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FANATISMO Y GUERRA PSICOLÓGICA EN LAS ÉLITES.

Semana
21 de mayo de 2012

FANATISMO Y GUERRA PSICOLÓGICA EN LAS ÉLITES.

Acerca del poder mágico de la palabra como medio de asesinato simbólico de las diferencias.

 

Mg Edgar Barrero Cuellar

Director: www.catedralibremartinbaro.org

Consejero por Colombia ante la Unión Latinoamericana de Entidades de Psicología –ULAPSI-

 

 

“No es un lugar atroz; es un lugar en el que ocurren hechos atroces” (Borges)

                                                                                                         

Parafraseando a Borges, lo mismo podríamos decir de nuestro país: “Colombia no es un país atroz. Es un país en el ocurren cosas atroces”. Una de esas cosas atroces es la forma como la élite política nos ha venido acostumbrando al uso mortal de la palabra para destruir cualquier forma de oposición que se nos aparezca. Nótese que hablo de destruir y no de someter; lo cual es una forma de traer al campo de la palabra ese gusto y ese placer que se ha instalado en algunas operaciones militares de abstenerse de someter al enemigo para pasar a su destrucción total y luego mostrarlo por todos los medios posibles como un trofeo de guerra.

 

Mostrar al enemigo en estado de destrucción, postrado y sangrante. Mostrar el cuerpo mutilado, doblegado, desfigurado. Sonreír mientras se transmiten esas imágenes atroces y elevar al cielo las palabras de satisfacción por el deber cumplido. Glorificar la acción destructora en nombre de la Patria y de Dios. En nombre de los héroes terrestres y de sus protectores angelicales que  lavan sus heridas.

 

Lo mismo sucede con la palabra que asesina o que instiga a la masacre, al ensañamiento mercenario con el otro. Siempre se invoca una causa justa que busca convertirse en causa común de todo un pueblo o de pueblos enteros. Esto sucedió en Colombia con personajes perversos como Laureano Gómez cuando incitaba a la muerte de comunistas y homosexuales, ambos presentados como encarnaciones del mal y por lo tanto potencialmente enemigos de moral conservadora de la época. Esa herencia política e ideológica instaurada por Laureano Gómez ha dejado una profunda huella en la subjetividad del colombiano y aún se mantiene en expresiones racistas, homofóbicas y fascistas, al punto de llegar a utilizar discursos como el  que utilizó por estos días un Diputado antioqueño refiriéndose al pueblo Chocoano: “Meterle plata al Chocó es como meterle perfume a un bollo” (léase mierda).

 

Pero no es esto lo que me interesa analizar en mi condición de psicólogo social crítico. Mi interés se centra un poco en mostrar la forma como el fanatismo dogmático de las elites políticas termina generando climas de terror a través del uso sistemático de la palabra incitadora de violencia directa e indirecta, y que tiene como una de sus finalidades la desestabilización política, económica,  moral y social.

 

Hace muy poco la maquina mediática global dio a conocer unas imágenes que llamaron profundamente mi atención. Se trata del expresidente de Colombia Alvaro Uribe, uno de los representantes de la élite política de ultraderecha que fundara Laureano Gómez y que por tanto sueña con un país libre de comunistas, sindicalistas, líderes indígenas y estudiantiles, en el que él como gran salvador cabalga a la manera de el Rey Arturo, como gobernante supremo de las fuerzas del bien. La búsqueda de este sueño se ha vuelto toda una obsesión y para lograrlo ya no bastan los consejos y recetas mágicas de su amigo Merlín, que para nuestro caso tiene nombre propio: José Obdulio, un oscuro personaje que aparece y desaparece con tanta facilidad, que algunos en Colombia creen que es una invención de la izquierda para justificar sus críticas al sistema.

 

Las redes sociales son la solución. En medio de una entrevista que le realizaban en Miami, nuestro expresidente se descompone al recibir noticias que le llegan de Colombia. Se trata de acusaciones sutiles de quien fuera su ministro de defensa y quien hoy funge como presidente de la República. Su escudero y amigo le ha dado la espalda aparentemente, tal como sucede en la película Lancelot, en donde el Rey Arturo recoge y protege a un joven guerrero hasta convertirlo en uno de los caballeros de su guardia personal. El drama empieza cuando Arturo encuentra a su bella esposa con aquel caballero en situación difícil de explicar. Viene la reacción del macho de la época que tiene el poder de gobernar. A ella sólo se le ve llorar. Al caballero se le hace ver como desleal.

