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Sobre política

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19 de febrero de 2010


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Al político le aparecen escándalos como al panadero se le quema el pan y el piloto de Fórmula Uno tiene accidentes de tránsito, hacen parte de sus riesgos profesionales; claro que con la salvedad de que los deslices de los funcionarios del Estado afectan a muchísimas personas y le cuestan al país cantidades ingentes de dinero, pero guardadas las proporciones, es una comparación válida. Hasta el punto que existe una especialidad para esas ocasiones, se trata de una serie de herramientas ya conocidas y descritas, que en los Estados Unidos llamaron Damage Control, podría traducirse ‘control de daños’, y no de desastres, que alude al efecto adverso de eventos naturales sobre la vida de las personas, por ejemplo, un terremoto, en este caso me refiero a los procedimientos que el gobernante utiliza para rescatar el cargo, aun cuando su prestigio no sobreviva a las crisis cotidianas que su oficio le impone. Estas medidas incluyen propaganda, herramientas jurídicas, estrategias proselitistas, la fuerza bruta, en fin, infinidad de alternativas. Y en éste sentido no creo que haya diferencia entre la política colombiana y la de los demás países.

Por regla general no opino públicamente sobre asuntos de esta índole, así como tampoco lo hago de temas religiosos, me parecen privados, muy cercanos al corazón, a los afectos y a la historia de cada uno, a las preferencias, creencias y costumbres, que además se apuntalan con cierta lógica, para no referirme en este blog a los fundamentalistas. De todas maneras, los credos políticos, como la fe en un dios, se originan en gran medida en aquellos aspectos que hacen frágil y falible a la condición humana. Por otro lado, también es un hábito profesional no revelar intimidades, mías ni de quienes me rodean, como psicoanalista estoy habituado a ejercer la neutralidad y la abstinencia, es decir a reservar mis apreciaciones, junto con mis deseos y mi autobiografía, ya que durante la sesión se busca crear un ambiente propicio para que la otra persona se sienta libre expresándose sin interferencias del analista, en busca de que aflore la mayor cantidad de información para beneficiar el movimiento del proceso psicoanalítico. Así que somos neutros y abstinentes por ser herramientas de utilidad técnica. Además considero improcedente utilizar este blog como diario para consignar mis cuitas, después de todo, tiene innumerables visitantes a quienes agradezco atender a estas reflexiones cuya única finalidad es comentar la vida. Pero en todo caso, al escribir, como al hablar, al caminar por la acera del frente o al realizar cualquier acto cotidiano, se filtra información sobre quien se es, así que de antemano me disculpo si alguien se siente afectado o retratado en estas palabras, jamás ha sido la intensión de Pura Vida molestar a nadie.

Sin embargo hace unos días pensaba que probablemente me abstengo de opinar más de lo que debiera, lo que sucede es que me sorprendió la vehemencia con que se escribe sobre políticos, quedé asombrado de la pasión y el desparpajo de estos textos de diferentes autores. Incluso hasta los increparon por sus complejos de edipo, como si fueran la excepción en la humanidad, como si no hubiese tendencias en las familias de abogados a que los hijos sean abogados, o en las de médicos a que se hagan médicos, y así sucesivamente con cualquier profesión; además todos saben que seguir el camino que el padre empezó a abrir en cualquier disciplina tiene ventajas para la siguiente generación.

Con esto no quiero decir que los políticos sean santos, sería una imbecilidad afirmar algo semejante, después de todo, la historia universal está llena de ejemplos de que no lo son. Pero tampoco son vicarios del Diablo, personas inescrupulosas y desalmadas, afirmar algo así sería una generalización vaga que poca información aportaría, una observación con apariencia de verdad que carecería de metodología, por lo tanto, legítima en cuanto a que todo el mundo tiene derecho a opinar, pero inexacta, una imprecisión como afirmar que las mujeres no saben manejar carros o que los hombres son infieles. Más bien, sigo la idea de Antonio Caballero: los políticos son necesarios puesto que el modelo anarquista, donde los pueblos se gobiernan por sí solos, es impráctico, las sociedades requieren de alguien dispuesto a hacer el trabajo imposible de gobernar, así como se necesitan soldados y policías, se trata de empleados de la comunidad cuya función es cumplir con un papel específico, y me aventuraría a decir que con frecuencia lo hacen bien.

