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La fe es saludable

Semana
4 de julio de 2009

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Un comité editorial rechazó la publicación de este texto porque tocó la fe en un dios de manera heterodoxa. Así suene adolescencial, me sorprendí pensando que me siento halagado porque lo hayan censurado, después de todo me parece un logro que la autoridad se conmueva con un escrito mío a este respecto.

La unidad mente cuerpo fue el tema central de la revista Time del 19 de febrero de 2009, y la tengo ante mí en este momento, se trata aquella que en su carátula mostraba el perfil de una hermosa devota, rezando fervorosa. A propósito de este tema vasto y novedoso, eligieron reseñar investigaciones sobre cómo cura la fe y, sobre todo, cuál es la biología de ese fenómeno, es decir, identificar sus mecanismos bioquímicos. Después de todo, creencias religiosas, amor, odio, curiosidad, miedo, interés, desconfianza, creatividad, o cualquier actividad mental, son manifestaciones de la función cerebral. A su vez, las reacciones psicológicas afectan de manera decidida el desempeño del sistema nervioso a través de cambios en la expresión de los genes de sus células, las neuronas, estimuladas por una u otra emoción, pensamiento, percepción, duda, deseo.

Estas reflexiones tienen largas implicaciones. La evidencia estadística originada en trabajos de investigación sólida apoya la idea de que la fe es saludable. Quienes practican una religión, cualquiera que sea, tienen menor probabilidad de morir durante el siguiente año; además los que profesan el rito de un dios bondadoso suelen tener mejor pronóstico que los cultores de uno persecutorio. Verbigracia, entre los diagnosticados positivos para el virus del VIH, hay mejores augurios para los creyentes, la asociación matemática es tan firme y constante que la espiritualidad predice mejores resultados terapéuticos en ellos. Y la unidad psicosomática explica estos eventos.

Al empezar a rezar predomina la actividad en el lóbulo frontal del cerebro, pues esta faena exige concentración y cuidado. En la medida en que la plegaria progresa, la persona esta absorta, entonces se reduce el dinamismo en el parietal y el tálamo, regiones cerebrales encargadas de procesar diversos aspectos de la información sensorial, reduciendo la influencia mundana sobre la mente del feligrés ensimismado. Por último, al llegar al apogeo de la oración, el frontal aminora su metabolismo en la medida en que el creyente ya no requiere controlar lo que dice, pues casi lo hace de manera automática. Esta descripción inesperada de los cambios en los estudios de imágenes del funcionamiento cerebral concomitante con la sensación de abstraerse en la experiencia mística, también se presenta al meditar hasta sentir que se desdibujan los límites entre el cuerpo y el mundo, incluso cuando se emplean alucinógenos para estos fines, como el yagé, por ejemplo.

La fe es fundamental. La necesidad de religiones y de encomendarse a un ser superior está presente en todos. La humanidad jamás había tenido tanto desarrollo científico, ni tecnológico, como en la actualidad, a la vez que tampoco había visto tal cantidad credos, y de practicantes de ellos. Sin embargo, pensar que como toda actividad mental tiene bases biológicas no le resta valor. No se demerita la religiosidad porque su origen sea completamente orgánico, en lugar de una virtud de orden metafísico. Por el contrario, las oraciones arrodilladas son asuntos muy serios.

Además estos resultados concuerdan con otras investigaciones sobre la identidad mente cuerpo. En la Universidad de Pittsburgh recopilaron, desde 1994, datos sobre cien mil mujeres mayores de cincuenta años, y encontraron, entre otras cosas, que al comparar las optimistas con las pesimistas, quienes tuvieron perspectivas más favorables sobre la vida vivieron más, era 14% más probable que sobrevivieran ocho años después. En cambio, las negativas con más frecuencia fallecieran a causa de diversas enfermedades, en especial de infarto del corazón y varios tipos de cáncer. También hay trabajos sobre hombres que llegaron a conclusiones semejantes, sin ser tan fuertes metodológicamente. Por otra parte, cada vez aparece publicada más evidencia que vincula el estrés con los eventos coronarios en ambos sexos.

De todas maneras, hay un abismo de conocimiento sobre los detalles moleculares de la relación mente cuerpo, se trata de un terreno muy activo de investigación. La fe mejora la expectativa de vida porque esa disposición anímica tiene efectos metabólicos que modifican el funcionamiento corporal en ese sentido, lo que aún se desconoce es la bioquímica detallada de esos eventos. Por otro lado, en el ejercicio cotidiano de la medicina, esta propiedad normal del organismo beneficia, se llama efecto placebo: se trata de la creencia favorable e inquebrantable del paciente en que el médico y los tratamientos que le prescribe lo beneficiarán, generando una confianza que tiene impacto positivo en el desenlace. La salud es indispensable, así que tener fe en el doctor y en ella resulta ventajoso.

Por último, los ateos y agnósticos dirían que falta por estudiar empíricamente si otros tipos de fe tendrían efectos semejantes sobre su salud. Si aumentaría la expectativa promedio de vida aceptar ardorosamente el método científico, por ejemplo, o creer en el amor de la pareja, o confiar en que Barack Obama salvará el mundo de la crisis financiera.

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