 

Lo mismo sucedió con  nuestro expresidente. La reacción del macho que amenaza con dar golpes en la cara a los maricas. Ese era el mensaje para quienes  no lo entendieron. Su descomposición se hizo mucho más evidente. Se levantaba de la mesa y buscaba su arma en cualquier lugar. Twitter era su forma de deshago y de llamar la atención. Su carácter egocéntrico afloró con toda claridad y quienes estaban allí no salían de su asombro.

 

Desde ese fanatismo de ultraderecha se gobernó a Colombia durante 8 años y los resultados fueron francamente desoladores: militarización de la vida civil, falsas desmovilizaciones, excesiva polarización social, impunidad por fuero militar, aumento en la sensación de vulnerabilidad social y naturalización a gran escala de la violencia como única salida al conflicto social y armado con más de doscientos años de incubación.

 

El poder destructor de la palabra fanática y dogmática hace carrera en el país. A todo el que se manifieste distinto al desorden establecido se le acusa de algo. Se incita a su muerte o desaparición. Ese es el mensaje que se quiere transmitir. Lo de las diferencias con su escudero son sólo un dispositivo de desorientación. Lo que está detrás es el mensaje autoritario de alguien que se cree imprescindible para nuestra sociedad. El peligro se asienta en que hay muchos sectores con poder que de verdad creen en ello.

 

No se puede olvidar que detrás de los regímenes violentos siempre ha habido una retórica que va justificando su necesidad. Antes de la masacre se construyen los mensajes que son lanzados para impactar al conjunto de  la sociedad: por allí hay gente mala, es una zona con presencia guerrillera, son tierras aptas para el narcotráfico, etc. Y se oculta de paso la verdad: son tierras fértiles, ricas, estratégicas para la minería trasnacional o el cultivo de palma, etc.

 

La palabra destructora en manos de un fanático es algo potencialmente muy grave para una sociedad. Si de algo sirven las imágenes de aquella entrevista que se colaron por las redes, es que detrás de esa imagen de hombre tranquilo, mesurado y aparentemente muy buen conversador, por no decir, conservador, existe alguien tan perverso que puede llevar al país a una ola de violencia peor que las que hemos vivido hasta ahora, con unos altísimos niveles de fundamentalismo que pueden llegar a incluir el uso de acciones suicidas como la que acabamos de ver con el atentado al exministro Fernando Londoño.

 

Después de haber escrito mi último libro “De los pájaros azules a las águilas negras: Estética de lo atroz. Psicohistoria de la violencia política en Colombia”,  hay cosas que lamentablemente ya no me sorprenden y eso me asusta. Pero un reclamo si seguiré haciendo: ¿Dónde ha estado la psicología en este país mientras todo esto sucede?

 

¿Hasta cuándo tendremos una psicología alejada de esta realidad y jugando un papel cómplice con este tipo de situaciones tan complejas y perversas para nuestros pueblos?

 

Afortunadamente viene andando por toda Latinoamérica un interesante movimiento descolonizador al interior de la psicología. Un movimiento que cuestiona drásticamente el papel que hasta ahora nos han impuesto a los psicólogos y psicólogas como ayudantes de estados de opresión, sometimiento y control. Por allí se encuentran experiencias muy interesantes como la de Ulapsi, Alfepsi y todo el movimiento de psicología de la liberación que se niegan a seguir siendo eso que históricamente nos impusieron como horizonte profesional y se proponen trabajar en una nueva perspectiva de decir y hacer psicología al servicio de la humanización y nunca de la guerra y la deshumanización de nuestra sociedades.

 

A propósito, Colombia será sede del XI Congreso Internacional de Psicología Social de la Liberación a realizarse del 15 al 17 de noviembre de 2012 en la ciudad de Bogotá, y seguramente allí se continuará dialogando sobre estos problemas y muchos más que hoy por hoy nos convocan como trabajadores de esa psicología emergente, comprometida con la recuperación de nuestra memoria histórica y de nuestras identidades.