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EDUARDO CARRANZA

Muere el poeta por excelencia del movimiento "Piedra y Cielo"

GERARDO VALENCIA
18 de marzo de 1985

Es difícil decir algo nuevo sobre Eduardo Carranza: su poesía ha sido estudiada casi que exhaustivamente por la crítica española, colombiana e hispanoamericana; su personalidad ha sido descrita como un trasunto de su poesía, pues vivió y murió en olor de poesía.
Cuando escribo estas líneas todavía siento el emocionado temblor de su mano cuando lo visité en su lecho de enfermo, al estrechar la mía en un momento de lucidez. Y es por esto por lo que el dolor de su muerte hubiera preferido refugiarse en el silencio y no en estas deshilvanadas palabras que escribo en homenaje a su memoria.
Tuve el privilegio de ver nacer, hoja por hoja su primer libro, "Canciones para iniciar una fiesta". Eramos muy jóvenes y coincidimos inicialmente en el fervor por la poesía; pero para él, más que un placer intelectual, la poesía era un goce, casi podria decirse que era como un regalo apetecido que recibía con entusiasmo y con el cual jugaba un poco como un niño travieso. Era la época de las musas adolescentes a quienes solía poner nombres líricos como el de Alicialtanube. Sus poemas eran entonces cantos amorosos escritos con la emoción adolescente del primer contacto del labio con el temblor de una melena.
Por eso su primer libro se llamó "Canciones para iniciar una fiesta" porque una fiesta era para él la poesía. Otro de sus títulos: "El corazón escrito", resumía muy acertadamente sus versos de amor.
El talento literario de Eduardo era múltiple como lo era su manera de expresarse: verso, prosa, oratoria. Poesía prosificada, poesía dicha con extraordinaria facilidad de palabra en la improvisación. Recuerdo haberle oído un mavavilloso y extenso poema improvisado en homenaje a una religiosa a quien se rindió tributo en alguna ocasión.
Sus amigos de entonces no podemos olvidar tampoco el ambiente familiar de la casa de Eduardo: la maternal y al mismo tiempo recia figura de su madreIa hermana tocando el piano al que varias veces aludió en su poesía; su hermano, despreocupado humorista que le leía a Eduardo en voz alta páginas de literatura ramplona para que riera el poeta.
Y en ese ambiente nos reunimos muchas veces sus amigos: a veces, en las frías noches sabaneras, recitábamos en coro sonetos de Rafael Alberti, de Dámaso Alonso, de Rafael Maya, de Eduardo Castillo. A una fuentecilla o más bien una acequía que corría en Usme, la llamaba "La fuente murmuradora"; al inicio de una sonata de Mozart que interpretaba su hermana, la llamaba "La escalerilla de cristal". Sí; no podía nunca aban donar la Poesía aun en lo familiar y cotidiano. Añoraba sus llanos nativos y era como una especie de redescubridor de la patria, asombrado de su belleza, cada vez que contemplaba el paisaje como si compartiera el asombro de los primeros europeos que llegaron a América.
No es de extrañar entonces que Eduardo hubiera sido el poeta de la patria: de una patria que él amaba con cierta nostalgia, porque deseaba verla grande, unida,poderosa: de allí su apasionada admiración por Bolívar. ¿No era el Libertador el que había dicho "Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de Africa y América, que una emanación de Europa"? Pero Eduardo agregó en su corazón el ser también una emanación de España.
Así concibió Eduardo la patria como un todo integrado por lo español y lo propiamente americano, y así la cantó en todos sus matices, en todas sus manifestaciones y en toda su belleza y su grandeza.
Una aventura política, malamente interpretada aun por sus mismos seguidores, me unió a Eduardo Carranza. La menciono porque en nuestro pensamiento no estuvo nunca el trasladar a estas tierras ideologías nacidas en Europa: precisamente nuestra admiración por Bolívar se basaba en su visión histórica de un mundo nuevo para el cual era necesario idear instituciones ajustadas a su realidad social, histórica y geográfica que era lo que no habían hecho quienes buscaron trasplantar instituciones europeas sin considerar nuestra propia realidad. El movimiento se disolvió precisamente, porque Eduardo y yo nos negamos a distinguirnos con una camisa negra. Pero Eduardo, como a aquel a quien todo se le convertía en oro apenas lo tocaba, todo se le convertía en poesía.
Y la política fue también para él más aliento poético que ideología política. Me atrevo a creer que su admiración en este campo siempre estuvo asociada con la figura legendaria de los grandes caudillos de la historia.
Antes de Eduardo, la poesía había cantado a Colombia, ya en forma grandielocuente o costumbrista. Con él dejó de ser retórica para hacerse sustancia misma del amor íntimo a todo lo nuestro: amó a Colombia como se ama una mujer: con pasión y ternura al mismo tiempo.
La poesía en prosa de Eduardo Carranza puede leerse como si fuera en verso: "Fui niño entre los árboles" "Se deshacía en el aire una guirnalda de palomas"; "Corría, entre las hojas, un cielo líquido y azul", son por ejemplo, versos que intercalaba continuamente en sus poemas en prosa.
Valdría la pena detenerse un poco más en esta modalidad de su poesía, en la que se encuentran grandes aciertos. Otro aspecto de la poesia de Eduardo, también valioso, fue su obra como traductor. Poetas tan difíciles como Claudel fueron traducidos por él. Son tantos los aspectos que ofrece su producción literaria, sin contar sus notas periodísticas, sus colaboraciones para la radio y sus estudios críticos, que sus obras completas darían materia para varios tomos.
Pero en estos momentos en que lamentamos su muerte, muerte cantada y presentida por él, es su figura humana su contagiosa sensibilidad poética, aun ante lo cotidiano, lo que añoran todos los que lo conocierqn, y este dolor hace que fallen las palabras para evocar a quien fue y seguirá siendo el gran poeta del amor y de la patria.