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Anders Kompass, pese a las críticas por su informe sobre derechos humanos, sigue comprometido con la paz

14 de mayo de 2001

Quiza lo mas duro para las víctimas de las guerras es el olvido. Por eso para las más de 1.000 personas que registraron el año pasado su queja ante la oficina de Anders Kompass, el delegado en Colombia del alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, fue un alivio sentir que alguien escuchaba su historia con seriedad. Lo fue para los mamos que viajaron desde la Sierra Nevada para contarle lo que está sucediendo en su paraíso perdido. Lo fue para la esposa de un oficial enfermo en poder de las Farc y lo fue, entre otros muchos, para los familiares de los secuestrados del Fokker de Avianca.

Atender a esas personas y ver su rostro de esperanza es también para el diplomático sueco una especie de compensación por los embates que ha soportado recientemente a raíz de su informe sobre Colombia que presentará esta semana en Ginebra su jefe Mary Robinson, ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. El gobierno le ha criticado a Kompass no tener en cuenta suficientemente el contexto del conflicto y otros han dicho que su informe es sesgado a favor de la guerrilla a pesar de que en él abundan denuncias de secuestros, uso de cilindros de gas, reclutamiento de menores y masacres cometidas por la guerrilla.

Esta relativa incomprensión sobre su labor no sorprende a Kompass, que conoce a fondo la dinámica de los países en conflicto. Como representante de Suecia fue uno de los facilitadores del proceso de paz en El Salvador en los años 80 y luego de los acuerdos, diseñó el programa de la ONU para la reinserción de la guerrilla en ese país y trabajó con el Ejército en la conformación de la nueva Policía civil. Atraído por Latinoamérica, ya en 1975 había interrumpido sus estudios de historia en la Universidad de Uppsala para viajar a Guatemala. En un caserío donde ni siquiera había luz eléctrica trabajó durante dos años en la capacitación de cooperativas indígenas de caficultores, lo que le permitió comprender más el continente que desde entonces se convertiría en su obsesión.

Cuando volvió a Suecia a terminar dos maestrías, la una en educación en filosofía y la otra en historia económica, Kompass continuó buscando apoyo en su país para las víctimas en Centroamérica. Pero ayudar de lejos no le era suficiente. Por eso renunció a su idea original de hacer un doctorado en historia y también a la posibilidad de manejar la exitosa empresa de construcción de su papá. Se dedicaría a construir puentes, pero de otro tipo.

Hace exactamente dos años llegó a Colombia y desde entonces su vida gira alrededor de un sólo objetivo: ayudarles a comprender a los colombianos que el respeto a los derechos humanos es fundamental para la convivencia pacífica y el desarrollo.

Se reúne con empresarios, sindicalistas y activistas de ONG. Conversa con los candidatos presidenciales para que un acuerdo sobre derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario aparezca en su plataforma política. Capacita a funcionarios del gobierno y asesora al Congreso para que adecue las leyes a los parámetros internacionales. Asiste a foros sobre los derechos humanos y viaja a los lugares más conflictivos para entrevistarse con las víctimas y definir con las autoridades acciones para aliviar la emergencia humanitaria. Kompass es el diplomático moderno que no se limita a transmitir información sino que busca activamente salidas al conflicto.

El piensa que un proceso como este se parece a la forma como las personas afrontan sus crisis. Primero niegan su situación. Luego tratan de encontrar el remedio más rápido, que casi nunca es el mejor. Pero cuando tocan fondo y se dan cuenta de que la única solución es reconocer que para salir adelante hay que hacer cambios profundos buscan el apoyo externo sin vergüenza y sin falsas expectativas. “Colombia está en todas esas fases todavía, afirma el defensor de los derechos humanos. Ese es su desafío”.