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¿Y el presente, qué?

Semana
22 de junio de 2009

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Winston Churchill conoció las ventajas de la siesta como joven voluntario en el ejército español durante la guerra contra Estados Unidos por la independencia de Cuba, para él fue una novedad que justificó redactar un libro promoviéndola, por cierto, un bestseller que cautivó al pueblo británico. Se trataba de un hombre elocuente y encantador, aficionado al coñac y los tabacos descomunales, que en la actualidad aún llevan su nombre. Además recibió el premio Nobel de Literatura, y de ninguna otra cosa, a pesar de haber sido Primer Ministro de Inglaterra en dos períodos, el primero de ellos durante la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, fue autor de innumerables expresiones inolvidables, como la Cortina de Hierro, que se refería al muro que separó a Europa Occidental de la Oriental y luego se transformó tal vez en el símbolo más importante de la Guerra Fría. Un escritor fértil en varios géneros literarios, incluyendo un editorial sesudo donde explicó con su lucidez envidiable por qué una mujer jamás sería Primer Ministro. Afortunadamente murió más de dos décadas antes de que Margaret Thatcher lo desmintiera. También de él se narran incontables anécdotas: se dice, por ejemplo, que un día se bañaba entre la tina de su oficina cuando le avisaron que el embajador gringo esperaba afuera para reunirse con él, entonces lo mandó seguir, al principio sus colaboradores aterrados no quisieron cometer tal transgresión contra el protocolo, pero Churchill insistió diciendo: no tengo nada que ocultar ante mis aliados. Entre sus últimas publicaciones figuró la autobiografía sobre sus primeros treinta años, un texto muy hermoso porque en él se divierte recordando su propia candidez juvenil desde el reposo de la madurez, ese libro maravilloso termina con el día de su matrimonio, con esta sentencia: y vivimos felices para siempre.

Hoy el mundo es diferente. Suena sacrílego siquiera pensar que el presidente Uribe reciba desnudo al embajador Brownfield luego de bañarse en la Casa de Nariño. En la actualidad todos estamos de acuerdo: use bloqueador solar, coma bajo en calorías y alto en fibra, no fume, ejercítese, duerma, no se angustie, asegure los activos, la salud y la vida, no olvide planificar la pensión, ame, crea en Diós, sea feliz y optimista, vaya regularmente al médico, beba hasta dos copas de vino al día, o una de whisky, nunca se exceda, solamente practique el sexo seguro, utilice cinturón de seguridad, y así vivirá más. No creo que ser precavido y cauteloso sea malo, ni mucho menos aburrido, solo que anticipar la adversidad, buscar la vacuna contra la infelicidad y la muerte parecen metas improbables.

La insistencia en controlar lo incontrolable me trae a la mente las cruzadas de las hermosas ambientalistas, porque todas son divinas, luchando por rescatar a los animalitos, o los esfuerzos de Al Gore, el premio Nobel de Paz, a quien George W Bush derrotó en las elecciones presidenciales, en la actualidad, con porvenir político sombrío. Preservar el ambiente intacto es idealista ya que su equilibrio es móvil, y con o sin humanidad, tiende hacia el caos como el resto del Universo, tal es el caso de la atmósfera que se desmantela espontáneamente a un ritmo constante desde que se formó la Tierra, y se calcula que en unos pocos millones de años solo quedarán sus vestigios ubicados en los polos, así esté contaminada o prístina. Y no digo que sea correcto dilapidar la naturaleza. Los recursos naturales deben emplearse con eficiencia. Quién podría vivir en un mundo sin empaques de aluminio que duran diez mil años en degradarse, o renunciar a la comida chatarra, a urbanizaciones, plásticos, electricidad y gasolina, aun cuando se busca substituirla por fuentes energéticas limpias. En todo caso, qué tal regresar a la vida en armonía con la naturaleza, como en el paleolítico.

El pasado también ofrece grandes posibilidades para la elucubración. Después de todo, la mente no construye copias exactas de los acontecimientos en la memoria, tan solo representaciones vagas determinadas por los afectos y otros recuerdos. Se trata del efecto de eventos acaecidos sobre la actualidad, es el contexto de lo que somos. Además de aportar la sensación de continuidad existencial y modelos para escoger parejas, incluye sistemas de valores y estructura sistemas éticos, como las  religiones, por ejemplo. Pero también abarca resentimientos, desamores, frustraciones y humillaciones, experiencias que favorecen la capacidad de pensar al elaborar duelos por las pérdidas, permitiendo ser más permeable al presente, perdonar agravios. Después de todo, lo malo conmueve, mientras lo bueno no tanto. Conocer la historia para no repetirla y entender cómo se llegó a ser lo que es, es una cosa, otra es la insistencia en vivir en tiempos pasados, con sus logros, ofensas y extravíos. Se trata de hábitos del pensamiento que fueron eficaces en otra época, por eso los valoramos tanto, pero en el presente cambiante y rico en tonalidades ya no lo son, así que se requiere una ventana de elasticidad.

Las exigencias realistas del futuro indeterminado, así como las nostalgias y dolores del pasado costruido desde la actualidad, casi no dejan tiempo, ni energía, para el ahora. Sin embargo, como Winston Churchill, es posible hacer todo lo imaginable: liderar países, ganar guerras, obtener el premio Nobel, redactar literatura de largo aliento y alta calidad sin tomar muy en serio a los médicos, y aún así morir de avanzada edad luego de infinidad de logros, incluso abre la posibilidad de aprender de los errores y descubrir las maravillas del mundo y la humanidad. Tal vez el secreto está en escuchar y respetar el llamado de la naturaleza propia siendo sinceros con ella, respetándola sin exagerar la importancia personal, tampoco subestimarla, encontrando cómo queremos vivir con nosotros mismo. La incomodidad con quien se es lleva a huir del presente para refugiarse en el futuro o el pasado. Lo heroico es aprender a vivir con satisfacción consigo mismo, con la mente y el cuerpo que se tienen ahora, puesto que estamos conminados a habitarlos, a resolver el famoso conflicto entre el deber ser y el querer ser de una manera justa consigo mismo y los demás. El gran logro está en vivir cómodamente dentro de la piel propia, así se arrugue eventualmente.