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Violencia familiar

Semana
2 de julio de 2008

El asesinato siempre es una gran pérdida, sea la víctima una mujer, un niño o un hombre, y cuando se acompaña de impunidad, peor aún. Un artículo de El Tiempo, publicado hace unos días, se basó en un informe reciente de Medicina Legal sobre muertes violentas que encontró crecimiento en el número de homicidios en Bogotá entre el 2006 y el 2007. Afortunadamente durante los primeros cuatro meses de este año la tendencia cambió, los asesinatos disminuyeron, ese progreso se atribuyó a que se redujeron las venganzas entre bandas de delincuentes, así como las muertes relacionadas con resistencia a los atracos y a la efectividad de programas dirigidos a frenar riñas relacionadas con el consumo de licor.

También quedó claro que las inconsistencias en los métodos para cuantificar estos desastres impiden calcular adecuadamente su incidencia y prevalencia con la finalidad de investigarlos científicamente, buscando información confiable útil en la formulación de estrategias para enfrentarlos y desarrollar programas de prevención.

En medio de este panorama siniestro, el maltrato infantil también creció, al igual que la agresión de ambos sexos hacia sus parejas. Sin embargo, estas investigadoras solamente incluyeron datos sobre esposas asesinadas, que la mayoría resultaron entre 18 y 44 años. Esas víctimas murieron con 10 a 42 heridas primordialmente en cuello, cabeza y tórax, causadas por estrangulamiento o arma de fuego y corto punzante. Más de la mitad de estos crímenes se situaron en la casa, un bar, una discoteca y la vía pública, en la misma proporción el agresor era desconocido, solo la tercera parte tenía relación personal con el homicida; además en la vivienda, la pareja, o la expareja, estaba involucrada frecuentemente, mientras en bares y discotecas no. Los homicidios ocurrieron principalmente entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana, de viernes a domingo y se distribuyeron homogéneamente durante todos los meses. Por último, se presentaron con más frecuencia en Kennedy, Santa Fe, Ciudad Bolívar, Engativá, Suba, Rafael Uribe Uribe, Los Mártires y San Cristóbal.

Al aplicar la lente psicoanalítica a este nuevo ejemplo de la gran capacidad agresiva del ser humano, para muchos pensadores sería una expresión instintiva, constante, natural, generalizada hacia la muerte, la destrucción, la ruptura, una inclinación congénita hacia lo inanimado que Sigmund Freud llamó pulsión de muerte o tánatos.

Con los desarrollos teóricos de los últimos cien años, esa tendencia universal llegó a considerarse un elemento ineludible del desarrollo psicológico infantil, cuya expresión más contundente es la envidia. El proceso de maduración psicológica consiste en domesticarla progresiva y amorosamente hasta ponerla al servicio de la creatividad, a través de experiencias con las relaciones con otras personas, en especial en el contexto de la familia. En condiciones óptimas, el niño alcanza la capacidad de expresar en palabras la ira frente a las frustraciones que la vida cotidiana entraña, se trata de buscar una manera constructiva de hacerlo sin agredir directamente, se desea que aprenda a modificar las limitaciones que la realidad impone para que adquiera una posición más satisfactoria en lugar de una más cómoda. Sin embargo no todos alcanzan ese logro del desarrollo, algunos siguen expresando sus insatisfacciones de manera directa y cruda, con conductas psicopáticas que desconocen la individualidad, la diferencia con el otro, a causa de su limitada capacidad de aplazar gratificaciones.

Aun cuando la agresión tiene un aspecto instintivo, biológico, cerebral, también lo tiene mental y psicológico que se modifica a través de las experiencias, del aprendizaje. Los niños se instruyen sobre violencia desde temprana edad en el contexto de sus hogares, así el maltrato infantil y el homicidio doméstico son problemas de salud pública que trascienden a la siguiente generación. En el hogar puede construirse tanto el respeto por la vida, como la violencia más extrema.