Por otra parte, en mi país, Colombia, suceden cosas trascendentales en la actualidad. Sin ir lejos, el ambiente está convulsionado, y en vilo, puesto que éste es año de elecciones presidenciales, con todo lo que ello implica, adicionalmente el presidente Álvaro Uribe Vélez busca la tercera reelección mediante un referendo, una situación insólita en mi nación, mientras sus detractores vociferan eventos controversiales, a menudo sugestivos de corrupción y nepotismo, sumados a que la violencia no se ha erradicado, solo se transformó, como ya sucedió varias veces en la historia de mi país, y en la actualidad para él es grave políticamente puesto que esa era una de las banderas principales de su gobierno de la seguridad democrática. Algo semejante le sucedió al general Gustavo Rojas Pinilla (1,900-1,975) en la década de 1,950, cuando perdió el apoyo político porque la violencia continuó su marcha tristemente incontrolable. Por otra parte, en mi sector de la economía, la salud, también hay sobresaltos, hasta el punto que el gobierno expidió los famosos decretos de emergencia social el 21 de enero de 2,010, y al día siguiente el Ministro de Protección Social, Diego Palacio Betancourt, debió empezar a sortear días arduos de control de daños con intenso debate al respecto, además de abundantes críticas a propósito del presente y el pasada su gestión, por supuesto. Para los interesados en ahondar en este tópico les recomiendo Lo Básico de la Emergencia Social, un voluminosísimo documento que fácilmente puede encontrarse mediante una búsqueda en Google. En fin, toda profesión tiene peligros, y ya lo dijimos atrás, pero lo reitero sin duda afectado por artículos donde se preguntan cómo logra sobrevivir el ministro Palacio en su cargo, responsable de la operación del sistema de seguridad social, un problema tan complejo que ni siquiera en países más prósperos y populosos han logrado solucionarlo, como en el caso de Gran Bretaña, donde hace menos de un lustro lo ajustaban de nuevo por imprecisiones en los cálculos iniciales. A veces pienso que no se lo han terminado de inventar, en ningún lugar del mundo.

Pero en todo caso, como lamentaba Diana Spencer (1,961-1,997),  la Princesa de Gales, es difícil vivir escrutado. Sin embargo, siempre hay alguien dispuesto a hacerlo, así que las motivaciones para trabajar en política deben ser sólidas: no solo se trata de las altruistas, las académicas, así como las ventajas materiales que acompañan a estos cargos, también existe la fruición de mandar, pues gratifica el narcisismo de las pequeñas diferencias: el placer secreto y fugaz de afectar la vida de los demás, así como la notoriedad y el trato reverencial que implican, sin mencionar que, como todos saben, el poder es afrodisiaco. ¡Mandar es bacano!

Por último, lo malo de las roscas es no estar en ellas, es envidiable la posición de quienes están en el círculo íntimo de los poderosos. También es cierto que hacer oposición al régimen es otra obligación moral y un privilegio que fácilmente se pierde en los sistemas totalitarios. Entonces no hay que perder de vista que en asuntos de política, así como de oposición, como en cualquier otra cuestión humana, nada es absoluto, no hay blanco ni negro, por así decirlo, todo es gris, lleno de matices, las cosas son relativas y puede legitimarse, para eso también sirve el poder de la palabra, que en este caso se llama ‘demagogia’.

¡Así que el 2,010 será un año muy interesante en la política colombiana! Y afortunadamente hay quienes narren esos acontecimientos, pero la contienda sería más fértil si más personas participaran en ella, ora como gobernantes, ora como opositores.