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Reflexiones en Semana Santa a propósito de pedofilia y sadomasoquismo

Semana
4 de abril de 2010

 

¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? (San Mateo 7:3)


 

    Semana Santa invita a reflexionar, como dicen los curas. En esta oportunidad me parece oportuno hacerlo sobre moral y buenas costumbres, en especial sobre autoridad para juzgar a los demás, ya que empezó con una nueva denuncia de pedofilia que el papa Benedicto XVI debió sortear. Además unos días antes, el Papa se había disculpado ante la humanidad entera por los innumerables abusos cometidos por la Iglesia en contra de la infancia. Y, como si fuera poco, recientemente aparecieron por lo menos 300 casos de pedofilia de Monseñor Georg Ratzinger, hermano del Papa. Entonces a nadie sorprende que la popularidad del Sumo Pontífice decayera a un 25%, al menos en Alemania, de todas maneras, luego de disculparse la feligresía sintió cierto alivio en medio del escepticismo y la desilusión, de la rabia y la desconfianza, tal vez apelando al valor cristiano del perdón, que parece tener alguna posibilidad luego de tantas víctimas de sadomasoquismo y pederastia.

 

    Entre muchos, se descubrió el historial del padre Lawrence Murphy. Un sacerdote que durante años dirigió Saint John, en Milwaukee, un prestigioso instituto para discapacitados auditivos donde abusó de más de 200 niños. Por otro lado, se supo que Marcial Maciel, el religioso mexicano que en 1,941 fundó la comunidad de los Legionarios de Cristo, también está entre los pedófilos y además se conoció a su hija y a su pareja estable, y no creo que en ellas haya nada indigno, ni que deban ser objeto de señalamientos, pero sí me impacta como ese cura violó los votos de castidad de todas las maneras concebibles. Pero estos ejemplos no están aislados, en 2,004 se calculó que durante los últimos 50 años al menos 4,000 sacerdotes tuvieron encuentros sexuales con más de 10,000 niños en Estados Unidos y luego, en 2,009, se descubrieron más de 2,000 casos nuevos en varias diócesis en Irlanda e Italia. Esta lista de infamias, seguramente incompleta, hace pensar que algo falla en la elección de los candidatos para formarse como religiosos, tal vez porque no se diagnostican rasgos de personalidad perversa y psicopática antes de que lleguen a ocupar cargos de autoridad que su investidura les otorga automáticamente; tal vez el problema no es la castidad que su condición impone, porque proporcionalmente pocos han sido acusados de pedofilia, después de todo, la Tierra está infestado de curas, como decía Bernard Shaw (1,856-1,950).

 

    Para los que estudiamos alguna vez en colegios de religiosos, no es sorprendente el desprestigio actual de la Iglesia. Cuando asistía a ese colegio de benedictinos, todo el mundo estaba de acuerdo en que para educar los mejores métodos eran los de estas personas santas entregadas a la obra de Dios, así como a la evangelización y al pastoreo de la comunidad, se consideraban pedagogos avezados, con siglos de experiencia enseñando a la juventud en todos los niveles de la educación y todos las facetas del conocimiento. Eran expertos a la hora de domesticar impulsos infantiles, incluso a través de castigos ejemplares. Así que no era raro ver a una monja golpeando con el filo metálico de una regla el dorso de la mano de un niño de seis años mientras aprendía a escribir, por no hacer bien la ‘e’ mayúscula. Tampoco era exótico ver a la sister, así la llamábamos porque la monja era gringa, mientras lavaba la boca de otro compañero de curso, y de terror, con una barra de jabón azul, de ese que se emplea para lavar la ropa en las playas de los ríos, el crimen de aquel amigo fue decir palabras soeces, de las que se aprenden en la calle y son tan útiles en colegios de hombres. También vimos aterrorizados cómo esta misma religiosa se encerraba entre el baño del salón de clases con algún otro compañero que acababa de cometer un crimen mayor, como por ejemplo hablar en clase, a este desdichado le quitaba pantalones y calzoncillos para luego golpear sus nalgas con una tabla de picar carne en la cocina; este castigo, que además de doloroso era humillante, también era muy eficaz al promover la disciplina en el resto del curso amedrentado y estupefacto que presenciaba la tortura del compañero, puesto que se escuchaba con nitidez el estruendo de las vigorosas nalgadas, junto con los lamentos del niño réprobo, y la cruel monja le dio nombre a este espectáculo macabro, lo llamó spanking. Así que antes de transgredir el reglamento de la sister, todos lo pensábamos muchas veces antes de cualquier cosa. Pero estas escenas truculentas no son particularidades latinoamericanas, Juan José Millás describió un episodio semejante en su autobiografía magnífica, aquí como allá el consenso era educar a los niños cueste lo que cueste.

 

    A penas en el 2,002 el papa Juan Pablo II condenó la pedofilia y en general el abuso de los niños por parte de los religiosos, por supuesto, luego de una serie de denuncias. A mi manera de entender las cosas, la importancia de tal afirmación, la de Juan Pablo II quiero decir, es que probablemente por primera vez en la historia del catolicismo, la Iglesia se manifestó oficial y públicamente a este respecto, una verdadera novedad si se tiene en cuenta que esta organización llevaba más de dos mil años encarnizada en contra del coito heterosexual, reglamentándolo y controlándolo, a la vez que sin conflicto ético toleraba pederastia, sadismo y religiosidad sin contradicción aparente.

 

    Y precisamente hago estas reflexiones durante el doceavo Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, donde tuve oportunidad de presenciar una representación de Don Juan, un drama católico fantástico de José Zorrilla (1,817-1,893) publicado en 1,844, en una puesta en escena de un grupo de teatro de Macedonia, The Theater of the Navigator Cvetko. El énfasis de la obra estaba en los valores judeocristianos y las imposiciones morales de los curas, en su reglamento apoyado en las tablas de la ley con que, según el mito, apareció Moisés, se trataba de un reglamento para regular la vida de aquel pueblo bárbaro y primitivo que mataba por mujeres y recursos, y no creo que estos problemas se hayan resuelto, pero sí que el mundo ahora es más complejo. De todas maneras, la obra giraba alrededor de cómo nadie está libre de culpas, de cómo la mejor manera de pecar es con bajo perfil, el problema surge al ser descubiertos. Es decir, el meollo del asunto está en la doble moral.

 

    Es probable que quienes creen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza conserven su fe intacta luego de estos descubrimientos, después de todo, las debilidades humanas no afectan la religión y la religiosidad es una necesidad fundamental. En cambio quienes están convencidos de que el hombre creó a todas las deidades, un grupo cada vez más numeroso, dudo mucho que estén dispuestos a delegar los asuntos de sus almas en las manos de los curas. La pedofilia y el sadomasoquismo desmitifican su aura sagrada, hacen pensar en las perversiones y la psicopatía de algunos religiosos, información dolorosa porque se pierde la figura idealizada de estos guardianes tradicionales de la moral y las buenas costumbres.