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Una colombiana en Georgia

Semana
4 de mayo de 2010


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Con este blog inicio una serie sobre colombianos que viven en otros países, se trata de personas que decidieron hacer sus vidas en diferentes naciones por innumerables razones y que sintieron el deseo de compartir con nosotros, en Pura Vida, algunas de sus experiencias. Por otra parte, quiero anotar que aun cuando muchas cosas se dicen del universo de Facebook, incluso algunos lo han tomado por una fiesta de disfraces a donde cada quien representa el personaje que quisiera ser, no parece que pueda generalizarse tal aseveración. Este es el aporte de Pilar, una amiga cibernética quien con generosidad y sinceridad respondió a un breve cuestionario que le envié hace algunas semanas.

Llegamos a los Estados Unidos en marzo de 1979, luego de que la visa de residencia saliera dos meses antes y, por supuesto, de casarnos a finales del ‘78. Nos vinimos por razones de seguridad: a mi suegro, la guerrilla intentó extorsionarlo mediante cartas amenazantes pidiéndole una fuerte suma de dinero, de lo contrario secuestrarían a algún miembro de la familia, así que decidieron salir de Colombia en lugar de pagarle a esos delincuentes. Y nosotros nos vimos avocados a la decisión más grande de nuestras vidas, el dilema era alejarnos para siempre o casarnos, también para siempre, después de todo, yo tenía 18 años y a penas había terminado el bachillerato, mientras él, de 21, estudiaba arquitectura en la Universidad Nacional. Entonces optamos por el matrimonio. Poco después llegamos a Minnesota, con toda mi familia política, pero se trata de un estado muy frío que queda al norte, en la frontera entre Estados Unidos y el Canadá, así que en menos de un mes todos estaban aburridos con la severidad del clima por lo que se fueron para otras regiones más cálidas, mientras nosotros nos quedamos allí, lo cual nos unimos mucho más puesto que solo nos teníamos el uno al otro. Con los años él se graduó como arquitecto en la Universidad de Minnesota, mientras yo estudié hotelería y turismo, carrera que ejercí durante largo tiempo en diferentes aerolíneas, como Avianca, Piedmont Airlines, USAir, incluso Aeropostal de Venezuela, hasta llegué a ser propietaria de una agencia de viajes.

Ahora tenemos tres hijos, todos hombres, dos nacidos en Minnesota y el último en la Florida, antes de trasladamos definitivamente para Georgia. El mayor también es arquitecto, como su papá, está casado desde hace seis años con una psicóloga norteamericana con maestría en consejería y tienen un niño de casi tres años, es mi nieto, mi amor adorado, además en este mes de mayo nacerá su hermanita, ¡ni me imagino cómo me voy a poner con mi nieta! En cambio el segundo es ingeniero biomédico y hace un doctorado en ciencias neurológicas en la Universidad de Emory en Atlanta; tiene novia, sin que hayan llegado a hablar sobre el tema de su matrimonio, al menos conmigo. Por último, el menor terminará el segundo año de ingeniería de sistemas en Georgia Tech, también tiene novia, y espero que todavía no empiece a hablar de casarse, prefiero que se gradúe primero.

Fui una mamá estricta con el idioma. Siempre quise que mis hijos fueran bilingües, pues todavía tenía familia en Colombia y me aterraba pensar que no pudieran comunicarse con mis papas, además, qué regalo más hermoso que poder hablar los dos idiomas, inglés y español. Hoy en día nuestros muchachos agradecen tantos años exigiéndoles que usaran nuestro idioma en la casa. Soy una madre que vivo por mis hijos y mi familia: disfruto cocinar, y generalmente comemos comidas colombianas, si vinieras a mi casa encontrarías que es como un rincón de Colombia. Si hablaras con mis hijos, te dirían que son colombianos, con todo y que nacieron aquí, y nunca han vivido en Colombia, pero les hemos inculcado un amor enorme por nuestro querido país.

