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Oscar Guardiola sobre 7 Papeleta

Semana
12 de junio de 2008

 

Han llegado respuestas a “7 Papeleta: ¿Generación del Bicentenario?”.

 

El debate entre los de la Séptima Papeleta podría motivar a algunos a alquilar balcón. Vamos a intentar dar un espectáculo moderado.

 

Ha reaccionado in extenso Oscar Guardiola-Rivera, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Londres, uno de los más emblemáticos miembros de la generación, como que fue el segundo renglón en la lista de Fernando Carrillo a la Asamblea Constituyente.

 

Me gusta recordar esto para imaginarlo echando discursos electorales en las llanuras de Sucre, lo que hizo (en 1990).

 

Abogado de la Javeriana, PhD en filosofía, “prefiere escribir libros a columnas”: es coautor de 8 libros, la mitad publicados en el exterior.

 

Oscar Guardiola-Rivera es un pensador radical, como se entiende en el medio académico anglosajón (crítico de la globalización, del colonialismo, del poder, neomaterialista, intelectual de subalternidades).

 

Su último libro, 'Seguridad y Dependencia', será lanzado en julio en la Universidad de Antioquia.

 

Oscar se ha “despachado” un comentario crítico con cuestiones fundamentales. Lo copio íntegro para disfrute de los lectores que aprecian, sin aburrirse, las “batallas de las ideas”.

 

Ya tendré oportunidad de despacharme mi contra-comentario!

Una contribución a la reflexión: UNOS Y MUCHOS


Por Oscar Guardiola-Rivera

En su blog del pasado 8 de junio, el comentarista Daniel Mera postuló a la ‘Generación de la Séptima Papeleta’ como capaz de asumir una vez más ‘un notable protagonismo en la vida pública nacional’ hacia el 2010, coincidiendo con el Bicentenario de la Independencia.

 

Se trata de una auto-postulación; Mera es miembro de dicha generación y fue parte del Movimiento Estudiantil. Es también un reto que va dirigido no sólo a estos ‘jóvenes’, entre los cuales me cuento, sino a todos los que pertenezcan a generaciones posteriores a la de la ‘Séptima Papeleta’.

 

Se trata entonces de un grupo muy diverso. No es dable asumir que pueda agruparse esta colección diversa como ‘generación’ o que dicho grupo desee ser identificado, utilizando términos que recuerdan más el vanguardismo político de los setentas y menos la formación del bloque popular, anti-elitista, y militante que caracterizó el proceso de los noventas, como el ‘protagonista’ o el motor de la vida pública nacional.

 

Recuérdese que el movimiento de los noventas, en su momento ‘popular’ y de mayor capacidad, al enfrentar las potenciales decisiones de la entonces Corte Suprema de Justicia y el reto de su división interna, consistía en una alianza no calculada entre estudiantes, mandos medios en los medios de comunicación, trabajadores, movimientos sociales y sectores de provincia.

 

Recuérdese que se trataba de hacer el tránsito de la ‘democracia representativa’ a una ‘democracia participativa’, lo que implica –ayer tanto como hoy- denunciar a los ‘representantes’ y al dogma de la democracia electoral e histórico-partidista, la que ‘toma’ decisiones distribuyendo dinero y puestos, cuando no movilizando ejércitos irregulares que luego se vuelven contra ella, como un límite insuficiente y precario.

 

Recuérdese que se trataba de pensar en grande acerca del futuro de Colombia, no de lograr un ‘acuerdo de lo fundamental’. Se trata de realizar lo improbable: salir del círculo vicioso guerra-emergencia-más guerra, abandonar la política fatal del amigo/enemigo, hacer a un lado la política y la economía del sacrificio en los altares de un ‘bien común’ presentado desde arriba como un límite inapelable.

 

Estas tres formulaciones constituyen requisitos tanto o más esenciales para la creación de un proyecto político viable y digno de ser comparado con el Bicentenario y la Independencia, que la sola continuidad del activismo ‘influyente’ y ‘protagonista’ de unos cuantos ‘guardias pretorianos’.

