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¡Colombia es Pasión!

Semana
7 de mayo de 2011

Hablar de un “nuevo escándalo” en nuestro país es un poco extraño, suena extraño. El simple hecho de ser colombianos nos obliga a asumir como “normales” cada una de las noticias que circulan a diario, noticias que en otro lugar son terribles, pero en Colombia, en el país donde todo es posible, además de que no son terribles, hacen parte de su cotidianidad. No lo pudo decir mejor Darío Arizmendi cuando se refirió a los acontecimientos del País y a la reacción que ellos representaban: “Todo lo que pasa en Colombia es grave, pero nada es serio”. Y si hablamos de otros temas, no por ello ajenos al fenómeno de nuestra capacidad de asumir todo como cotidiano, tenemos la poderosísima capacidad de ser redundantes. Si hablamos de corrupción gubernamental, por ejemplo, estamos frente a una gigantesca perogrullada, una tautología inoficiosa e innecesaria. Es como hablar de la historia guerrerista de nuestro país, ¡Vaya qué redundante! Solo tenemos que decir historia, o simplemente guerra, ¡Las dos juntas no! Sería hacer un mal uso del lenguaje.

Levantarse cada día y encontrar nuevos acontecimientos, eso sí que es estar en el Edén, díganme si eso no es vivir en el paraíso. Si no tuviésemos cosas nuevas constantemente este país sería aburrido y la rutina nos consumiría vivos; no podemos permitir que eso suceda, es más divertido encender el computador y leer las bunas nuevas que sentarse a contemplar el firmamento sin tener historias asombrosas que, de no ser porque nos toca padecerlas, creeríamos sin dudarlo que son sacadas de un libro de ciencia ficción. Y es que si los colombianos nos diéramos a la tarea de sentarnos a escribir nuestro diario vivir Suecia no tendría otra alternativa que otorgarnos vitaliciamente el Premio Nobel de Literatura, o por lo menos dejarnos fuera de concurso, vedarnos. En últimas, nuestro único Premio Nobel, que a propósito es de literatura, no hizo otra cosa que plasmar nuestras realidades, nuestra historia. Cien Años de Soledad es más un manual de nuestra historia que una novela, a juzgar por su objetividad en el relato de la masacre de las bananeras.

Los medios de comunicación de nuestro país no tienen de qué preocuparse, no tienen que salir como locos a escudriñar, a ver qué noticia encuentran por ahí, basta con estirar la mano al saco infinito de acontecimientos y pueden perfectamente tener para transmitir las “noticias” de este año y el próximo. Con uno solo de los mil escándalos basta y sobra. No necesitábamos un AIS, ya teníamos los falsos positivos, teníamos una clase política emparentada con el paramilitarismo, teníamos dos o tres narcotraficantes dando órdenes. No necesitábamos un escándalo de la magnitud de el del DAS, con la “Yidispolítica” teníamos suficiente. Pudimos evitarnos la vergüenza de los Nule, ya era suficiente con el cuento de las pirámides y la carta de felicitaciones de Uribe a “Don” David Murcia. Pero no, a nosotros nunca nos basta, pues, ante la pérdida de asombro que caracteriza al colombiano, necesitamos renovar constantemente los sucesos para ver si de cada 100 escándalos uno nos impresiona.

A mí particularmente ya no me sobresalta nada, lo único que me asusta es mi superficial mansedumbre a asumir todo como normal. Si veo una noticia de un atentado y hay 50 muertos me parece tan natural y poco importante, pues, ¡50 muertos no son nada! Y hay que ver con cuanto entusiasmo leo un libro de narcotráfico, guerrilla y paramilitarismo; no arrugo las cejas ante barbaries, ni me asombro, es como si leyera una novela cualquiera que yo sé que es inventada. Ni siquiera me asombró leer una frase de uno de los Orejuela, que trae a colación Camilo Chaparro en su libro Historia del Cartel de Cali, donde deja en claro que nada de lo que nos han dicho es lo que ha sucedido: “Si yo hablara, la historia de los últimos treinta años de Colombia tendría que volverse a escribir”. A mí ya no me preocupa lo que pasa, me preocupa mi actitud ante lo que pasa, y eso es más deprimente. Soy víctima de la cotidianidad y del flagelo de la crueldad en que vive mi País.

Pero ya mi inmutabilidad no me aqueja tanto como la idea de tener que transmitirle mi frialdad a mi descendencia, pues, ante cada escándalo siempre me digo: ¡Uno más! ¿Qué les diré a mis hijos cuando escudriñemos la historia de este País? Yo por mi parte les tengo guardados muchos libros de los aconteceres colombianos y les diré, a secas, que se tratan de novelas, de historias inventadas, pues, que un asesino como Castaño se sienta orgulloso, en el libro “Mi Confesión”, de los miles de homicidios que cometió, no creo que les dé una imaginación sana y prodigiosa a mis hijos. Les contaré las historias de los falsos positivos disfrazándolas de marcianos que venían de otro mundo a querer acabar con nuestra especie; les diré que el cuento de AIS fue una versión vulgar de la historia de Robin Hood, que la historia del DAS era un guión de ladrones y policías que al final resultó ser otra versión defectuosa de “Terminator”. Para cada caso les tengo una historia, por eso, vivo pendiente a ver qué acontece para relacionar unas con otras y hacer de todas ellas una ficción, pues, mis hijos no me creerán que todo esto sucedió en verdad. Los dejaré creer que Colombia es Pasión, pues, para qué angustiarlos con cosas que no pueden solucionar. Y no me angustia la idea de que desconozcan la historia, pues, no la ignorarán, simplemente la sabrán de otra forma; les contaré estos relatos y les recalcaré que tienen moraleja de fondo. Aunque pensándolo bien… ¿Qué acaso no los tengo que enviar al colegio? ¡Me asusta que allá se enteren de lo que a mí me hubiese gustado no enterarme!