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Plegaria para no volver a Disney World

Semana
28 de junio de 2010


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El Día del Padre recordé el conocido adagio latino ne quid nimis, una recomendación para siempre buscar el justo medio, nada debe ser excesivo, y esta sentencia se me vino a la cabeza mientras pensaba que me gustaban los perniles de pavo ahumados que vendían en puestos ubicados estratégicamente a lo largo y ancho de Disney World.  Y no me quejo de la paternidad, es una labor noble y vitalicia, además me adhiero a los que piensan que la clave del éxito en ésta actividad está en que la familia no descubra que se desfallece. Tal vez por eso me acordé de los paseos a Disney, que aun cuando maravillosos, exigen estado físico, disciplina, paciencia y buena voluntad. Pero lo que me motiva a escribir esta plegaria para no volver a Disney World es la fobia que le tengo al gran parque, un terror que nada tiene que ver con mis hijos, solo con que, para mí, ese lugar se transformó en una suerte de reloj que sirve para seguir la complejidad creciente de mi vida, una observación tenebrosa que se aleja de la máxima mencionada, ne quid nimis.

La primera vez que estuve allí, era soltero y fui de paseo con mi familia, la época más feliz y desposeída de mi vida. La segunda, seguía soltero, pero ya era un poco mayor y, por supuesto, las circunstancias cambiaron: iba con mi hermano y un taxista dipsómano que nos sirvió de nana, es decir en esa oportunidad conocimos las atracciones acuáticas del Parque puesto que imperaba un verano calurosísimo, así que el hombre simplemente se sentó bajo un parasol a tomar vodka Smirnoff, mientras nosotros nos zambullimos en piscinas de todos los tamaños y formas concebibles, algunas con toboganes vertiginosos. Luego, la tercera vez que estuve en ese lugar, el programa fue totalmente diferente, aun cuando premonitorio, en ese entonces era un adulto muy joven y no supe entender el mensaje latente, pues estaba obnubilado, en esa ocasión estuve con mi novia que vivía en la Florida, así que para no aburrir con detalles que con facilidad cualquiera puede anticipar, espero que simplemente acepten mi palabra: ¡el plan fue estupendo! La cuarta vez, era padre de familia, formaba parte del extenso grupo de seres humanos que no pueden dormir ocho horas continuas, ver televisión en paz, comer con comodidad, oír un concierto completo ni mucho menos descansar cuando el cuerpo lo pide; en ese viaje la mayor parte del tiempo se me fue oteando a mi niño mientras se divertía subiéndose en todas las piedras y muros que encontró en ese lugar enorme, y por supuesto, jamás imaginé que llegaran a ser tantos los obstáculos fascinantes que la criaturita encontraría; además, como si fuera poco, su impulso mingitorio se exaltaba cuando estábamos a punto de entrar a las atracciones luego de filas inacabables, curiosamente el Parque estaba muy concurrido a pesar de estar envuelto en un invierno severísimo, no había nieve, pero sí un viento helado que parecía agujas de hielo perforando la ropa, y de regreso al hábito miccional de mi niño, pacientemente cuantas veces hubo necesidad lo llevé a orinar. Sobra anotar que en esa oportunidad descubrí el significado de la muy conocida expresión: “la vida del turista es dura”. La quinta, y última vez que fui por allá, estuve con el menor de mis hijos, y como novedad puedo informar que en aquella ocasión noté que la presbicia empezaba a acosarme, no me permitió disfrutar de las presentaciones de cine en tres dimensiones, simplemente en ese viaje descubrí que había envejecido, mis ojos cansados no lograba ver bien con los anteojitos esos que dan a la entrada de los teatros antes de las presentaciones 3D; así mismo, precisamente en ese paseo descubrí las ventajas de los computadores de bolsillo, que en esa época se conocían como palmtops, eran equipos especialmente útiles para entretenerse durante horas mientras la familia iba de compras, y, como si fuera poco, esto sucedió hace ya tanto tiempo que esos aparatos ahora son anacronismos, hasta el punto que desaparecieron del mercado luego de que muchos modelos de celulares los superaron en eficacia y versatilidad, reemplazándolos definitivamente.

 Y no debemos equivocarnos, Disney World es un lugar maravilloso. Es más, estoy de acuerdo con Umberto Eco, se trata de la Capilla Sixtina de los gringos: es el centro del culto por la belleza de la simetría y la hermosura de lo artificial, es el lugar donde predomina la exuberancia encantadora de la tecnología y el confort de lo desechable, en suma, ese lugar es el ícono de la opulencia de los yanquis, hasta el punto que desterraron la muerte del mundo increíble de Walt Disney, el lugar está dotado de una red de túneles que le sirven de acceso a los equipos médicos encargados de garantizar la evacuación de los enfermos que puedan presentarse, para que nadie muera dentro de los linderos del Parque. Así que para terminar, debo aclarar que lo que no me gusta, o mejor, lo que me da miedo de Disney World es que me hace recordar, me muestra la tendencia inadvertida, pero constante, de la vida a complicarse cada vez más.

 Así que escribo esta plegaria para no volver a Disney World, con la esperanza de simplificar, de encontrar un equilibrio cómodo, aspiro a que ne quid nimis se transforme en un mantra. Que las divinidades no me deparen otro viaje a ese lugar macabro, y que si lo hicieran, me otorguen acompañantes tolerantes de la diversidad humana, verdaderos demócratas, gente comprensiva que acepte, sin sentirse rechazada ni ofendida, que me quedé sentado junto a la piscina del hotel en Orlando, leyendo y tomando cerveza fría, mientras regresan de su recorrido por ese lugar de espanto.