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Patriotismo

Semana
5 de julio de 2011

?En México el sentido de patria es una constante. No sólo en la comida, en la que siempre están presentes los tres colores de la bandera, pues el blanco de la cebolla, el verde del chile y el rojo de la salsa están en cualquier mesa que se respete. No solo en el grito de ‘Viva México’ que aparece en las canciones de los mariachis, en las protestas, en los partidos de futbol y en una canción de Molotov que todos hemos vociferado adicionando una grosería. No solo en el ferviente amor por la virgen de Guadalupe. Es un componente más que flota en el aire y que se respira a diario junto al oxigeno, al olor a tortilla y al smog. Y fue precisamente en un día cualquiera en el que transitaba por una la calle Patriotismo en el D.F. que empecé a pensar en el sentido de esa palabra, y de la palabra patria.

 

Curiosamente me puse a pensar en el sentido de esa palabra pues durante años he estado acostumbrada a que me digan que soy una apátrida. Las razones han sido varias y en la mayoría injustificadas, en mi humilde opinión. Me dijeron apátrida porque critiqué, y aun critico, los ocho años de gobierno del ex presidente Álvaro Uribe. Porque nunca me quise poner la pulserita con la bandera de Colombia. Porque estuve de acuerdo, en parte, con la indignación de Ecuador después del operativo contra Raúl Reyes. Me han dicho apátrida porque considero a Alemania mi segunda patria y canto su himno con sentimiento. Aclaro, el himno colombiano también lo canto con sentimiento y en ninguno de los dos casos me pongo jamás la mano derecha sobre el pecho. Es más, en un momento un compañero de trabajo me dijo: “Carolina, si a usted no le gusta Colombia, por qué vive acá”. Todo porque había dicho sin pudor que me parecía que la adaptación colombiana de Grey’s Anatomy era mal producida y mal actuada y que no me gustaban las novelas y por eso no veía televisión nacional. 

 

Recuerdo, con algo de vergüenza, que cuando pequeña le pregunté a mi mamá por qué había nacido en un país tan desconocido y exótico, después de que mis compañeros de colegio y un profesor bastante desinformado en Alemania me preguntaran si en Bogotá andábamos en canoas en la selva. También soy conciente de haber vaticinado más de una vez la derrota de la selección y de haber dicho sin pena que estaba segura que no íbamos a clasificar al mundial, cosa que me ha generado más de una pelea sería con mi esposo. Además no me muerdo la lengua para decir que no me gusta del todo la música de Shakira ni de Juanes y que nunca he comprado un disco de ellos.

 

También he de aceptar que me molesta nuestra tendencia a montarnos al bus de la victoria y de siempre querer recalcar que fulanito de tal, que es de otro país y que está triunfando, tiene mamá, papá, tíos, primos o perro colombiano.  Y debo confesar que odio nuestra facilidad para la violencia y que en Colombia la vida de un colombiano no valga nada.

 

Pero mientras continuaba mi recorrido por la calle Patriotismo también quise gritar que amo a mi patria y que me siento orgullosa de ser Colombiana  y no me gusta que me digan apátrida, porque no lo soy. Ahora que soy extranjera, siento un calorcito en la panza cada vez que oigo el acento de un compatriota (que abundan en esta metrópolis) así no hable con él, ni lo conozca, ni me importe, no puedo evitar sonreír. Que siento un orgullo profundo cada vez que veo una tienda de una marca colombiana, como Totto y Mario Hernández, en un centro comercial del D.F., o cuando veo que Starbucks está promocionando el delicioso café de Nariño. Cuando en mi Ipod empieza a sonar Bomba Estéreo siento ganas de bailar y cantar: “mantenlo prendido fuego”.  Y cuando me baño y estoy distraída untándole jabón a mi estropajo empiezo sin mucha conciencia a tararear: “De donde vengo yo, la cosa no es fácil pero siempre igual sobrevivimos”, de Choc Quib Town.

 

Además, desde los 18 años he cumplido con mi deber ciudadano y he votado en todas y cada una de las elecciones, aunque casi nunca ganan mis candidatos. También últimamente no hago más que soñar con plátano, suero costeño, el ajiaco que hace mi mamá, la gyosas de Wok y una hamburguesa con queso del Corral. Pero sobre todo, porque Colombia es mi tierra. No tengo otra. Ese es mi hogar y por eso celebro sus triunfos, como la firma de la ley de victimas; sus goles, y vivo recordando las cosas buenas. Y porque me duelen las cosas malas como la violencia, la corrupción, los asesinatos y los secuestros, critico lo que creo que no está bien, pues deseo que mi país cambie y mejore. Y eso, para mi, es ser patriota. No es conformarse con lo que hay y no verle defectos y celebrar bobadas. Ser patriota es precisamente ver los defectos y querer mejorarlos, soñar una Colombia mejor. Eso es lo que nos hace verdaderos amantes de nuestra tierra. 

 

Y por eso los quiero dejar con este video, que me conmovió el alma, porque como Colombiana que está lejos de su tierra espero mi regreso…a la tierra del olvido.

 

PD: Advierto que el impacto de este video puede aumentar proporcionalmente a partir de la distancia que se tenga en este momento del hogar. Pero eso no le quita que sea un experimento hermoso.

 

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