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La marihuana

Semana
5 de noviembre de 2010


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    No vaya a creer, amable lector, que este blog es una transformación del que redacté en caso de que despenalizaran en California el consumo de marihuana para mayores de veintiuno. Aun cuando sí he de confesar que me sorprendió la desilusión del electorado yanqui con la gestión demócrata en el campo de la restauración económica, personificada por el presidente Obama. Así que la mayoría votó por la derecha dándole el triunfo a los republicanos, en especial al Tea Party, una facción situada aun más a la derecha.

    Desde el punto de vista colombiano, supongo que esta es una buena noticia. No solo porque se mantiene la política de recuperación del país sino porque la droga sigue siendo ilegal. Y no lo escribo como una postura moralista ni saludable, es solo que luego de tantos muertos y destrucción en mi país durante estas décadas me resulta difícil aceptar que ahora la marihuana pudiera volverse legal; aun cuando un viraje así probablemente reduciría su precio, y por lo tanto las utilidades del negocio, sin que necesariamente se incremente su consumo.

    Supe que la bareta existía antes de cumplir ocho años. En aquella época era un niño normal, es decir, mi experiencia con psicofármacos consistía en haber visto a los adultos fumando Marlboro y en algunas ocasiones ebrios. Una tarde un primo pintor llegó a la casa de mis padres. Saludó a mi mamá, quien de inmediato reconoció, sin ser toxicóloga, los síntomas inequívocos de que se había fumado un varillo: lo denunciaban sus ojos enrojecidos y lacrimosos, las consonantes que se le resbalaban al hablar, junto con la serenidad, la risa fácil y el hambre que traía. Ella de inmediato me alejó para protegerme del espectáculo decadente. Aun así, la noticia se propagó por toda la familia como un incendio forestal: mis tías comentaban, los tíos se preocupaban, mi mamá lloraba y mi papá, furioso. Entonces el réprobo se hospitalizó en una clínica de reposo con el fin de desintoxicarse, mientras los adultos me explicaron: lo que pasa, Santi, es que la droga es mala, muy mala, y tu primo la usa porque es bohemio. Y así concluyó mi mente infantil que la marihuana era un azote.

    Años después, cuando llegué a la adolescencia, tuve la oportunidad de experimentar en carne propia los efectos del licor y el cigarrillo en compañía de mis amigos, mientras algunos de ellos de mente más abierta experimentaron con la marihuana y se aficionaron a ella. Fue cuando aprendí que los burros no eran mala gente, que no siempre terminaban en manicomios, que no necesariamente eran malas influencias puesto que era posible decir no sin poner en peligro la amistad. A mí me gustaban los viajes que me producían fumar y beber, así que nunca quise modificarlos con un porro, pues como habrá notado el lector asiduo a Pura Vida, siempre he sido conservador en la elección de mis psicofármacos predilectos.

    Luego, cuando me hice adulto, en la facultad de medicina durante el semestre de farmacología me enseñaron que el principio activo de la marihuana era el tetrahidrocanabinol, es decir este era el nombre de la molécula responsable de su efecto en el sistema nervioso central, tal como lo es el alcohol etílico en el caso del licor y la nicotina en el del tabaco. También aprendí que provenía de un arbusto insignificante llamado Cannabis sativa, una matica sin gracia desprovista de flores, con hojas verdes delgadas en forma de espadas con bordes acerrados. Que la vía de administración más frecuente era inhalada al fumarla, no vía nasal, como en el caso de la cocaína, pero que también podía comerse, y hasta existían recetas de pastelería que la empleaban como ingrediente principal; en todo caso, por cualquiera de las dos rutas alcanzaba concentraciones en sangre que al llegar al cerebro alteraban fundamentalmente las percepciones, incluyendo la del tiempo, y por eso se decía que al trabarse con ganya el sexo producía experiencias gloriosas. Solo espero que algún lector generoso pueda compartir con nosotros sus experiencias a este respecto, sus aportes serán bienvenidos en la sección de los comentarios a este escrito. Pero también en la universidad descubrí que tenía un poderoso efecto analgésico que en algunos países lo empleaban terapéuticamente para el tratamiento del dolor crónico en pacientes con cáncer, por ejemplo. Y valga esta ocasión para precisar que en esa época también razoné sorprendido que las cosas nunca son solamente lo que parecen ser.

    Más tarde, cuando me gradué como médico y me especialicé en psicoanálisis mis lecturas me enseñaron que, tal como con el licor y el cigarrillo, o cualquier otra droga, había casos de adictos, es decir personas que hacían tolerancia, o sea que con el uso regular el metabolismo se adaptaba así que requerían dosis cada vez mayores para alcanzar el mismo efecto, además estos pacientes hacían hasta lo imposible por conseguirlas y sus vidas giraban alrededor de ese propósito único. También encontré que había un grupo aún más grande que simplemente abusaba de vez en cuando de su consumo, como quien se emborracha y fuma demasiado en una fiesta. Pero lo más común era el usuario esporádico, al que también le decían ‘social’, el que lo hacía ocasionalmente sin comprometer su rutina profesional ni emocional, como el que bebe y fuma cuando sale de programa con los amigos y la novia. Por otro lado, aun cuando su poder adictivo era similar al del trago y el tabaco, proporcionalmente producía menos enfermedades, muertos y costos a los sistemas de salud. Así que la marihuana tenía un lugar paradójico: era ilegal a la vez que menos nociva y difundida que el licor y el tabaco.

    Pero bueno, conocí el mundo cuando a nadie se le ocurría reducir el consumo de hidrocarburos, mucho menos cuidar el medio ambiente, la televisión era en blanco y negro, no existían los celulares ni la Internet, el sexo era seguro, el buceo peligroso; así que no me apena confesar que siento tranquilidad al pensar que la vida no ha cambiado tanto: el poder sigue en las manos firmes de los conservadores y la marihuana todavía es ilícita. ¡Por razones sentimentales prefiero que las cosas sigan así! Después de todo, los sistemas de valores no solo obedecen a reflexiones estructuradas y maduras, también tienen raíces infantiles, económicas, supersticiosas, en fin, se deben a muchos argumentos de apariencia razonable ya que la lógica permite legitimar cualquier cosa.