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El cerebro que volvió

Tras destacarse en Estados Unidos el neurocirujano Luis Yarzagaray regresó a Cartagena para heredarle su sabiduría.

23 de octubre de 2000

Para Luis Yarzagaray el amor está en el lóbulo frontal bañado de dopamina, pero el verdadero amor necesita la ayuda del neurotransmisor del hipotálamo.

Por lo menos eso fue lo que respondió este neurocirujano de 68 años, nacido en Arjona, Bolívar, cuando Gabriel García Márquez le preguntó por el lugar exacto del centro cerebral del amor. Conversaban en una comida de amigos mutuos en Cartagena.

Allí regresó el doctor Yarzagaray hace seis meses después de haber vivido 39 años en Chicago, donde fue cirujano notable del Loyola University Medical Hospital y de otra decena de centros médicos.

Se volvió doctor por puro orgullo familiar. Cuando tenía 8 años un tío médico pordebajeó a su papá, que era farmaceuta. “¡Yo voy a ser médico, y mejor que él!”, dijo señalando al tío. Su mamá lo regañó pero él tenía la idea fija. También, después de haberse leído 14 veces Los miserables, de Víctor Hugo, se le metió otra idea, la de la justicia. Como una paradoja, sintió la injusticia en carne propia muy joven. Fue el mejor bachiller de la Costa Atlántica pero no lo recibieron en la Universidad de Cartagena “por mochoroco, libertario y justiciero”.

Antes que entrar por palanca se voló como polizón, convencido de que llegaría a la Universidad Libre Militar de México. Cuando lo pescaron lo pusieron a raspar el óxido del barco. Se bajó en Colón, Panamá, donde vendió plátano y coco. Fue a dar a Costa Rica, una noche oscura, en un barco que se volteó al primer sacudón del mar. Pasó 10 horas en el agua y descubrió “que cuando uno cree que puede vencer el mundo, lo vence si quiere”.

Fue peluquero en Puerto Limón y alzó bultos en El Salvador. Después de dos años de saltar matones acordó con unas vivanderas servirles de contrabandista para regresar a su país. Le amarraron medias y sostenes al cuerpo debajo de la ropa. Cuando llegó a la aduana de Cartagena era un gordo tan falso que lo pillaron, con la suerte que fue un pariente el que lo agarró y lo mandó para la casa en lugar de la cárcel.

Entró a la Universidad de Cartagena por mérito propio. Fue estudiante modelo y escogido para prepararle los 80 cerebros para cada curso que dictaba el doctor Esquivia. Así se los aprendió de memoria. Salió como médico, presentó el difícil examen para graduarse en el exterior y se fue becado con su mujer Everildes al Norwegian American Hospital de Chicago. Y se quedaron.

Su colega, el profesor Pauletti, jefe de neurocirugía de la Universidad de Padua, se puso en sus manos para que le extirpara un tumor. La operación fue un éxito y la fama del doctor de Arjona creció al punto que cuando los presidentes Carter y Reagan viajaron a Chicago el cirujano de turno escogido fue él.

Pero en todos esos años no se despegó de Colombia: consiguió fondos para Armero, equipos para los hospitales colombianos, becas y operó gratis a más de 250 colombianos que llegaron a su hospital en Estados Unidos. Por eso volvió, para enseñar en la Universidad de Cartagena y operar sin cobrar.

También se ha empeñado en aspirar a la Presidencia de Colombia. Pero para quienes lo miran con devoción en su modesto consultorio de Bocagrande, más que para la política Luis Yarzagaray está hecho para ser el cálido doctor que ha vuelto a su país para dejarle de herencia a Cartagena su gran sabiduría y generosidad. Con eso es más que suficiente.