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Google el memorioso

Semana
24 de febrero de 2012

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Al igual que Funes, Google nunca duerme, por eso no olvida.

 

Imagínese que hace quince años usted publicó un libro del que hoy ya nadie se acuerda. Usted no se convirtió en el talentoso escritor que la crítica auguraba en aquel entonces. Al contrario, por alguna razón, usted no volvió a publicar una sola cuartilla y ahora nadie conoce su nombre. Para gente como usted es una suerte vivir en estos tiempo de Google. Sin que usted tenga nada que hacer este poderoso buscador se encargará de recordarle al mundo su éxito de hace años y dado el caso usted podrá seguir sacando ventaja de ello.

 

Pero imagínese que hace quince años usted cometió un delito que fue reportado con su foto y todo lujo de detalles en la prensa de esos días. Por ese delito usted pagó cinco años de cárcel, luego de lo cual salió y comenzó a vivir una vida virtuosa. Mucha de la gente que lo conoce ahora, sus colegas de trabajo, vecinos, no saben que alguna vez usted fue un delincuente y que estuvo en la cárcel. Para gente como usted Google es toda una pesadilla. Una búsqueda de su nombre podrá conducir a su vecino –un tipo con quien usted ha tenido algunos problemitas últimamente por culpa del perro- a enterarse de un pasado que usted hace tiempo cree haber dejado atrás.

 

Conozco a alguien que se llevó una sorpresa desagradable el día en que, buscándose en Google, encontró una foto suya de cuando era gorda, fea (según ella) y ese día además estaba muy mal vestida. Ahora que es delgada, hermosa (según ella) y que siempre va muy bien vestida, su gran miedo es que en su trabajo alguien descubra esa foto y la haga circular a sus espaldas. Ella es la jefe de sección de una compañía y muchos de sus subordinados no la quieren demasiado. Ha intentado de diversas maneras eliminar esa imagen de su pasado pero la foto de la gorda sigue apareciendo cada vez que se busca.

 

Porque a Google, al igual que a Ireneo Funes, nada se le olvida. Para bien y para mal. No son capaces de pensar ni de discernir entre lo bueno y lo malo, lo feo y lo bonito, su única función es recordar. Hoy, por culpa de Google, ya no hay olvido posible. Pues tan penoso es el olvido como la imposibilidad de olvido.

 

Funes decía que su memoria era como un vaciadero de basuras. Yo diría, pensando en Google, vaciadero solamente. Un sitio en donde cae de todo, desde tesoros hasta residuos. En esto pensé el otro día cuando tuve que buscar información sobre un determinado hecho histórico. Nada más en la primera página de los resultados, junto con algunos excelentes ensayos y reseñas de libros sobre el tema, estaba la tarea de un alumno de cuarto grado, dos blogs que trataban el asunto a la ligera, y un par de foros que especulaban a partir de las cosas más absurdas. Si la persona que busca algo no tiene de entrada algunos mínimos criterios puede terminar repitiendo como ciertos los disparates de algún forista.

 

El no olvidar es fuente de enredo. Hay que tener cuidado cuando buscamos horarios de salidas de buses, trenes, aviones. Si nos descuidamos podemos terminar consultando los horarios de hace cinco años, que ya no están vigentes pero que todavía están ahí porque a Google no se le han olvidado.

 

Por culpa de Google ya no hay olvido posible. Una paradoja en estas épocas en que la enfermedad es la pérdida de la memoria. Google en los tiempos de Alzheimer. Ya no somos ni seremos olvido, como temían los Abad, padre e hijo. Cómo habría temido el mismo Borges. Ese mismo que, otra vez la paradoja, se inventó a Funes.