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De los cuentos de Amor

Semana
2 de julio de 2012

BURRITO FEO, Y

CABALLO COJO

 

Burrito Feo es un burro distinto a todos lo burros del mundo. Es un burro inteligente y eso se sabe porque tiene las orejas cortas y crespas como las hojas de un repollo.

Su dueño, Jacinto, un niño de pelo negro y lacio como los pelos de la cola de Burrito Feo, lo sabe. Y lo sabe porque Burrito Feo lo escucha cuando le habla.

Se miran directamente a los ojos y Burrito feo encrespa aún más sus crespas orejas.

-Vamos a llevar la leña, le dice Jacinto, y Burrito Feo dobla un poco  sus patas delanteras y se inclina para que Jacinto pueda subir la leña sobre su lomo.

También se inclina en las mañanas cuando debe llevarlo a la escuela. Burrito Feo camina un largo trecho para que Jacinto aprenda a conocer las letras.

Esta B es la de Burrito y esta F es la de Feo y Burrito Feo mueve alegremente las orejas.

Burrito Feo vive en su establo al lado de la casa de Jacinto y sus padres. Una casa de barro pintada de rosado para que todos la distingan desde lejos y se resguarden del clima o del hambre.

Porque en la casa de Jacinto habitaba también Amor. Había llegado una noche de lluvia, y lo habían acogido tan bien, que se quedó a vivir allí por un buen tiempo.

Desde eso hacía que el tiempo era bueno y las lluvias y el viento, venían disciplinadamente y sin dañar los cultivos, humedecían la tierra. El viento esparcía los olores y las esporas de las flores.

El sol también recordó sus viejas épocas, cuando sin ardor, el calor de sus rayos  mantenían verde el valle.

Una tarde, cuando Burrito Feo, descansaba de su trabajo sintió el lejano galopar de un caballo. Luego lo vio. Era un caballo alto esbelto, de color panela caliente, y galopaba con tanta elegancia que Burrito Feo, lo admiró.

-¿Qué haces allí encerrado, pequeño asno? Le preguntó caballo alto.

-No soy un asno, respondió Burrito Feo, asombrado de la ignorancia de Caballo alto.

-¿Entonces quién eres? 

-Soy Burrito Feo, respondió Burrito y no estoy encerrado, vivo aquí.

-¿Si no estas encerrado porque no corres  como yo, que llevo al viento sobre mi lomo?

Burrito Feo, no había pensado en eso, nunca había tenido otra necesidad diferente de estar con Jacinto.

-¿Te das cuenta? Estás encerrado y no tienes libertad para correr por el valle, meter las patas en el rio y sentir en el lomo el peso del viento.

Burrito Feo quiso hacerse el desentendido, pero una cosquillita empezó a sacudirlo.

El llevaba la carga de leña y a Jacinto sobre su lomo, otras veces cargaba las tinajas de leche, o las verduras y las frutas. Era feliz con su trabajo. Pero…  ¿Y si conociera de otra cosa?

-¿Y, si él pudiera correr por el valle, como caballo alto?

-¡Ven! No tengas miedo, yo te enseñare los caminos.

Y Burrito Feo empezó a caminar hacia la puerta del establo, y luego siguió trotando lentamente hasta entrar en el valle, finalmente trotó tratando de alcanzar a caballo alto, sin lograrlo.

-Ven, trota más rápido, o te voy a dejar rezagado.

-No puedo, dijo Burrito Feo, mis patas son cortas.

-Va, eres un incapaz, tus patas son cortas, tus orejas como repollos y tu pelo, gris como ceniza.

Burrito Feo no se extraño de eso, él era así, eso le decía Jacinto cuando le acariciaba las orejas.

Pero caballo alto no se conformaba, era tan ágil que podía recorrer el valle en un instante y le daba risa Burrito Feo con su trotecito pesado tratando de darle alcance.

Burrito Feo estaba cansado y se detuvo en el arroyo. Caballo alto se le acercó.