 

Es más, este último camino corre el riesgo de repetir el modelo vanguardista y elitista que aún domina y tiene al borde del fracaso el proyecto de garantizar una vida colombiana políticamente sana y sin conflicto armado. La sola idea de una ‘guardia pretoriana’ continúa en el discurso lo que en la práctica hace persistir la reciprocidad de los armados.

 

¿Existe un modelo alternativo? ¿Cuál? Afirmo que sí existe, y que tiene dos componentes concretos:

 

Primero, responder a la pregunta ¿cuál es el objetivo político-militar de Colombia en el futuro? Asumamos en gracia de discusión que la seguridad democrática, poco más que una estrategia de contención coercitiva y territorial, ha funcionado. Responderíamos entonces: el objetivo es ganar y poner fin a la guerra.

 

Pero existen dos sentidos opuestos acerca de lo que significa ganar una guerra. De un lado, el exterminio del enemigo; esta política de nuda coerción parece ser lo que tienen en mente buena parte de quienes ya gobiernan. Del otro lado, ganar es alcanzar la posición hegemónica. Ello significa que la sola coerción no basta, y más importante aún, implica rechazar de plano la posibilidad de re-fundar la comunidad o la nación sobre el ‘exterminio’ o el sacrificio ritual de otros Colombianos, por inhumanos que nos parezcan.

 

Ello es así no sólo porque dicha opción es moralmente incorrecta; constituye también un craso error político: no hay tal cosa como la ‘solución final’; quienes optan por ella pueden esperar un nuevo retorno de las hostilidades. El resultado es lo que ya tenemos: guerra infinita.

 

Más aún, quienes optan por dicha opción terminan por hacerse indistinguibles de aquellos a quienes condenan como ‘inhumanos’ o ‘apátridas’, así dicha condena se haya hecho precisamente en nombre de la Humanidad y de la Patria.

 

Este es el significado último de fenómenos como la ‘parapolítica’, la ‘farcopolítica’ o la ‘yidispolítica’.

 

De allí el segundo componente: abandonar el vanguardismo en política. Dicho de otra manera, se trata de evitar la confusión entre militarismo y militancia. El primero le apuesta a un grupo, a los amigos, y busca luego el exterminio del enemigo. Pero una vez logrado ese fin encuentra que no tiene propuesta positiva alguna. Carente de propuesta, su persistencia política llega a depender de la persistencia política del enemigo, o de la continua invención de uno nuevo. El resultado es una vez más guerra infinita, y la degradación aún mayor de la política.

 

En cambio, la segunda implica la realización de un proyecto, de un sueño, por improbable que este parezca. Quienes piensan que la política es el arte de lo posible se equivocan. Si la política aspira a ser un arte, a ser virtuosa, sólo puede consistir en la capacidad de realizar lo improbable. Ello implica convicción y firmeza. La capacidad de hacer una declaración que cautive a las mayorías, en forma independiente del carisma y los triunfos militares. Por eso no puede depender de una persona o de un grupo. Tan solo puede tratarse de una acción colectiva.

 

Esta es la lección que nos ha dejado la generación del Centenario, el Movimiento Estudiantil del 91, el Manifiesto Contra la Guerra del 2002, los jóvenes capitanes de los indígenas Nasa y los grupos Afro de la Costa Pacífica, para no mencionar a los que debatieron en Facebook y en las calles en época más reciente.

 

Dichos grupos han militado o han sido percibidos como militando en contra de la degradación y apropiación de la política por parte de un grupo, una ‘clase’ o unos sectores que, sin importar el color ideológico con que se los pinte, monopolizan a una la fuerza, la tierra, y los puestos.

 

Importan menos los nombres que menciona Mera, o los que deja de mencionar. Importan más el proyecto, lo que él denomina el ‘bautizo en comunión’ al calor de un acontecimiento, y la militancia de quienes entran a formar parte de esa comunidad. En una comunidad militante y renovada no hay lugar para los nombres singulares.

 

Tampoco hay lugar para el exterminio de un individuo. La nueva política que necesitamos contiene un solo y simple principio: no hay uno que sea equivalente a los muchos.

 

Oscar Guardiola-Rivera, junio de 2008