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Transmilenio, un hervidero intolerancia

Semana
9 de marzo de 2012

La intolerancia en Transmilenio cada día es mayor. Este sistema que en sus inicios mostró avances en cultura ciudadana y en la imagen de la ciudad, se ha convertido en símbolo de descontento y violencia.

 

La semana pasada en la estación de Banderas dos hombres se fueron a los puños porque uno empujó a otro; en una de las estaciones de Chapinero una señora cacheteó a un hombre porque se le atravesó y él no tuvo reparo en devolverle el agravio de igual manera; en la estación de la calle 76, el pasado lunes, una joven se encendió en gritos contra una señora porque se le adelantó a coger el puesto. Estos no son casos aislados: cada día en Transmilenio se ven empujones, agresiones, codazos, malas palabras, peleas… y no exagero, de no organizarse el Sistema las cosas pueden empeorar. Cada día los usuarios llegan más prevenidos, más desconfiados, más agresivos y la única ley que impera es la de sálvese quien pueda. La gente no respeta las filas y no parece importarle atropellar a quien sea con tal de poder entrar al articulado y llegar puntual a su destino.

 

Si bien no podemos culpar de todo a la gerencia de Transmilenio por las malas actuaciones de la gente, la falta de control, la ausencia de campañas de educación y el deplorable servicio han hecho que cada día la gente busque la manera de arreglárselas: a falta de un número adecuado de alimentadores, la gente sale más temprano de su casa (hasta 30 minutos) para caminar hasta la estación; a falta de vehículos, la gente empuja y se atraviesa y se cuela como puede; a falta de organización y control, impera la ley de o chingas o te joden.

 

Es claro que las personas no se embuten en los buses por gusto, no empujan por gozo, no agreden porque sí  y no hacen protestas ni bloquean las vías por deporte. Es claro que hay fallas graves en el servicio y que es urgente que se tomen medidas fundamentales.

 

Parece irrisorio que el gerente de Transmilenio Carlos García Botero le haya dicho a la prensa que la solución a las quejas y reclamos de los usuarios es la futura construcción de troncales en la Boyacá y la Avenida 68, obras que le costarían a la ciudad 740 millones de dólares, y que según dice comenzarían a funcionar en el 2015. Paños de agua tibia, ficciones. ¿Tenemos que esperar entonces hasta el 2015 para que se solucionen los problemas en el Sistema cuando aun no se terminan las obras de la fase III en la calle 26? ¿Si no han podido brindar un servicio decente en las troncales existentes cómo pretenden mejorarlo habiendo más? Es como querer meterse a nadar en el mar cuando no se ha aprendido a flotar en una piscina. Arreglemos lo que está mal y luego pensemos en ampliar la cobertura.

 

Por otro lado está la tarifa, una tarifa que a mi modo de ver (y el de otros ciudadanos) es excesiva para el mal servicio.  En Santiago de Chile el pasaje en el metro cuesta 900 COP y el de metrobus esta alrededor de 600 COP; en Buenos Aires el viaje en el subterráneo cuesta unos 800 COP. Eso sin mencionar que los estudiantes, adultos mayores tienen una tarifa preferencial. Dejémonos de vainas y de mentiras. Las soluciones que se requieren son urgentes. Los bogotanos nos merecemos un servicio de transporte decente y humano. No decente por el modelo reciente de los buses. Necesitamos un sistema de transporte que adicional a llevar a los bogotanos a su destino fomente escenarios para la tolerancia y la convivencia. No es coherente que en una administración cuyo eslogan es Bogotá Humana haya un sistema de transporte que trate a las personas como pollos en caja y que adicional fomente el odio, la inseguridad, el resentimiento y la indiferencia.