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La primera vez que asistí a una ópera transmitida por vía satélite

Semana
9 de noviembre de 2009


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Recibí un regalo magnífico, el mejor que he tenido en dos décadas, por lo menos. Se trató de una presentación asombrosa de Turandot transmitida por vía satélite desde el Metropolitan Opera House, de Nueva York. Todo sucedió aquí en Bogotá el sábado 7 de noviembre de 2009, y quiero dejar constancia de esa fecha inolvidable.

Desde el punto de vista de la forma, fue una experiencia sorprendente. El diseño de la puesta en escena estuvo a cargo de Franco Zeffirelli, así que describir su belleza, elegancia y cuidado con los detalles resultaría una perogrullada. La producción de esta obra póstuma de Giacomo Puccini (1,858-1,924), que Franco Alfano (1,876-1,954) debió terminar, se estrenó en 1,926 en La Scala de Milán, y casi mágicamente el sábado pasado se vio simultáneamente en 40 países a través de la asombrosa tecnología de innumerables cámaras que ofrecieron diferentes planos de los sucesos en el escenario.

Y como si fuera poco, durante los dos intermedios, me deleité con entrevistas a los participantes, como cuando por televisión interrogan a los ciclistas al finalizar las etapas de la carrera, entonces tuve la oportunidad de disfrutar del melancólico espectáculo de la utilería en desuso, y aprendí, por ejemplo, que la sección de cobres de la orquesta del Met es la más prestigiosa del mundo, claro que no debemos perder de vista que los gringos siempre dicen que lo de ellos es lo más grande, lo mejor, lo más variado, lo más surtido, en fin. Sin embargo, en oportunidades como esta, me da la impresión de que no exageran, me pareció inverosímil el coro magnífico y la gran orquesta entre el foso, dirigida por Nelson Andris. En esos diálogos también confirmaron las dificultades económicas que ese teatro de ensueño tiene para financiar sus interpretaciones majestuosas. Además durante casi diez años pensé que Frank Sinatra era mi punto de referencia en el manejo del terror escénico, pero luego de oír al tenor Marcello Giordani, quien hizo el papel de Calaf con la responsabilidad de cantar el legendario “Nessun dorma”, el aria clásica para los tenores, la más esperada y seguramente una de las más hermosas del repertorio operático, que además en el Met ya la habían interpretado Luciano Pavarotti, José Carreras y Plácido Domingo, por ejemplo; y este hipervínculo lo llevará a una versión conjunta de esos tres tenores, que por supuesto no es la que oímos en esta ocasión http://www.youtube.com/watch?v=MDtcidMR_6I. En resumen, se trató de una presentación impecable y una ocasión sobrecogedora, aun cuando la ópera es una experiencia personal con los músicos dentro el mismo teatro del espectador, este despliegue de tecnología y progreso me dejó una sensación inquietante y novedosa, además muy placentera, semejante a la que tuve la noche en que probé la deconstrucción de los alimentos según Ferrán Adriá.

Desde el punto de vista del contenido también quedé pasmado. Después de todo, hacía más de un lustro no presenciaba una representación completa de esta ópera, así que jamás la vi con ojos de hombre de aspiraciones literarias. El libreto a cargo de Giuseppe Adami (1,878-1,946) y Renato Simoni (1,875-1,952), es un relato redondo, sin detalles superfluos, en el que cada elemento tiene un por qué y un para qué, además de una estructura clásica, lineal, es decir: introducción, nudo y desenlace.

