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JOE: ¡Colombia nunca te olvida!

Semana
29 de julio de 2011

POR ANUAR SAAD S.

 

Se terminó la historia terrenal del Joe Arroyo. Como un largo capítulo de telenovela, su vida estuvo marcada por las carencias, el esfuerzo, las alegrías y las tristezas, y hoy, después de los últimos sufridos 29 días postrado en una cama de hospital, despojado de su alegría innata; impedido para desplegar esa alegría que contagió a millones de corazones en el mundo entero; sin que esa voz indescifrable, visceral y única que nos hacía olvidar las penas resonara más, el Joe, el gran Álvaro José Arroyo, partió para siempre. Sus restos, como habría sido su voluntad desde hace mucho tiempo, reposarán aquí, en su tierra adoptiva, esa misma que lo hizo declarar en versos preñados de su genial “Joeson”, que… “¡en Barranquilla me quedo!”

El mundo de la música, sus seguidores, sus amigos, sus familiares y todos sus compatriotas lloran su partida. El legado que deja este multifacético artista será difícil de continuar, porque la originalidad de sus composiciones, lo novedoso de su ritmo y su mítica personalidad no puede ser igualado por nadie más. Tal como lo dijera en su histórica entrevista a Mauricio Silva para la revista “Rolling Stone”… “Se necesitarán 300 años para que nazca otro Joe”.

Su muerte produce dolor. En las oficinas, en medio de una charla de trabajo, alguien se atrevió a gritar, justo a los 7:45 de la mañana la nefasta sentencia: ¡Acaba de morir el Joe! Aunque las actividades siguieron su curso, todos los asistentes tenían cara de velorio. Y es que el Joe no sólo es el padre de sus hijos, el compañero de su esposa, el hermano de sus hermanos…este cantante era parte de cada uno de los colombianos porque sus canciones –en realidad himnos inmortales—nos acompañaron desde que por primera vez nos escapábamos a una fiestecita de viernes y nos enloquecíamos con “El Ausente”, uno de sus primeros y más legendarios éxitos.

Pero la vida pasa factura, y al Joe, sus reconocidos abusos terminaron cobrándole el precio más caro: su propia vida. En los últimos diez años sus ingresos a clínicas fueron repetitivos y paulatinamente se le dejó de ver de manera activa en los escenarios. No caminaba bien; su aparato motriz fallaba; su presión arterial era cada vez más díscola y el azúcar y sus reincidencias en la droga y el alcohol, terminaron de cavar su anticipada sepultura.

El Joe vivió al ritmo que quiso. Hizo de la noche su día, de allí “El centurión de la noche”. Se hizo cómplice inspirador en medio de bataholas de droga y alcohol en las que terminaba, increíblemente, componiendo piezas maestras que daban fe de su estado, caso por ejemplo, de “El tumbatecho”. Le cantó al amor, a sus amores, a su música, a su tierra, rescató los orígenes de los ritmos cumbiamberos, mezcló la herencia africana como el chandé con la salsa, creando así un ritmo que se convirtió en receta perfecta para melómanos, productores, bailadores y amantes de la música en general.

Él solo, sin maquinarias multinacionales ni propagandísticas que elevan hoy la imagen de cualquier aparecido, se ganó a finales de la década de los noventa el honor de ser reconocido como uno de los 5 cantantes más importantes e influyentes del mundo; fue portada de la revista Rolling Stone; y reventó escenarios en Europa y América, poniendo a bailar, al ritmo de “Rebelión” con su explícita crítica a la Conquista, a los mismísimos reyes de España.

Sin embargo, sus últimos días no fueron llenos de la paz que un enfermo que espera la muerte, quisiera tener. Este último mes transcurrió entre los dimes y diretes producto de un agrio enfrentamiento de su actual esposa con las hijas del matrimonio con Mary Luz y con sus amigos y colegas. La abusiva transformación de la realidad que presenta la novela –además muy pobre argumentativamente hablando—generó polarización entre las partes llegando a afirmarse que fue escrita no para engrandecer al Joe, sino a su actual esposa.

Como el amor verdadero, al Joe se le amó tal y como fue. Sin necesidad de maquillajes ni impulsado por retratos e historias amañadas. Se le admiró y se le quiso, reconociéndole su grandeza y aceptándole  sus excesos, sus defectos y sus errores. Hoy este gran artista se nos adelantó en la partida final. Allá, en el cielo de los genios, estará estremeciendo los rincones con su grito peculiar y, quien sabe, dedicándonos un “Colombianos, el Joe nunca los olvida”, mientras que ángeles y santos empiezan a prender la guachafita.

Mientras tanto, desde aquí, esperamos que te llegue este grito que combina el dolor con nuestra admiración: Joe: ¡Colombia nunca te olvida!