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Lo que aprendí en un shower mexicano

Semana
23 de junio de 2011

?México es un país paradójico. Es uno de los primeros en Latinoamérica en permitir el matrimonio y la adopción de parejas gay, que lo haría parecer una sociedad bastante liberal, pero al mismo tiempo es uno de los lugares en donde las mujeres siguen casi completamente relegadas a un segundo plano en términos de igualdad y en donde la violencia de género es el pan de cada día. Y no solo hablo de los feminicidios de Ciudad Juárez, por el cual México fue condenado por  la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y más recientemente del Estado de México en donde cientos (quizás miles) de mujeres han sido asesinadas de manera cruel y sanguinaria, y otras miles han sido violentadas y golpeadas de manera brutal y sistemática durante las últimas dos décadas. Hablo del día a día y hablo de la vida en la Ciudad de México, que al igual que Bogotá en Colombia, es una isla dentro de un país cada vez más violento. Hablo de todos aquellos pequeños detalles que muestran y hacen sentir que por ser mujer vales menos.

 

Empecemos por lo obvio y por lo primero que cualquier recién llegado al D.F. nota cuando se monta al metro, los vagones delanteros exclusivos para mujeres y vigilados por un policía que evita la entrada de hombres a esa sección del tren subterráneo. El impacto genera sentimientos encontrados. Entre estos un sentimiento de discriminación disfrazado de protección. La primera pregunta es: ¿para qué separar a las mujeres que viajan solas de los hombres? La respuesta está en los ojos de varios de aquellos hombres en el metro, para quienes no es cuestión de respeto evitar mirar a las mujeres como si fueran comida. Para quienes no es tabú gritarle una vulgaridad a cualquiera de ellas. Y peor aún, para quienes es normal agarrar lo que les apetece y así abusar de cualquier desprevenida al meterle la mano entre el pantalón, debajo de la falda o por la blusa. Una despistada en el metro que en hora pico entre sola a un vagón mixto corre el riesgo de salir más tocada que el himno nacional. Tanto así, que en varios vagones hay carteles que advierten a estos hombre que básicamente tocar sin permiso, decirle obscenidades o frotar sus partes ‘nobles’ contra una mujer es acoso sexual y puede ser tipificado como delito. Y luego uno se pregunta: ¿Pues no es obvio que eso es un delito? Al parecer no, sobre todo porque como en el caso del robo de celulares en Bogotá, muchas prefieren no denunciar.

 

En vez de buscar políticas que obliguen a enseñar desde el colegio acerca de la igualdad de los géneros, de la educación sexual, de que está mal golpear a una mujer así sea tu hija, tu novia o tu esposa, aparecen ideas brillantes como la del alcalde de Navolato, Sinaloa, quien quiere prohibir las minifaldas. Según él, porque esto ayudaría a bajar los índices de embarazos adolescentes. Pero básicamente, porque acá aún se cree que los hombres son como bestias, que una vez arden en deseo o entran en furia nada los puede detener, y que quienes provocan esos estados de pasión son las mujeres y que por consiguiente ellas son las reales culpables de las reacciones que ellos puedan tener. Es decir que si te toquetearon en el metro era porque ibas vestida de manera provocativa, y si te pegaron es porque, fijo, hiciste algo malo.

 

Hace dos semanas se llevó a cabo La Marcha de las Putas en donde mujeres y algunos hombres de diferentes organizaciones en contra de la violencia de género, y algunos entusiastas del común, salieron a protestar por el derecho de las mujeres a no ser violentadas de ninguna manera. Bajo el lema: “Ni vaginas, ni pechos, sólo mujeres que exigen sus derechos”, salieron a la calle. En parte también a demostrar que sin importar como estaban vestidas habían sido victimas del famoso “arrimón”, que en colombiano se puede traducir como: "severa restregada".

 

Y más allá de eso, acá también es común que a las mujeres se les pague menos que a los hombres por el mismo trabajo. Y que a muchas sus novios o sus maridos les prohíban trabajar, y hasta socializar con personas que no estén preaprobadas por ellos. Eso sin contar la cantidad de golpes que reciben muchas desde que empiezan a salir con un hombre y que casi todas creen merecer porque se han portado mal, porque lo han visto como ejemplo en casa de sus padres, o porque hasta el galán de la telenovela le ha volteado el mascadero a la heroína alguna vez cuando esta se ha puesto revoltosa.

 

¿Y qué tiene que ver esto con el baby shower al que asistí hace poco? Quiero empezar por explicar que ese ‘happening’ en uno de los sectores más exclusivos de la ciudad, en una casa hermosísima, con mujeres del estrato más alto, fue para mi todo un experimento sociológico. Y por supuesto, me ayudó a abrir los ojos a la situación de las mujeres en México.

 

Primero que todo quiero aclarar que ninguna de ellas, todas divinamente peinadas, entaconadas y con carteras carísimas de Louis Vuitton y Carolina Herrera, monta en metro. Y que probablemente ninguna supo acerca de La Marcha de las Putas, pues ninguna gusta mucho de bajar de las lomas en las que viven y acercarse al centro contaminado, sucio y lleno de pobres de la ciudad. Pero, sin embargo, son también, en mi opinión, responsables de la opresión que viven las mujeres en este país.

 

Eran mujeres casadas, con hijos, casi todas menores de 40 años, pero a diferencia de la mayoría de madres colombianas de todos los estratos, ninguna trabaja. Es más, una de ellas contó, como si se tratara de una gran ocurrencia, que su marido un día le reclamó por unos gastos a la tarjeta de crédito, por algún vestido que compró, y ella lo amenazó con que si la seguía molestando por eso iba a volver a trabajar. A lo que otra de las allí reunidas contestó: “Ay no, trabajar, plop” e hizo la mueca de los finales las historietas de Condorito. Acá el sueño de casi toda mujer, porque no se debe generalizar aunque acá si son muchas, es conseguir un marido que pueda mantenerla para que ella pueda dedicarse al shopping, a las onces con las amigas, al gimnasio y a mostrar sus pocas capacidades automovilísticas detrás del timón de una flamante 4x4. Por que no solo es el hombre el que prohíbe a su mujer trabajar, pues cree que eso es una afrenta contra su hombría y su capacidad de cuidar y proveer del hogar, sino porque la mujer aspira a eso.

 

Y luego cuando conté que iba a estudiar una maestría, una comentó como si fuera normal: “estudiar esta muy bien, pero en su momento, antes de casarse y tener que dedicarse al hogar”. Y luego otra comentó que no, que ella también quería estudiar, que ella quería hacer un curso de cocina. De ahí en adelante la conversación derivó en batidoras gigantes de Kitchen Aid y luego en colegios.

 

¿Cómo es posible que las mujeres que en una sociedad lo tienen todo, que pueden estudiar en las mejores universidades, que pueden destacarse en puestos importantes gracias a su educación, prefieren ser mantenidas? ¿Cómo es posible que ellas, que en verdad podrían generar un cambio y ayudar a empoderar a todas las mujeres de su país con su ejemplo, prefieran tomar té y hablar del miedo que le tienen a sus maridos cuando se ponen bravos? Y ante todo: ¿cuál es ejemplo que le están dando a sus hijas? Mientras las mujeres que lo tienen todo no se apersonen de su rol, cambien patrones y de verdad quieran todo, la división en el metro seguirá existiendo.

 


 

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