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Los amigos

Semana
15 de junio de 2009

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La semana pasada transcurrió para mí entre amigos. (En estas reflexiones empleo la palabra amigo como en latín, en género neutro, así que se trata de hombres y mujeres por igual.) Es fácil suponerlo, fui feliz, extraordinariamente feliz, como no lo había sido desde hacía mucho tiempo. Y lo afirmo con prudencia, para no incurrir en cursilerías, además sabiendo que escribir algo innovador con relación a la amistad, así como sobre amor, es casi imposible.

Tuve un encuentro inolvidable. Se trató de la espléndida despedida de un amigo que partiría al día siguiente a trabajar en un país africano olvidado de dios, sin siquiera panaderías, y tan violento que para llegar a su oficina deberá utilizar chaleco contra balas y casco militar. Lo conocí en 1,969, y estuvimos juntos en el colegio hasta 1,978 cuando se retiró voluntariamente para continuar con su educación esmerada en otro plantel que le pareció más conveniente. Además me encontré con varios miembros de su familia. (Otra característica muy agradable de los viejos amigos, se conocen las familias completas.) Esa noche estaba su hermano y su mamá, quien vívidamente recordó que en 1,977 me perdí en Bruselas en una feria con infinidad de personas y de juegos para entretener niños. Lo que sucedió fue que al descubrir que me había aislado del grupo, decidí regresar a la casa solo en un tranvía, una aventura un tanto inquietante, después de todo estaba en Bélgica bajo su supervisión y responsabilidad. Entonces remató esa historia olvidada hacía tres décadas diciendo: “usted debe ser muy inteligente, ¿cómo hizo para llegar hasta acá?” También estaba presente su hermana, con quien conversé animadamente y, al final, se despidió de nosotros cantándonos: “¡hasta luego chinos!” (Para esta adorable mujer yo seguía siendo el amiguito de su hermanito, cosa que le agradezco infinitamente.) Por último, asistieron sus compañeros del Anglo. (Una anotación trascendental en 1,980 en el Colegio San Carlos, cuando los mirábamos con desdén por jugar básquet como abuelitas.)

Me maravilla cómo esas conversaciones suceden en un eterno presente. Ese afecto entrañable que data de la infancia siempre surge, aun cuando ya llegamos a la edad en que estamos convencidos de que todo animal viviente orina a las tres de la mañana. Seguimos entendiéndonos con la misma fraternidad y euforia de esa época, así cada uno de nosotros haya labrado ya su destino y estemos tratando nuestros temas habituales: asuntos profesionales y laborales, comentarios políticoeconómicos, al igual que socioculturales, sobre nuestros hijos y, rara vez, tocamos la cuestión de las mujeres, pensándolo bien, puede haber sucedido unas dos veces durante todo este tiempo. ¡Me encanta almorzar como mis amigos de colegio!

También hay amigos de universidad, posgrado, vecinos de la oficina y otras personas maravillosas relacionadas con el trabajo. Esta semana celebramos el cumpleaños número cincuenta de un colega, por supuesto mucho mayor que yo. No solo agradecí la magia de la cena magnífica, los licores abundantes y el prolongadísimo baile cadencioso, lo más impactante de la ocasión fue el afecto de su familia y sus amigos, provenientes de todos los momentos de su vida. (Yo, por ejemplo, estaba entre los más recientes, apenas lo conocí en 1,984.) En todo caso, esa noche su padre hizo un discurso emocionado y elocuente, y entre sus tiernas reflexiones, apostrofó: “la amistad es más importante que el amor y el dinero, ya que siempre es más duradera.”

Además la amistad tiene un aspecto semejante al legendario amor a primera vista, es posible encontrar personas con quienes nos entendemos con facilidad casi mágica, aún sin conocer detalles de su biografía, incluso esas áreas desconocidas abren la posibilidad de prolongadas conversaciones interesantísimas. Así, a pesar de ser recientes, la solidaridad y el respaldo surgen espontáneamente, sin esperanza de reciprocidad. Con cualidad munificente (cósmica, diría un amigo astrólogo), se trata de relaciones llenas de generosidad, cariño y preocupación desinteresada por el bienestar del otro, así tan solo hayan transcurrido algunos meses.

Por último, llegó la Internet. Un progreso enorme que facilitó la amistad todavía más a través de sus herramientas sociales, como el correo electrónico, Facebook, Hi5 y demás instrumentos de la web para esta finalidad, entonces se hizo posible trabar amistades que de otra manera sería imposible. De igual forma, el blog tiene un efecto semejante, precisamente ayer me abordó un lector asiduo de Pura Vida, quien me felicitó y me agradeció la compañía que le daban estas publicaciones. (Tal vez ese sea el misterio de la amistad, la necesidad de compañía que todos tenemos.)