Home

Blogs

Artículo

Reivindicación de la pereza

Semana
5 de septiembre de 2010


<meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; charset=utf-8" /><meta name="ProgId" content="Word.Document" /><meta name="Generator" content="Microsoft Word 12" /><meta name="Originator" content="Microsoft Word 12" />

k rel="colorSchemeMapping" href="file:///C:%5CUsers%5Chp%5CAppData%5CLocal%5CTemp%5Cmsohtmlclip1%5C01%5Cclip_colorschememapping.xml" /> Normal 0 21 false false false ES-CO X-NONE

La pereza es un pecado capital, o mortal, también puede llamársele según doble u, doble u, doble u, punto evangelización, punto com. La Iglesia Católica Romana divide los pecados en dos categorías, clasificación de los vicios que data de las primeras enseñanzas para educar a la feligresía: por una parte, los veniales abarcan aquellos relativamente menores que se perdonan a través del sacramento, se trata de faltas consideradas de gravedad leve pues no rompen la relación con Dios, aun cuando sí la debilitan, y quien no lucha en contra ellos es más vulnerable a los pecados capitales, puesto que se trata de negligencia y vacilación, de tropiezos en el seguimiento de Cristo que en todo caso añaden tiempo de purgatorio, aun cuando en la confesión no hay obligación de culparse de ellos, pues son ligeros, como ya se escribió; por otro lado, los pecados mortales destruyen la vida de gracia y amenazan con condenación eterna, a menos que sean absueltos mediante la penitencia después de una perfecta contrición, ellos son, lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia, soberbia. Y en todo caso, desde el siglo XIV la popularidad de los siete pecados capitales es tal que los artistas los integraron a la cultura y a la conciencia cristiana mundial.

Tradicionalmente se ha dicho que la pereza es la más metafísica de las transgresiones, pues alude a la incapacidad de hacerse cargo de la existencia, además es la que más problemas causa para su denominación, puesto que se considera una forma más severa que el ocio, de apariencia inofensiva, en cambio la acidia abarca cierta tristeza de ánimo que aparta de las obligaciones espirituales, y las mundanas por supuesto, a causa de los obstáculos y dificultades en contra de todo lo que se prescribe para la consecución de la eterna salud, de la salvación, tales como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes, los ejercicios de piedad y de religión. Por ello el desgano es pecado capital. Se opone a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor a Dios, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados, por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras. Así que la molicie es un pecado grave porque se opone a la caridad de Dios y de nosotros mismos. Al considerarla en orden a los efectos que produce, si la abulia es tal que hace olvidar el bien necesario a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para entregarnos impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal. Así que el gran problema de la dejadez es que atenta contra la construcción de las cosas buenas.

Y me permití esta breve descripción teológica de la pereza porque tiene gran semejanza con la de la depresión, que solo difiere en que la considera una manifestación psicológica de origen inconsciente, involuntaria, un síntoma que puede tratarse mediante el psicoanálisis.

Sin embargo, quién no ha disfrutado de un rato de holgazanería, del placer de desayunarse y quedar desocupado, quién no ha gozado de entregarse a los que los italianos llaman il dolce far niente, la delicia de no hacer nada, a solamente escuchar y atender los pedidos corporales, sin tener compromiso alguno con nadie, sin siquiera sentir la necesidad de consultar al reloj. El problema de la pereza está en que esa actitud plácida y recogida sea una manifestación de depresión, un síntoma estable que destruye relaciones, que empobrece moral y materialmente; mientras que cuando no es una conducta perpetua ni predominante, cuando es posible descansar dejando de lado durante un rato las obligaciones habituales, se transforma en uno de los mayores logros de la personalidad, después de todo, se trata de la capacidad de descansar, de recuperarse de la fatiga que implica las batallas de la vida cotidiana. Y lo digo porque quien logra hacer una pausa para restaurarse reconoce las limitaciones propias al respetar el sagrado derecho a reposar.