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Silencio en el Paraíso

Semana
1 de diciembre de 2011

video width="320" height="265" vid="sfqLwRRgP9o" align="center" size="small" uploading="false" originalwidth="0" originalheight="0" thumbnail="http://i.ytimg.com/vi/sfqLwRRgP9o/default.jpg" external="youtube">En octubre de 2008 la prensa nacional publicaba el extraño caso de once jóvenes oriundos del municipio de Soacha, que aparecieron muertos en Ocaña, Norte de Santander. Según las investigaciones, 19 militares los habían hecho pasar por guerrilleros muertos en combate. Desde entonces, “falso positivo” se convirtió en nuevo término del diccionario nacional, gracias a que algunos miembros del castrense se la jugaron por este tétrico y fácil camino, con tal de mostrar resultados.

 

Este registro de la vida real, se tradujo en el largometraje ‘Silencio en el Paraíso’, una historia que inicialmente se llamó ‘Falsopositivo’, pero, al parecer, por asuntos de marketing tuvo que ser cambiado. Sin embargo,  la nueva designación no obedece a un nombre “panfletario ni capitalista, sino más bien poético”, comenta Alejandro Aguilar, uno de los protagonistas.

 

Noventa y tres minutos fueron suficientes para que Colbert García, su director, contara la historia de Ronald, un joven de 20 años, mejor conocido como “El publicista”. Un remoquete que obtuvo gracias a la manera en que se gana la vida: montado en una bicicleta (poco común) y con megáfono en mano –elementos propios más bien de una obra circense–, se dedica al perifoneo y la promoción de los establecimientos comerciales situados en la calle principal de El Paraíso, un barrio popular de Ciudad Bolívar. Si bien, uno de los territorios más pobres de la capital, cuenta con una hermosa vista de la ciudad. En esta misma localidad vive Lady, de quien “El publicista” está enamorado. Su historia, paradójicamente, se verá truncada, cuando un teniente ambicioso y un sargento sin escrúpulos, en complicidad con su amante montan una oficina para reclutar bajas en combate y así conseguir ascensos y recompensas.

 

La película, sin embargo, no responde a esta polémica, ni le interesa hacerlo, aunque muestra un panorama claro de cómo podrían ser estas ejecuciones extraoficiales. Su director, más bien, se dedica a contar una historia de amor, acompañada de una bien lograda dirección de actores, con caracterizaciones creíbles, y lo mejor: sin estereotipos, en lo que suelen caer esta clase de narrativas sociales. Lo que si pretende es hacer un cuestionamiento desde el arte de lo que pasa en esa “otra Bogotá” (llámese Soacha, Ciudad Bolívar… o el barrio de la ciudad que usted prefiera), donde tristemente la presencia del estado es más bien escasa. 

 

Pero más allá de estratos sociales, lo que hace este filme es una “contrainsurgencia para contar las historias que hay detrás de cada personaje”. Su narración es bien profunda, sin duda. Seguro porque eso es la vida: salir, entrar; frustración, alegría; sufrimiento, lucha…, y un largo etcétera de acciones y sentimientos. Evidencia que detrás de una muerte, de la barbarie, de un flagelo que en efecto, no es nuevo en el país (la Fiscalía General de la Nación habla de más de 1.600 casos a la fecha), hay una vida.

 

En palabras de su director,  “no es una película de carácter político que tome partido en el debate nacional. Es simplemente una creación que retrata un drama real y pretende devolvernos la sensibilidad sobre algo que vivimos”.