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Sobre ética y tauromaquia

Semana
29 de enero de 2012

 

La humanidad es extensa y diversa y variada, de modo que la ética implica tolerancia. Abarca, por ejemplo, el respeto por las ideologías políticas, las creencias y la fe, la libertad de expresión, el derecho a morir dignamente. Y ni qué decir de las diferentes maneras de estar juntos: desde el matrimonio más ortodoxo, bendecido en el sacramento más concurrido, hasta las parejas homosexuales y el abarraganamiento -una hermosa palabra que me enseñó mi padre, y que se refiere a quienes conviven sin la anuencia de ninguna autoridad-, sin olvidar que hay quienes deciden simplemente pasar algunas noches juntos cada mes, se trata de relaciones abiertas comprometidas. En fin, parecería que los conservadores del mundo se pasan la vida de sorpresa en sorpresa.

 

Y escribir sobre tauromaquia durante la temporada de toros es interesante, moviliza opiniones, despierta pasiones y aviva debates, en especial, en la prensa escrita y televisada, incluso en los programas más sesudos del radio. Hasta a este blog, Pura Vida, también le conviene que lo visiten nuevos lectores y que haya controversia. Pero más allá de la popularidad del asunto en Bogotá, al menos, y sin saber si la tauromaquia sea una costumbre que perdure para las generaciones futuras, espero que sí, me parece que este es un dilema ético interesantísimo, un ejercicio de reflexión y una manera de poner a prueba la coherencia de la ética. Después de todo, siempre hay necesidad de poner a prueba las ideas, en especial, las que polarizan opiniones y apasionan.

 

Muchos están en contra de la fiesta brava. Aducen que es un espectáculo macabro en torno a la muerte de un animal indefenso y torturado vilmente. Un argumento conmovedor y eficaz, los políticos lo saben, y con él llegan con facilidad al corazón sensible de innumerables electores ambientalistas. Los partidarios de esta postura aducen que el hombre, el depredador más agresivo e irreflexivo que existe sobre la faz de la Tierra, no tiene derecho a tomar en sus manos la vida de estos animalitos solo por su placer y negocio. Que las corridas son la feria de las vanidades. Otros correligionarios de estas ideas llegan hasta a afirmar que ni siquiera para fines nutricionales debería sacrificarse a un animal, que todos deberíamos tener una dieta vegetariana absoluta, vegana, creo que la llaman. Solo así podríamos convivir en paz con los otros seres de la Creación. Además, en este grupo, muchos aman el lirismo del antropomorfismo, adoran la sonoridad de ese lenguaje, sostienen que las corridas de toros son un crimen salvaje en contra de  seres sintientes, y hasta equiparan la muerte de los seis toros durante una tarde de corrida con un homicidio en serie, una masacre.

 

Pero no hay que confundirse, aun cuando se esperaría que el sentimiento antitaurino estuviera albergado en los corazones de personas pacíficas, almas sensibles que viven en armonía con el cosmos, espíritus apacibles amantes de la naturaleza, también esta posición ideológica incluye a defensores furibundos, y agresivos, que vociferan sus opiniones en contra de las corridas de toros, y que en algunos casos pasan de usar palabras como proyectiles a manifestaciones concretas con pancartas y arengas, insultos y, en ocasiones, ataques físicos a quienes asisten a las corridas. Como si estuvieran iluminados, mientras los taurófilos, no.

 

En el otro bando, el de los aficionados a la fiesta brava, también hay argumentos, y más estructurados, si se me permite opinar. Utilizan razonamientos biológicos, verbigracia: todo ser viviente afecta su ecosistema, así como el saltamontes se alimenta de innumerables insectos, manteniendo estable el equilibrio de su población, las ballenas jorobadas enormes consumen toneladas de krill cada día y el hombre elimina incontables bacterias y hongos y virus a través del uso de antimicrobianos, vacunas y medidas de salud pública. Eso sin mencionar que la dieta variada, la de nosotros los omnívoros, le dio los recursos nutricionales que permitieron el desarrollo cerebral de la actualidad.

 

Y a propósito de mente, antropomorfisar, es decir atribuirle a los animales la mentalidad humana es un error, un imposibilidad neurofisiológica si se tiene en cuenta que el asiento fundamental de la mente está en el lóbulo frontal, cuyo máximo desarrollo se encuentra en algunos primates, en particular en el hombre. De modo que asumir que un toro y un hombre tendrían la misma experiencia, si estuvieran en las mismas circunstancias, o mejor, suponer que una persona comprende la experiencia de un toro, o de cualquier otro animal, es una idea traída de los cabellos. De hecho, los toros de lidia son el resultado de cruces durante siglos y siglos con la finalidad de obtener estos animales tan especiales y poderosos, y que tienen la peculiaridad de que se engrandecen con el desafío, de hecho, los que tiene más casta no se amedrentan ante el peligro, mantienen la embestida, incluso al picarlos y las banderillas les aviva todavía más la embestida, además son leales a la hora de la muleta y el capote. Son criaturas admirables. Es más, a la capacidad de superar la adversidad, de comportarse como un toro de lidia, en el mundo de la psicología humana, se le dice resiliencia, un rasgo muy valorado, maduro y necesario para el éxito y la supervivencia en este mundo convulsionado y cambiante.

 

Por otro lado, los taurófilos aceptan la muerte. Y tienen razón, después de todo, moriremos. Se trata de gente tolerante de la diversidad humana, respetuosos: es imposible encontrar a un taurófilo evangelizando a un antitaurino para que vaya a toros, mucho menos forzándolo o insultándolo porque no disfruta del espectáculo. Además son personas de ambiente: nada es más bello, entretenido e interesante que la fiesta brava. Es tan solo una grupo que se congrega en la plaza de toros para compartir este arte milenario que expresa el sentimiento trágico de la vida.

 

En suma, ¿por qué prohibir los toros? Eso sería como obligar a todos a volverse vegetarianos veganos, como seguir insistiendo en que existe un mejor religión que otra, o forzar a la gente a casarse con alguien del sexo opuesto, una sola vez en la vida, mediante el rito de la Iglesia y a conservar el matrimonio para siempre; es como descartar la posibilidad de morir dignamente o renunciar a la tecnología para exterminar los microbios, de manera que las enfermedades infecciosas volverían a ser la causa predominante de muerte en el mundo entero, como en la edad media, cuando el hombre en promedio vivía treinta años. Y en un ámbito más amplio, ¿por qué somos tan aficionados a prohibir?

 

Así que hoy quiero hacer público mi más sentido deseo de que quienes vayan esta tarde a la Plaza de Toros de Santamaría de Bogotá pasen un rato estupendo. Que el clima les sea favorable. Y que los toros de la ganadería de Juan Bernardo Caicedo sean enjundiosos. Que resulte lucido el espectáculo de rejoneo de Pablo Hermoso de Mendoza, y que sus compañeros de lidia, Ramsés y Daniel Luque, también les vaya bien. Que a la hora del almuerzo, el condumio, disfruten de platos deliciosos y que en la noche, a la hora del remate de la corrida, se diviertan mucho. En cuanto a los antitaurino, también espero que tengan un domingo en familia grato o que disfruten de lo que decidan hacer hoy, ir al Culto, pasear en carro o en moto, jugar fútbol o golf, en fin, que cada cuál viva con más satisfacción con lo que dispone. Afortunadamente el mundo es ancho y ajeno, como decía Ciro Alegría.