Home

Blogs

Artículo

Patria y hablar mal del país afuera

Semana
4 de marzo de 2009

 

El vicepresidente Santos regresó de Europa y Estados Unidos preocupado y dolido por lo que dice la oposición en el exterior.

 

En un nivel básico, se trata de la misma falta de rigor, honestidad intelectual y temperancia del lenguaje utilizado en el debate gobierno-oposición.

 

Con la globalización política, nuestra polarización salta las fronteras, encuentra algunos públicos predispuestos, y las palabras se desbocan porque nadie levantará la mano con un ¿qué estás diciendo, compadre?

 

En cierto sentido, la oposición le aplica al gobierno en el exterior sobredosis de la medicina que recibe acá. Nos está fregando la combinación de oídos sordos, odio e ideología.

 

¿Por qué la oposición no asume un “compromiso de país” en sus salidas internacionales?, si “patria hay una sola”.

 

El Gobierno no puede decir que ha intentado un consenso político fundamental sobre política exterior, como marco de auto-regulación para esas salidas.

 

Tampoco que ha buscado concertar con los partidos de oposición un “proyecto de nación” para darle contenido vinculante al sentimiento de “patria”.

 

Entonces Francisco Santos no tiene tanta razón en sus quejas.

 

En un nivel más complicado, surgirá la cuestión: si no estamos de acuerdo en el traspaso democrático del poder, no estamos de acuerdo en nada. “Estamos en guerra y todo vale”.

 

La opinión nacional castiga los excesos de la oposición afuera, pero igual se crea o refuerza el lío con los factores de poder en la globalización. Tener las mayorías electorales y en la opinión no sirve mucho en este problema.

 

Es responsabilidad del gobierno (y de los partidos que aspiran seriamente a gobernar) controlar los efectos perjudiciales de la política interna en la posición internacional del país.

 

Y no se trata de nombrar a opositores como embajadores. Es algo más arduo que eso y que hablar con personas que portan la parte de la verdad y de la razón que las ideologías permiten.

 

Se trata de alcanzar un proyecto de nación compartido en cuestiones básicas, que impulse que el gobierno y la oposición hablen con rigor, honestidad y temperancia aquí y afuera, y que cuando fallen en eso siempre haya un ciudadano que levante la mano con un ¿qué estás diciendo, compadre (o comadre)?