-Mírate en el rio, eres un burrito feo, mientras que yo, mírame, soy alto, esbelto,  soy un caballo.

-Burrito Feo se miró, nunca antes lo había hecho. En realidad no se parecía en nada a Caballo alto. Era pequeño por más que tratara de empinarse sobre sus cascos, su cuerpo era ancho y pesado y su lomo de pelo gris. ¡Ah! Pero sus ojos, sus ojos eran grandes, redondos y húmedos.  Y Jacinto decía que miraban con Amor. Entonces todo lo demás no importaba.

-Por eso te llaman feo, le dijo caballo alto y los ojos de Burrito Feo se llenaron de lágrimas. Tampoco nadie, nunca, le había hablado así.

-Pero no llores, da igual, vives con los hombres, trabajas para ellos, cargas con sus cargas, y para eso… no tienes que llevar el viento sobre tu lomo. Yo en cambio, me basto a mi mismo, soy libre, y no requiero del hombre para nada y se marchó con su trote ágil y rápido despicando las piedras con la fuerza de sus cascos.  .

Burrito Feo, pensó en Jacinto y sintió a amor en su corazón. Que importaba ser Burrito Feo si Jacinto lo quería. Entonces con su trotecito pesado regresó a casa.

 Amor que es tan silencioso, había contemplado la escena.

-La belleza se dijo, es un don del amor, pero si este se pierde, queda sólo el caparazón. Veamos, dijo, que le puede pasar al  caparazón.

A la mañana siguiente cuando Burrito Feo, llevaba sobre su lomo a Jacinto, descubrieron al pie del riachuelo, a caballo alto. Estaba estirado sin poder moverse, tenía sed y estaba desprotegido, las crines enredadas y el pelo del lomo ralo, como si el viento sobre su lomo, se lo hubiera arrancado.

- ¿Qué te ha ocurrido Caballo Alto? Anoche no más, eras libre, fuerte y llevabas el viento  sobre tus lomos.

-Hay Burrito Feo, si supieras, el viento sobre mis lomos se encabritó de tal manera que me arrastró con tal fuerza, arrasó mi hermoso pelaje, devastó mi crin y quebró  mis largas patas delanteras, ahora sólo espero la muerte. Un caballo sin patas, no sirve.

Jacinto, al verlo, descendió del burrito, y trató de moverlo, pero caballo alto era muy pesado, -tendremos que enyesarle las patas. Dijo

-¿enyesarme las patas?

-Si, dijo  Burrito Feo,

Y, durante un mes consecutivo, Burrito Feo alimento a caballo alto. En las mañanas le llevaba forraje y agua. Y luego cuando finalmente pudo enderezar las patas, Burrito Feo, lo sostuvo  con su lomo, porque Burrito Feo, era muy fuerte y su lomo era grueso.

Entonces caballo alto le preguntó:

-¿Dime Burrito Feo, no tienes nada que reprocharme?

Burrito Feo se quedó estupefacto, no conocía la palabra reproche, Jacinto no la había mencionado nunca.

-Burrito Feo, es que yo te dije que me bastaba a mi mismo, que era libre y que no precisaba del hombre.

Pero  Burrito Feo, no pensaba en eso, pensaba en que caballo alto iba a quedar un poco cojo, que no podría correr por el valle y llevar el viento sobre su lomo.

Caballo alto ya lo sabía porque Amor se lo había soplado en la oreja, era un secreto, le dijo, porque el amor es secreto y Burrito Feo lo conocía bien. Entonces las palabras resultaban innecesarias. Por eso Caballo alto le dijo:

 -No te preocupes, Burrito Feo, de ahora en adelante tendrás un buen compañero, me llamaras, Caballo Cojo, por que, más importante que la belleza es la solidaridad. Sino, habría muerto de sed al lado del arroyo.

Amor escuchó las palabras de Caballo Cojo, y sonrió.

 

Fin

María Eugenia de Jesús Sánchez

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