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"Santa María, la fiesta de la muerte"

Semana
22 de enero de 2012

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“La virgen debe estar horrorizada en el paraíso, que festejen bajo su nombre, en una plaza, una fiesta de sangre.”

 

Aún no comprendo muy bien el placer de la gente al ver la sangre correr por la arena. No entiendo el goce morboso de ver como un toro vomita litros y litros de sangre. Existe una delectación injustificable de un puñado de gente que festeja y aplaude la muerte sádicamente.

Hay una serie de intelectuales, en Colombia, a los cuales no vale la pena nombrar, que son la piezas claves para que continúe esta horrorosa ceremonia. Muchos la llaman “rito”. Otros la quieren mezclar con la cultura nacional. Organizaciones del estado la justifican con leyes, para que nadie la pueda prohibir. La muerte del toro, en la manos del torero, es una celebración de la muerte antigua. Algo que heredamos "hermosamente" junto a los prejuicios, la religión, y la cultura hispana. Es la fiesta del atraso, de la ignorancia, de los seudo intelectuales irrisibles, miembros de una casta en vías de extinción, que hacen de la fiesta brava una ceremonia de pequeños asesinos humildes, que se creen artistas. Generalmente de un nivel cultural muy bajo, estos toreros creen ascender en la escala social, llamándose matadores. Los matadores podrían ser homónimos de aquellos hombres con una capucha, puesta por la vergüenza que les daba, cuando dejaban caer el frío afilado del acero sobre los condenados a muerte en tantas partes del mundo. Aquí en estas circunstancias, es el frío de una espada de acero clavada hasta el corazón del animal. La escena de violencia desproporcionada, por una suerte de danza alrededor del toro, la clavada de lanzas en el lomo del animal, para hacerle perder sangre y debilitarlo, hacen que la “fiesta” sea más injusta. Visto de otra forma dentro de un contexto similar, es un juego que se hacía antes, que se llamaba ruleta rusa, donde los hombres introducían una bala en el tambor de una pistola, y apretaban el gatillo. Generalmente tenían un quince por ciento de posibilidades de salvarse. Otras caían muertos instantáneamente delante de los apostadores.

 

¿Dónde se encierra la justificación del juego? ¿Dónde está el placer de las supuestas clases altas de la sociedad que han tenido acceso a la educación?

 

Bajo la palabra “cultura” mucha gente esconde la barbarie y la ignorancia, como si las sociedades no evolucionaran intelectualmente y siguiéramos siendo tan bestias como hace quinientos años. Claro también está el boxeo, donde dos hombres se destrozan la cara a diez o doce asaltos. Generalmente estos boxeadores, por la muerte de neuronas cuando reciben golpes en la cabeza, terminan como enfermos mentales, en hospitales psiquiátricos, como Casius Clay. En el toreo no podemos aplicar la palabra fair-play como en el fútbol. Incluso en el rugby, deporte un poco más fuerte que el fútbol, no se llega al asesinato de nadie. Solamente en la casería volvemos a encontrar personas que asesinan animales por diversión, para jugar. De aquí a Anders Behring Breivik el asesino de Oslo, tenemos muy poca distancia. Un enfermo mental, (clínicamente sano) que decide matar setenta y siete jovencitos, haciendo una casería privada en una isla. ¿Será que para esta misma gente que participa de la fiesta brava, les parecería interesante observar una masacre similar, pero de niños, no de toros? Muchos argumentos de los taurinos, son algunos como aquellos que nos informan que igual se matan vacas para comer carne. Que es más humano para ellos que los toros mueran en la arena. Es una especie de continuación de la inquisición, cuando quemaban los hombres y mujeres en las hogueras, con una fiesta en las plazas españolas. Como ya no pueden quemar personas, entonces matan toros en forma de ritual. El problema de desarrollo intelectual de la humanidad se encuentra cuestionado cada vez que los intelectuales se enfrentan éticamente al fenómeno “toros”. Muchos se lavan las manos, y van a la plaza de toros sin decir, por costumbre, comprando abonos para todas las corridas de la temporada. Cuando hemos discutido, siempre caen ellos en una actividad cultural, la fiesta de la muerte de los toros. De la misma manera, los iraníes festejan como algo cultural, la lapidación vivas, con golpes de piedras en la cabeza de las mujeres que son infieles a sus maridos. Cuando los mismos intelectuales observan esta situación, aceptan que existe algo raro en estas prácticas culturales de los iraníes. No pueden profundizar mucho en la reflexión, ya que ellos, también practican la continuación de la cultura taurina. No pueden entender estas personas de bien, de la clase adinerada colombiana, como distinguir la barbarie de la evolución humana. Sus sentimientos pobres de espíritu, intentan falsamente de organizar una fiesta de mortandad. Normalmente, a lo largo de la historia, las élites intelectuales europeas, a las cuales pertenecemos la mayor parte de latino-americanos, han criticado la fiesta Brava. Una gran discusión últimamente, llevó al gobierno de Cataluña a tomar medidas sobre el caso, y se puede llegar en poco tiempo a eliminar las corridas definitivamente. Si analizamos fríamente la situación, podremos observar que el arraigo popular en los toros en Colombia, es mínimo. Las clases medias apenas tienen dinero para ir al cine una vez al año o al fútbol. No pueden estar pagando los precios de las entradas a toros. Poco a poco esta ciudad de casi nueve millones de habitantes, a tenido que aceptar que la “Fiesta Brava” es una fiesta elitista. Lamentablemente no representa lo evolucionado del pensamiento nacional, más bien refleja el pensamiento de unas clases arribistas, que van a toros por esnobistas. No puedo de ninguna manera mezclar, o vincular el arribismo y el esnobismo con los intelectuales y los hombres de pensamiento. Cualquier ser humano, con dos dedos de frente, que goce una buena salud mental, estará por la vida, y siempre se opondrá a la muerte de la índole que sea. No se puede defender lo injustificable, aún cuando muere el torero, que además de ser un hombre común, y de un estrato socialmente humilde, también muere de vez en cuando en el ruedo. Son una especie de payasos fatales, marciales, que hacen aumentar el morbo y los genes deformes de una clase social que por suerte tiende a desaparecer del mundo. La dura realidad de un país que vive en guerra, donde muere tanta gente inocente en manos de otro tipo de toreros, (con otros nombres ya célebres) debería ser una simple muestra del horror que representa la violencia, y más aún justificada. De esta misma manera, una sociedad como la alemana de los años cuarenta, le resultó muy fácil justificar el genocidio del pueblo judío, y las invasiones a todos los países de alrededor de Europa. Hace falta sensatez. Si no somos sensatos, al ignorar todos los actos de violencia, estaremos propagando una cultura sangrienta, de horror que van a heredar nuestros hijos. Los derramamientos de sangre, con festejo popular, hacen de los pueblos seres insensibles al dolor y la vida. Si nuestra clase dirigente política, si nuestros intelectuales están sentados en la plaza Santa María, estaremos demostrando simplemente al mundo el nivel tan bajo intelectual a que estamos sometidos. Si esta es nuestra élite de genios, ¿qué podemos esperar de los hombres mañana?

 

Si no se hace una verdadera crítica de algo que no es un deporte, y que es una casería selectiva, con un bailador de colores, vestido de fiesta para que lo feliciten los bárbaros, y lo aplaudan los ricos, vamos por mal camino. La fiesta de la muerte debe terminar algún día, porque la humanidad se merece otra evolución, que no sea la de la violencia y la sangre, sea el rito que sea.