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SEGURIDAD: MALAS PERCEPCIONES Y UNA REALIDAD DURA.

Semana
10 de julio de 2011

El debate sobre si se ha deteriorado o no, en los últimos meses, el nivel de seguridad que, con la llamada política de “Seguridad Democrática”, se había alcanzado se ha centrado en el terreno de la percepción que distorsiona una realidad y una verdad inocultable.

 

Desde el punto de vista de la realidad lo más indicado es mirar los números. Si se toman las estadísticas publicadas, en la página del Ministerio de Defensa, sobre los resultados operacionales de la Fuerza Pública, y si se proyecta el mapa de seguridad para el final del 2011, con base en los datos reportados para el primer trimestre del año, se encontrarían en él menores índices de delitos comunes frente a los contabilizados en el año pasado (salvo asaltos en carreteras, robos comunes y a motocicletas); es decir, habrían menos homicidios, asaltos a hogares, entre otros que afectan al ciudadano común. En igual sentido las proyecciones de acciones terroristas estarían a la baja (excepción de ataques con explosivos a torres de energía y a puentes). En otras palabras, si no se puede afirmar contundentemente que la seguridad ha mejorado no se puede decir que se ha deteriorado.

 

En el campo de la realidad también se debe observar un cambio funcional en las operaciones de las FARC. Ante los evidentes golpes que las FF.AA. le ha proporcionado, la guerrilla, como estrategia de supervivencia, estaría regresando a la primera fase de la lucha revolucionaria –según su punto de vista-  o la del movimiento de guerrillas;  se está dispersando en pequeños grupos con capacidad de ejercer terror. De ahí el incremento de acciones terroristas en carreteras e infraestructura. Esto hará que se presente un replanteamiento a la estrategia de la lucha contra la subversión.

 

En el campo de las precepciones. La oposición uribista al gobierno está interesada en ambientar la convocatoria a una asamblea constituyente (con los propósitos ya conocidos) y no encontraría un direccionador  mejor, que a la vez es la fortaleza de su “Führer”, que atizar el fuego del supuesto deterioro de los niveles de seguridad; tarea acompañada por algunos medios de comunicación afectos ideológicamente al propósito. La táctica, paradójicamente, sería hacerle juego a la subversión, es decir magnificar publicitariamente al acto terrorista para atemorizar a la población; y por el otro lado  hacer visible lo que antes escondían: que los niveles de inseguridad en las ciudades era el Talón de Aquiles de la “Seguridad Democrática”.

 

Pero en este campo sensorial también juega el Ministro de Defensa. El ministro de Defensa, como cualquiera de sus colegas de gabinete, tiene una doble responsabilidad principal, una la de hacer que la organización burocrática a su cargo desarrolle e implemente las políticas del gobierno y, segunda, comunicar esas políticas y explicar sus avances (o retrocesos) a la opinión pública y a la ciudadanía en general. En la comunicación es evidente la falla del ministro; no ha sabido hacer llegar un mensaje contundente hacia la sociedad sobre las acciones en materia de seguridad; él, muy afecto al lenguaje rimbombante y a inventarse términos intrincados, una vez dice que las FARC se “bacriniaron”, en otra ocasión que se “pabloescobarizaron”, quiere e decir mucho, finalmente nada dice y sí confunde.

 

En el limbo entre percepción y realidad. El ministro no encaja ni en el gobierno y ni en su cartera.  Rivera quizás llegó a un baile al que inicialmente no lo habían invitado,  forzando su convite. Cuando alguien no está invitado a una fiesta, y por alguna razón aterriza en ella,  vive malas situaciones, por ejemplo: las damas no muestran una buena disposición para bailar con él, no encuentra grupos estables de contertulios y hasta los meseros lo miran mal. En las épocas de la campaña electoral de Santos, las malas lenguas decían que su inclusión en las directivas de la misma había sido el resultado de una llamada que Uribe la había hecho al candidato para manifestarle que Rivera estaba inconforme con el tratamiento que estaba recibiendo, sentía que estaba siendo marginado del proceso electoral, entonces, en los momentos en que Santos no podía distanciarse de Uribe,  Rivera ingresó a la campaña “santista” y posteriormente al gobierno. Finalmente llegó al baile.  

 

Ya en el salón de baile, en el desarrollo del ministerio,  a priori, se puede observar que la actividad del ministro no ha tenido los resultados esperados. Se puede medir el clima interno hacia el ministro por los comunicados de las asociaciones de oficiales en retiro, debido a la natural discreción y la imposibilidad de discrepar públicamente por parte de los oficiales en servicio activo de las decisiones o acciones políticas, y en ellos no se puede ver cosa distinta, y en los términos menos gravosos, a un profundo malestar de los oficiales hacia su gestión. Las cosas funcionan más por la inercia de las instituciones que por su liderazgo. Desde esta aparente debilidad veo difícil que lidere con éxito los cambios que se requieren para enfrentar los nuevos desafíos que en seguridad hoy se plantean.

 

Algo le pasa a Rivera. Cuando habitaba en la otra orilla del río era un líder destacado, con un futuro promisorio; se trasteó de lugar, pasó al otro lado de la  rivera, y en el otro terreno se vio afectado por el mismo mosco que ha picado a otro líderes, habitantes de ese terreno inhóspito, y que los ha acabado, cual de leishmaniasis se tratase.

 

Por estas épocas de aniversario sería conveniente para el gobierno hacer un cambio de parejo.

 

Bogotá D.C. Julio d?