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“La Iglesia debe exorcizar el miedo y hablar de la paz como una prioridad”

Semana
28 de junio de 2012

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Foto: Padre Leonidas Moreno,  director de Cordupaz.

 

Si hay alguien que conozca la historia de violencia, sufrimiento y corrupción que ha vivido Urabá en las tres últimas décadas es el padre Leonidas Moreno. Llego a la región como sacerdote cuando ésta estaba bajo el fuerte influjo de las guerrillas. Le toco atender de primera mano la crisis humanitaria que desato la disputa entre las propias guerrillas y entre estas y paramilitares. Desplazamiento, resistencia, retorno, despojo, han sido las palabras que más ha escuchado en su vida. Con la autoridad que le dan más de 30 años de conocimiento de esa realidad no duda un minuto en decir que el único camino que le queda al país es una negociación de paz. Pero que no ve mensajes claros en el gobierno.

 

¿Cuándo llega usted al Urabá?

 

Yo llegue al Urabá chocoano el 20 de enero del 81. Empecé en Unguía e inmediatamente me fui a fundar la parroquia de Trinidad Santa María

 

¿Cómo recuerda ese territorio al que usted llegó?

 

Estuve allá 10 años y realmente eso era un paraíso. Eran pueblitos sencillos, no habían carreteras, no había luz, no había agua… tenía que irse uno para el río…pero era gente muy animada, sencilla; vivían tranquilos, en paz, se veía el futuro, y ese futuro depende de las riquezas naturales, buenas tierras, agua, biodiversidad. Socialmente había una ausencia de Estado, que es lo que siempre se reclama, y donde hay ausencia de Estado y ese vacío de institucionalidad siempre hay una fuerza que lo llena. Allá estaba el Frente V de las FARC. Hacían un control social y político, pero como no había enemigo al frente, dominaban de manera tranquila, sin sobresaltos. No quiere decir que no secuestraban, que no mataran…

 

Recuerdo un inspector de policía de Balboa, Chocó,que le tocaba venir a Unguía a darinforme. Una vez lo mataron en la plaza del pueblo y lo triste es que estando la familia de él en una de las esquinas del pueblo, dejaron a Oscar Obando, como se llamaba él, todo el día al sol y al agua ahí, no lo dejaron recoger sino hasta por la noche. Entonces ese dominio no era tan pacífico.

 

¿En qué momento cambió esa situación?

 

La guerrilla se fue metiendo a la plaza de los pueblitos: de Santa María, Balboa, Unguía. Ellos advertía “van a venir los paramilitares, nosotros lo que decíamos es que no se metan con ellos, porque nosotros vamos a defenderlos”. Pero cuando llegaron, la guerrilla no defendió a nadie. Se fueron a sus refugios. Una vez me preguntaron: qué hacer si llegan los paramilitares. Yo les dije: “pues esperemos a ver qué hace la guerrilla, y dependiendo de lo que hagan, nosotros miramos qué hacer”. Al final nos tocó correr.

 

Luego del Urabá chocoano ¿a dónde fue?

 

La Arquidiócesis de Apartadó. Me tocó trabajar como director de pastoral social en Apartadó, y duré 20 años en la zona bananera.

 

Le tocó toda la arremetida de la violencia de los años 90 en el Urabá…

 

Esa historia violenta y la crisis humanitaria tiene precedentes en la región. En primer lugar fue el crecimiento tan grande de las guerrillas comunistas del EPL y las FARC. Al mismo tiempo, el dominio que tuvieron ellos en el sindicato. Pero lo más contradictorio de todo eso que me tocó ver a mi, fue cómo entre los mismo grupos de izquierda cuando empezó la negociación con el EPL, empezaron a matarse.

 

Las FARC, una vez que el EPL decidió negociar los declaró traidores de la revolución y habían que matarlos donde estuvieran. Esa guerra en el Urabá antioqueño fue muy bárbara. Después también hubo mucha violencia en el Urabá chocoano, sobretodo en el municipio de Unguía. La iglesia empezó a invitar a frenar esa barbarie y a pedir que hubiera negociaciones de paz con el EPL con Bernardo Gutiérrez y al mismo tiempo los Castaño que aceptaron salirse del norte del Chocó y volver a Córdoba. Así hubo 4 años de mucha tranquilad.

 

¿Qué hizo que volviera la violencia?

 

Que las FARC empiezan a ocupar los espacios dejados por el EPL. Atacan por los lados de Valencia, San Pedro de Urabá. Ahí inicia nuevamente una arremetida paramilitar en esa zona. Y las consecuencias de eso ya se conocen, pues hubo toda la incursión sobre el Urabá antioqueño. Era una cosa triangular: San Pedro-Arboletes-Necoclí; luego San Pedro-Necoclí-Turbo y así fueron avanzando y era con esa teoría de tierra arrasada. Las veredas, las familias, los campesinos era todo fuera y no había como proteger a las comunidades y ahí fue donde se produjo ese desplazamiento tan grande.

 

Y después ese conflicto así como estaba, pasó al Urabá chocoano, y el desplazamiento fue mayor.

 

¿Ese ha sido el mayor éxodo campesino del país?

 

La gente tuvo que huir como pudo en medio de la guerra, en medio de bombardeos, en medio de todas esas amenazas. Salieron a Turbo y luego la guerrilla preparó esa marcha campesina, donde todas las personas estaban obligadas a salir: niños, hombres, mujeres. Los indígenas fueron los únicos que se escaparon, pues ellos no se dejaban dominar del conflicto y permanecían en sus tierras. Pero los campesinos si se movilizaron. Esas tierras quedaron vacías. Más de 7.500 personas salieron de Pavarandó.

