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La paz, tan querida

Semana
24 de septiembre de 2012

La paz es tan necesaria como los amigos y tan justa como un helado en el verano inclemente del Caribe. Nadie puede abominarla, o negarla, o entorpecerla, o adelgazarla, o ser tan buribe para no quererla.

 

Ya sabemos que el horror de la guerra atrapa la piel, la encoleriza, la paraliza, la quema, o la asesina.

Los poetas la aman más que nadie, porque saben que es sabia y no boba, que el blanco no es paloma ni el rojo, el mar rojo.

 

La paz tiene varios rostros: paz romana, paz  guerrera, paz imbécil,  paz astuta… Falta la paz de todos, la que no tiene dueño. Esa paz es como el multicolor sueño humano, pero los que gobiernan la detestan. Gobernar quiere decir hombre de estado, también hombre de paraestado.

 

Está la pazología, que es como la atadura roca de las bestias, o su adicción; luego también está la pazita, que es la calamidad de los pobres.

 

La paz ha sido violada por los Santos y los guerreros, también por el tiempo, por ese acumulado de odios y años de guerra; también por el olvido, por los soldados, por los paramilitares y los guerrilleros, y por los que no han dicho nada. La paz está casi muerte, agónica, teñida de dolor y sangre de pueblo.

 

En el hospital le regalaron el paseo de la muerte y entonces, espera atribulada y cómica, en una camilla, la ambulancia del gobierno y también la ambulancia de la guerrilla.

 

Hay palomas blancas por doquier, en el capitolio y en la plaza de la paz de Barranquilla. Pero una paloma, es un delicado animal ignorado mil veces por los humanos y a veces sometida a la ira ciudadana. Algunas veces la envenenan con los odios del tirano y amanece un cadáver insomne, indiferente a la indiferencia de los vivos, en todo el frente de cualquier plaza de Colombia. Han asesinado el símbolo sagrado, el que tanto amamos.

 

La otra paz, es menos querida. Es la paz real del mundo, la que tiene dueños, sin pluma y sin bandera blanca. Pero con amos y dueños estrictos. Con y sin camándulas, con y sin crucifijos. Verde olivo, sin alivios.

 

Hay que hacer el amor y no la guerra, dar besos y abrazos, cruzar los perdones de todos los tiempos, pasados y presentes. Los perdones del mañana serán otros, quizá sin armas, sin victimarios y sin víctimas. Ojalá sin el verde oliva de la guerra, pero con el color del alivio.

 

La paz no es boba, tampoco la paloma, eso sí, son tan confiadas como los niños. El presidente de Colombia, tal vez aburrido de tanto muerto, no sabe qué hacer con la paz, con la paloma quizá sí sabe qué hacer. El color blanco nos baña de esperanza, pero una gota gigante de sangre colombiana se escapa entre los dedos de la tela. Es la huella de 50 años de guerra, de ceguera, de egoísmos fanáticos, de las fuerzas de la prepotencia, del dominio absoluto de la estupidez. La paz espera… Ella conoce a los guerreros, a los hombres.