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Moisés Naím y el déficit de paciencia en ricos y pobres (asamblea BID)

Semana
29 de marzo de 2009

 

En un panel sobre "Calidad de vida más allá de los hechos: cómo influyen las percepciones en la política", Moisés Naím recordó que “en América Latina hay déficit de paciencia”, una tesis suya que data al menos de 2006 (en “El continente perdido”, Foreign Policy, 18, edición española)

Naím, venezolano, doctorado en MIT, dirige Foreign Policy, que llega a 180 países en 12 idiomas. Es columnista de Financial Times, El País (de España), The New York Times, Newsweek, Corriere della Sera, Le Monde, Berliner Zeitung, muchos otros periódicos, y El Tiempo (de Colombia). Imaginen, pues, la influencia que tiene.

“Mientras todos los actores influyentes no se vuelvan más pacientes”, dice, no se logrará “el progreso social a gran escala, que exige años de esfuerzos constantes que no se interrumpan prematuramente para sustituirlos por una solución nueva y de big bang”.

“Hace falta más tiempo del que los votantes, los políticos, los inversores, los activistas sociales y los periodistas están dispuestos a esperar antes de probar con otra idea o con otro político”.

“Déficit de paciencia” es una descripción provocadora de la cultura asociada al cortoplacismo, aunque probablemente no entre a las ciencias sociales como una “categoría analítica”.

De hecho, otro hombre de Washington, Edmundo Jarquín, que estuvo en el BID, había acuñado que la región padecía de un “déficit de esperanza”. Benedicto XVI dijo hace poco que Occidente sufre de “déficit de esperanza”. Son conceptos que nos ayudan a pensar la realidad.

Por ejemplo, ¿son más pacientes los ricos o los pobres en términos políticos? Naím me respondió al rompe que “los ricos, porque tienen cómo aguantar”. Él mismo citó en el panel a Albert Hirschman: ¿por qué los pobres tienen tanta tolerancia con sus circunstancias?

La respuesta de Hirschman fue el “efecto túnel”: “mientras las personas tienen la esperanza de ver alguna luz al final del túnel y de llegar a destino, la tolerancia respecto de las desigualdades e injusticias predominará sobre la impaciencia”, en palabras de Jürgen Schuldt, un talentoso blogger peruano (Memorias de Gregorio Samsa).

Otro argumento en el sentido de “los pobres son más pacientes” está en el estudio coordinado por el colombiano Eduardo Lora, base del panel:

El hallazgo fue bautizado “La paradoja de las aspiraciones”:

“Los más pobres y menos educados tienen mejor opinión de las políticas sociales que los individuos más ricos o con mejor educación de sus mismos países. La falta de aspiraciones debilita las demandas de los pobres (…)”

Justo aquí entra Naím a la sala de prensa de la asamblea del BID, le muestro lo que llevo escrito, le cuento la “línea argumental” que se aleja de su respuesta de pasillo, y entonces me pide que en cualquier caso le cite esta frase:

“No se le puede pedir a ningún padre, que no le pueda dar de comer a sus hijos, que tenga paciencia”

Cumplido está, y sigo. Parece que, según la misma encuesta, a medida que los pobres van progresando aumenta su impaciencia. Lo llamaron “La paradoja del crecimiento infeliz”

“La insatisfacción en los países de rápido crecimiento es el resultado del acelerado aumento de las expectativas de consumo material y de la competencia por estatus económico y social”.

Dos frases de Naím en el panel, la primera en beneficio de la línea que elegí:

i) “La felicidad, según la encuesta, pareciera no tener que ver con los ingresos”. Si es así, resulta plausible que los pobres sean más pacientes, ¿no?

ii) “La clase media creció en América Latina entre 2002 y 2007. Esto crece las expectativas, y súbitamente nos llega la crisis. Millones que tenían el sueño de progreso se pueden frustrar”.

¿Veremos impaciencia, y si sí, la veremos en acción en los procesos electorales presidenciales que vienen en la región?

Espero que todo esto les parezca relacionado con una de las dos cuestiones que me trajeron acá:

¿El poder acelerará el cambio social?