En el primer acto plantearon el problema. La decapitación, evocadora de la castración, era el castigo para quien aspiraba al lecho de la princesa Turandot sin lograr adivinar los tres acertijos imposibles que ella planteaba, hasta ese momento ningún pretendiente había sobrevivido. Entonces apareció el muy valeroso Calaf, un enamorado platónico a quien el romántico estupor le impedía sentir miedo frente el reto mortal y mucho menos entrar en razón con los ruegos urgentes de su padre, su suegro potencial, ni siquiera lo lograban los escarceos amorosos, y un poco sonsos, de la hermosa y dulce Liu. Claro que comprendo que Calaf la encontrara aburridísima, sin embargo creo que su función era de artilugio literario: un alter ego de la vil Turandot que servía de contraste para exaltar la crueldad y el narcisismo maligno de la insoportable dama, mientras la pobre niña bondadosa era libre a la hora de expresar afecto, así no fuera correspondido. Luego el segundo acto explicó el por qué de la aversión hacia los hombres por parte de la soberbia Turandot, en especial por aquellos con aspiraciones de zambullirse en sus carnes sagradas. Relataron las circunstancias de la conducta de la princesa: en tiempos victorianos, la sexualidad era un tema tabú, así que esta noble desdeñaba a los hombres arrogantes e indignos de su confianza, aun sin experiencia amatoria, pues era virgen hasta la desesperación, se trataba de un odio atávico originado en las vejaciones de un forastero a su venerada antepasada Lou Ling, quien falleció. Entonces el obstinado Calaf resolvió con solvencia los acertijos de la caprichosa Turandot, sin siquiera dudar, y ante sus ojos incrédulos vociferó las tres respuestas: esperanza, amor y sangre, que me parece sintetizan la premisa del relato: ¡que ruede sangre, la esperanza está en el verdadero amor! En el último acto, muy conmovedor por cierto, triunfó el amor puro, verdadero y genital luego de una elocuentísima exposición de Calaf sobre la naturaleza de su amor noble, y sobretodo inquebrantable, por la incomprendida Turandot. La besó en la boca con fruición indescriptible y, como en el caso del Príncipe y la Bella Durmiente, les fascinó cautivándolos para siempre, entonces en este momento cabe la suposición de que la parejita fue feliz eternamente y los súbditos de Turandot sintieron alivio a la vez que alegría, como se entiende con facilidad. No sin que antes muera la fácil Liu cuando Turandot se transformó en una dócil enamorada, recordemos que el amor la rescató, este personaje bobo dejó de tener sentido, así que desapareció de la escena mediante una eutanasia literaria, podríamos decir.

Pero lo más llamativo de esta narración algo cursi, es que fue muy interesante y emotiva. Estaba tan bien ensamblada que al principio causó rabia y preocupación, luego suspenso tenso y hasta malestar, pero en el último momento se hizo muy conmovedora cuando llegó el clímax y el amor triunfó sobre la muerte. Y este relato intenso se articuló estupendamente mediante las intervenciones de Ping, Pang y Pong, los tres ministros  que recuerdan a los Tres Chiflados, seguramente con algo de sátira política, quienes además de darle aire a la historia con su humor un poco infantil, aportaron contexto a los eventos, dándole la mano al espectador para que tolere, entienda y disfrute la totalidad de la obra.

Por otra parte, desde el punto de vista psicoanalítico, lo que representa esta ópera es la mejoría de un caso de histeria, que no se refiere solamente a la rabia perpetua de Turandot, también a su conflicto con la sexualidad expresado en dificultades enormes para relacionarse con los hombres, y por supuesto, ante la inminencia del coito.  El punto de quiebre, donde aparece el cambio catastrófico en la mente de Turandot es la muerte de la insípida Liu, luego de darle una lección teórica sobre feminidad y la entrega desprevenida al amor, que abre la posibilidad de que Calaf penetre la barrera de hielo de la princesa, quien de inmediato se transformó, se curó para siempre al adquirir la capacidad de confiar al menos en su pareja, logrando la sexualidad adulta, con libertad de tener al menos un hijo, si así lo deseara, al igual que de construir una vida satisfactoria, más benévola consigo misma y los demás. Entonces en este contexto, simbólicamente la sangre que rodó fue la de la virginidad, en un nivel concreto, y en uno abstracto, la inocencia de Turandot al transformarse en una mujer  humana, conmovedora, ya que se comprendió que  se trataba de la hija desamparada de un anciano, pues creció sin su mamá, que se la arrebató un inescrupuloso.

También es interesante detenerse a reflexionar sobre omnipotencia de la personalidad, también narcisística, de Calaf. Aquella que al fin y al cabo lo llevó a confiar en sí mismo hasta el punto de arriesgarse a la muerte y a escoger como pareja a esa dama bastante insoportable. Una situación que concuerda con la idea de la complementariedad de los enamorados y el antiguo adagio psicoanalítico: cuéntame que patología mental padece tu pareja, y te diré cuál es la tuya.

Por último, mi agradecimiento definitivo por este espectáculo maravilloso está en el gran placer estético que me produjo y en que me hizo pensar, así como renovar ideas.