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Abel el niño pastor, de los cuentos de Amor

Semana
16 de mayo de 2012

 

Abel, el niño pastor

 

 

 

Abel quería ser pastor, algo inusual por que los niños quieren ser súper héroes, sin embargo, no resultaba  extraño porque Abel vivía en una colina tupida de verde, donde pastaban las ovejas de su padre.

Al salir de la escuela, Abel corría a la montaña, llamaba a las ovejas por su nombre, tal vez conocía el secreto lenguaje de las ovejas, quién puede saberlo,  y las acariciaba hasta que él mismo quedaba oliendo a oveja. Su madre lo reprendía.

–Debes alejarte un poco de las ovejas, te va a salir lana por las orejas, le decía en las noches mientras lo bañaba. El clima era frío y Abel no alcanzaba a bañarse en la madrugada, antes de ir a la escuela. Pero a Abel no le importaba oler a oveja, por el contrario, le gustaba, era lo que más le gustaba, lo mismo que en las tardes buscarlas. Corría hacia la colina y las llamaba una por una: Perla era una menuda y blanquita, delicada, parecida al collar que su madre guardaba cuidadosamente en su joyero.

-Me lo regaló tu padre el día que  nos casamos, le dijo cuando Abel descubrió el joyero y el collar.   A todas les tenía un nombre y ellas lo reconocían cuando él las nombraba. Pero a la que más quería era a Remache, una ovejita, coja y chiquita, que se salvó del sacrificio a pesar de haberse quebrado una pata. Abel la cuidó y Remache creció. Su olor era particular, sutil y delicado y sin embargo intenso, estaba arraigado en la nariz de Abel. Su aroma es  lo mejor de Remache, decía cuando le preguntaban por qué la quería tanto.

Un día, cuando ascendía, con el rebaño,  por un desfiladero para llevarlo a pastar a mejores tierras, Remache se cayó, rodó por el precipicio pese a los esfuerzos de Abel por detenerla. Desde el fondo del cañón, Abel escuchaba los balidos de Remache. Espérame traeré ayuda, le dijo desde arriba, seguro de que la oveja lo entendería. Abel corrió donde su padre y llamó a varia gente del pueblo. Todos juntos subieron llevando cuerdas y agarraderas para sacarla del fondo. Pero la operación parecía difícil, imposible, dijo un veterano del pueblo, deberá morir en la soledad, no podemos rescatarla. Abel se opuso, no puedo dejar a mi oveja perdida morirse en la soledad y en el frió, voy a bajar por ella. Su padre y los vecinos se opusieron; podría morir si las agarraderas se soltaban, no podía arriesgarse. Lo haré, dijo tan convencido que su padre accedió. Lo amarraron a una cuerda y Abel descendió y descendió hasta que se topó con Remache que se tambaleaba sobre una rama delgada, que ya casi se rompía. Abel respiró hondo, se impulsó desde lo más profundo de sí y se lanzó en picada para agarrar de una sola vez y con un brazo a su oveja. Al verlo bambolearse como un péndulo, todos gritaban: ¡Se va a matar! Entonces, haciendo un último esfuerzo, los vecinos se juntaron en una gran cadena y apoyados unos con otros elevaron a Abel que  abrazado a su oveja, llegó a la colina.      

 

Los niños del pueblo empezaron a cantar esta rondalla:

 

Remache, Remache,

al fondo cayó

colgando de un palo

solita quedó.

 

Remache, Remache

Te voy a sacar

Espérame, esperáme

Que voy a bajar.

 

Remache, Remache

Abel te subió

Atada a su brazos

la oveja llegó.

 

Fin

María Eugenia de Jesús Sánchez