 

¿Entonces ese desplazamiento fue una estrategia de las Farc?

 

Eso fue un engaño y un daño que hizo la guerrilla. Sacaron a la gente diciéndole: “Hagamos una marcha vamos a bloquear la vía de Urabá a Medellín, para obligar a que la operación Génesis retroceda” y después dejaron a la gente abandonada allá. Eso fue un desplazamiento forzado, no una marcha campesina.

 

Ese desplazamiento de Pavarandó duro prácticamente dos años. La gente metida en plásticos a 40 grados mientras perdían sus fincas, sus casas porque cuando los paramilitares llegaban y encontraban los pueblos vacíos entonces los quemaban. La guerrilla igual se refugió en en los lugares más estratégicos pero no pudo proteger ni a la comunidad ni la tierra porque igual fue cuando se produjo el despojo y todas las tierras se fueron ocupando. Entonces hay que tener en cuenta que el daño no fue sólo de un sector.

 

¿Cómo está hoy la región?

 

Están tratando de convencernos de que estamos en un postconflicto: yo no creo que eso sea cierto. Hubo un desmonte de las autodefensas, y hablo de desmonte por la complicidad misma que tuvo el Estado con este fenómeno. Yo creo que eso tiene unas connotaciones muy positivas porque los paramilitares se habían convertido en la amenaza más grande para el país.

 

Los paramilitares dejaron esta secuela que son las bandas criminales, aunque yo creo que el fenómeno no es igual. No obstante, estos grupos ilegales continúan controlando la cotidianidad. Y entonces uno dice: “bueno cuando se las irán a tomar enserio”. ¿Cuándo será que la Policía, que el Ejército, que las instituciones del Estado sean las que realmente tengan ascendencia sobre las comunidades?

 

¿Qué es lo que controlan hoy en día?

 

El paro armado que hicieron en enero demostró que su control va más allá del de una simple banda criminal. Parar actividades, cerrar negocios,  demuestra que están movilizando de alguna manera a las personas y ganando espacio en las comunidades. La gente está hablando de que están armando una limpieza social,dicen que van a mandar a dormir temprano a los viciosos, o que van a recoger a los jóvenes porque hay muchos ladrones.

Entonces ahí es donde uno ve que la estructura criminal va creciendo. Y yo creo que eso es posible si hay cómplices. Entonces uno dice cómo es que el Estado va a ganarse la representatividad legal y la confianza de las comunidades.  No es una ‘bandita criminal’, son organizaciones fuertes y eso hace mucho rato lo estamos diciendo.

 

¿Qué soluciones ve?

 

Todavía no hemos entendido que la prioridad es la paz. No podemos volver a caer en la trampa de continuar una confrontación armada como la que se ha vivido hace tantos años. Creo que es necesario buscar la paz con una negociación política. No sé por qué quieren mantenernos en esta guerra, cuando yo creo que de un lado y del otro se dan cuenta que la única salida es una negociación política.

 

¿Cómo sería eso?

 

Hay que preparar un camino desde lo local, desde las comunidades, desde la humanización social, desde los diálogos pastorales que la iglesia tiene que mantener. Un acuerdo de paz no lo pueden lograr solamente los que tienen el poder de las armas porque al fin y al cabo sería los que tienen ese poder, los que van a decidir la suerte de todos los demás. Yo creo que la paz es un derecho constitucional, y si las fuerzas militares no nos pueden garantizar ese derecho, los campesinos, los indígenas y esas comunidades, la iglesia, todo lo que se llama sociedad civil, por decir las fuerzas vivas de una comunidad, nos debemos unir a reclamar ese derecho de la paz.

Las políticas que se promueven, como la seguridad democrática, tendrían que tener en cuenta que hay unos derechos democráticos y no ponerles tantos límites a las comunidades que se expresan a favor de la paz. Yo estoy convencido de que tenemos que movilizar las fuerzas a favor de la paz, no de la guerra.

 

¿Cómo ve a la iglesia en toda esta tarea?

 

El Episcopado ha anunciado que hay que buscar una negociación de paz. Pero yo veo en el fondo que todavía el temor y el miedo impiden que se tomen unas acciones más fuertes y más decididas a favor de la paz. Yo creo que es hora de que eso cambie. La iglesia debe exorcizar ese miedo y empezar a hablar más claramente de que tenemos que buscar la paz, que es una prioridad. Y hay que buscarla por la vía que tenemos, casi que la única posible después de tanto años de guerra: una negociación de la paz.

 

¿Cómo ve al presidente Santos en este esfuerzo?

 

Veo muy ambiguo todo lo que está planteando, y me preocupa que los mensajes no sean tan claros. Se hace mucha propaganda con temas que pueden abrir las puertas de la paz, como es todo esto de la ley de víctimas, de desarrollo rural, pero no veo que se esté trabajando al mismo ritmo en crear la institucionalidad que favorezca realmente estos procesos.

 

Percibo que siguen improvisando pero no se está analizando en el fondo cuáles deben ser esos caminos que nos conduzcan a la paz. Sería muy bueno que todas las políticas  del actual gobierno se encaminaran a una pedagogía de la paz y no al oportunismo político.

 

Nota publicada en www.arcoiris.com.co