagio de la posibilidad de la fidelidad completa. Mi interlocutor elucubraba con tranquilidad, y cierta indiferencia, sobre cómo una acción violenta intimida y sirve a la finalidad de imponer una idea, transformándola en un arma efectiva, no solo por los muertos y la destrucción que deja a su paso, también por las secuelas mentales que quedan, así que no se agota, siempre causa miedo, mientras el líder gana poder. Por otra parte, en el caso de la pareja, algo semejante sucede, se recurre a identificar la peor pesadilla del otro para amenazarlo, y la potencialidad de la infidelidad es muy útil para este fin. Se trata de una estrategia cruel que deja eco en la memoria sin necesidad de seguir presionando. Pero el asunto está en cómo responder ante el terrorista, ¿al estilo yanqui?, ir tras el peligro para hacer justicia y luego reconstruir, o, por el contrario, aprender a convivir mientras el miedo perdura, haciéndola una de las armas más poderosas, todo depende del caso.

Por fortuna en el amor hay otras alternativas. Una dosis moderada de celos, en una versión civilizada, es bienvenida, incluso halagadora. Se trata de un sentimiento innegable ante la potencialidad de compartir la intimidad con un intruso indeseable, así como de una manera de expresar interés y afecto por el otro. El misterio está en cómo expresarlo de forma constructiva; no violenta, insultante ni persecutoria.