En un día normal, desde que vivimos en Georgia, de lunes a viernes, viajo por el sur del estado, en la región al borde de su frontera con la Florida. Por lo general ya tengo las citas hechas con una o dos semanas de anticipación, pues me llaman diferentes abogados desde juzgados, hospitales y cárceles, en fin, de cualquier lugar donde necesiten de un intérprete para hispanohablantes en procesos judiciales, así que en mi trabajo actual he oído y visto de todo: desde inocentes pagando por cosas que no han hecho, hasta acusados de asesinatos, tráfico de drogas y de joyas, de abusos infantiles y sexuales, así como de violaciones; y algunos casos me ponen a pensar en muchas cosas que ni siquiera sabía que pudieran existir. A veces tengo dos y tres citas en un día, y frecuentemente están lejos la una de la otra, pero disfruto de esos viajes, además en ellos canto, oigo libros en CD o simplemente pienso en cosas.

Y se me olvidó contarte que fuera de mi trabajo soy voluntaria profesional, es en serio, es más, para mi sorpresa en el 2004 me nombraron Mujer del Año. Fue un evento absolutamente insólito porque esta sociedad es muy hermética, y esa distinción nunca la había recibido una mujer que no tuviera ancestros en Dublín, mucho menos que no hubiese nacido en el Condado de Laurens y muchísimo menos que no fuese de Georgia o por lo menos de los Estado Unidos. Fue un acontecimiento, hasta me sacaron en el periódico El Tiempo de Bogotá y me entrevistaron en una emisora de radio.

En cambio los fines de semana son sagrados para la familia. Como mis tres hijos viven en Atlanta, es decir de dos a tres horas desde aquí, a veces los visitamos y en otras ocasiones ellos vienen, claro que también hay oportunidades en que mi esposo y yo aprovechamos para pasar un rato juntos o hacemos planes con amigos, porque nos gusta cantar, bailar, la buena mesa. Por otra parte, en vacaciones vamos a varias partes, pero siempre tratamos de meter a Colombia entre nuestros programas, procuramos ir una o dos veces al año, y de regreso siempre traigo mis maletas llenas de cosas de comer: café, arequipe, bocadillos, mermelada de uchuvas, obleas, ponqué Ramo, melcochas, masas para buñuelo, pandebono y pandeyuca, platanitos verdes y maduros, yuca frita. ¡Ah, Santiago, ya me dio hambre! En todo caso, en la Florida y en Atlanta se consiguen algunas de estas cosas, pero saben más ricas cuando uno las trae desde Colombia; además aquí se puede conseguir la papa criolla, congelada claro está, y la Colombiana para el refajo, las pulpas de Lulo, maracuyá, mora y guanábana para hacer los jugos que me encantan, pero no es lo mismo que tomárselos en la casa en Bogotá.

Siento nostalgia por mi país, ¡y mucha! ¡Sufro cuando pienso que en un par de generaciones mis bisnietos no van a saber lo que es el español!, ¡lo que es mi Colombia querida! Ya las parejas de mis hijos desconocen nuestro idioma, así que mi nieto lo entiende un poco, sin poder hablarlo. ¡Qué tristeza! Siempre que oigo la Pollera Colorá o Yo Me Llamo Cumbia se me salen un par de lagrimitas. Extraño la familia, los amigos, el clima bogotano, las flores todo el año, las montañas, la tienda de la esquina y las cosas que traen a domicilio a la casa, los taxis que son tan baratos, el ambiente, las fiestas hasta tarde. Bueno, no extraño la inseguridad, claro está. Por último, te cuento que para mi pesar no voté porque tocaba ir a registrarse en el Consulado de Colombia en Atlanta y no tuve la oportunidad de hacerlo, tenía mucho trabajo y durante los fines de semana no abren.

             Tal vez no te lo mencioné antes, pero mi esposo y yo llevamos 31 años maravillosos de matrimonio. ¡Siento como si me hubiese casado ayer! Lo cual demuestra que los hombres también pueden amar, como el título de tu libro de cuentos. Saludos y estaré pendiente de tus blogs, como siempre.