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Sobre remedios naturales

Semana
23 de septiembre de 2011

 

No sé de donde surge la noción de que todo lo natural, ipso facto, es bueno, saludable, inocuo, incluso tiene algo de místico, altruista y hasta esotérico; en cambio lo industrial es artificial, nocivo, tóxico, deteriora el medio ambiente, obedece exclusivamente a los intereses mezquinos de capitalistas egoístas, tiene efectos colaterales y generalmente es mucho más caro. Casi a diario aparece un producto natural al que se le atribuyen usos terapéuticos y beneficios para la salud sin explicación farmacológica razonable. Se trata de productos con frecuencia difundidos mediante el voz a voz, que ahora, con el poder del correo electrónico y la Internet, ha incrementado su eficacia enormemente. En ocasiones, hasta con argumentos pseudocientíficos, como anécdotas de personas que mejoraron de tal o cual enfermedad, usando algún producto natural que apareció recientemente en el mercado. Claro que también existen los anuncios para promoverlos, de personas de autoridad, que trabajan, por ejemplo, en algún centro médico de nombre sonoro y prestigioso en Estados Unidos, naturalmente con comerciales, videos y literatura en inglés, incrementando notablemente su credibilidad, por puro efecto de la lengua extranjera. Y sin duda, también existen los remedios tradicionales, que pertenecen a la tradición popular, sin querer ofender a las abuelas, y que cuando esta costumbre es oriental y milenaria, le suma todavía más al prestigio rutílate de las hierbas medicinales.

 

Y, si bien es cierto que muchos remedios de eficacia reconocida, aquí me refiero a los pertenecientes a la medicina alopática, científica, occidental, tuvieron su origen en la naturaleza. También es cierto que muchas drogas nuevas obedecen a modificaciones en la bioquímica de moléculas ya conocidas, surgieron de procedimientos de alta tecnología sobre algunos sectores específicos, que afectan su acción, su excreción o simplemente sus efectos adversos. Por otro lado, en las últimas tres décadas, la industria farmacéutica ha invertido cantidades ingentes de dinero en busca de drogas novedosas en las selvas del mundo, tratando de encontrar nuevas moléculas, por qué como dicen los ambientalistas, es posible que la cura contra el cáncer exista en el fondo de la selva, pero en la práctica no han encontrado algo así. De manera que no todo lo que proveniene de la naturaleza, cura.

 

Por otro lado, uno de los problemas más complejos en el mundo de la investigación científica, es establecer la causalidad. De hecho, una de las variables centrales que se tienen en cuenta, cuando se investiga sobre la acción de los remedios, es separar qué tanto de su efecto se debe a la acción farmacológica del producto que se está estudiando, así como qué tanto se relaciona con el efecto placebo, es decir con la buena disposición de la persona hacia el tratamiento y, por último, qué tanto depende del azar, del hecho de que el paciente se iba a mejora de todas maneras, por razones de su propio metabolismo, más allá del efecto de la droga, de la acción psicosomática de la buena actitud; a pesar de los médicos, mejor dicho.

 

Y hora que lo pienso, al escribir estas palabras, caigo en la cuenta de que el método científico es la lógica más humilde que existe. Parte de la base de que la verdad no es dada para los hombres. De hecho, siempre calcula la probabilidad de estar equivocado. Además se apoya en la idea de que toda observación siempre está matizada por las limitaciones inherentes a las percepciones, que los sentidos y los intereses afectan decididamente la manera en que se construyen las representaciones del mundo, hasta el punto de llegar a creer que si dos eventos suceden al mismo tiempo, hay causalidad entre ellos. Como decir, si tal enfermedad mejoró mientras usó aquella substancia, entonces la substancia lo curó. En la práctica, todo el mundo sabe que establecer la causalidad de esta manera es muy riesgoso.

 

Por otra parte, cuando se encuentra un remedio que verdaderamente tiene acción terapéutica se pone a prueba, se estudia con muestras amplias, generalmente de miles de personas, y se experimenta con ellas en circunstancias muy variadas, se mide su eficacia y sus efectos adversos. Tal vez de aquí proviene la idea de que lo industrial es nocivo para la salud. Por el contrario, me parece que parte de la finalidad del método científico es hacer predicciones confiables, probabilísticas, de modo que alertar sobre el riesgo de efectos colaterales e interacciones con otras drogas, es lo responsable. De igual manera, es una temeridad ensayar productos de bioquímica desconocida, con acciones dudosas, efectos colaterales que no se han explorado, tan solo con el argumento de que son remedios naturales y por lo tanto deben ser inocuos o con presentaciones pseudocientíficos, de tradición o simplemente con testimonios anecdóticos de alguien que se mejoró por alguna razón.

 

De manera que no toda novedad es innovadora, mucho menos, mejor que todo lo que existió hasta entonces. Este es el caso clásico de Thomas de Quincey quien en el siglo XIX se volvió adicto al opio, porque era lo último para el tratamiento del dolor de muela y además, un producto completamente natural. Su lucha contra esta adicción tremenda, que le tomó la mayor parte de su vida, fue el tema central del primer tomo de su autobiografía, que publicó en tres entregas.?