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El contador de historias por Juliana Angel Posada

Semana
12 de julio de 2012

 

En aquel tiempo se castigaba con severidad a todo aquél que escribiera una mala historia. Rafael supo de este ajusticiamiento: luego de publicar su primer novela, esta que era aburridísima, los soldados del emperador simplemente le cortaron las manos.

Los revisteros de moda reseñaron el hecho, dijeron que Rafael sería siempre de permitírsele seguir escribiendo un pésimo escritor, y se olvidaron de su nombre.

Pero, Rafael aprendió a escribir con los pies y publicó otro libro. La ley, en esta ocasión, de nuevo fue implacable: le cortaron las piernas.

Rafael ya no publicaría más obras, en cambio gustó de contar cuentos, invariablemente insulsos, en el ágora del pueblo. Todos los que por casualidad lo oían, vivían temerosos de perder las orejas, y según el más reciente decreto, le arrancaron la lengua.

Hoy, lo único que hace Rafael es tomar el sol en una banca del parque, y quien lo mira, piensa inevitablemente en una buena historia: la de la azarosa vida de Rafael.