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El encanto de American

El destino de Rodolfo Amaya ha sido trabajar con aerolíneas. Hoy preside American Airlines, que cumple 10 años en Colombia.

14 de agosto de 2000

Lo primero que impresiona de Rodolfo Amaya es su apariencia de abuelo bonachón. Lo segundo es su encanto de vendedor curtido.

Y lo tercero es la coincidencia de que su destino haya estado íntimamente ligado al negocio de las aerolíneas. Se decidió en la cabina de un avión cuando Amaya, de 61 años, aún no cumplía los 22. Se sentó al lado del gerente de Avianca y a los cinco minutos ya tenía puesto que le permitió sobrevivir como estudiante de economía de la Universidad de Nueva York.

Desde ese momento, y aun cuando lo ha intentado, no ha podido desvincularse del mundo de la aeronáutica comercial. Ninguna otra actividad en su vida profesional ha estado ligada a asunto distinto. Hasta conoció a su esposa trabajando en Avianca. Ella murió el año pasado.

Graduado y recién casado en 1965, Amaya renunció a Avianca para que su esposa pudiera seguir trabajando allí. Continuó su carrera en la aerolínea Viasa, donde aprendió “todo lo que tenía que aprender”. Al año su encanto, su alma de vendedor y también su trabajo lo hicieron gerente de ventas en Miami, y al cabo de otros tres ya estaba instalado en Caracas, con tres hijos, de gerente para Latinoamérica.

Sin embargo retó su sino y decidió salirse a montar una empresa de producción de vajillas y cubiertos desechables para aviones. Pero otra vez terminó de gerente de Avianca para Europa y dejó su negocio en manos de los socios. Quebraron a los dos años. Después de nueve años en París abandonó su cargo porque su mujer quería volver a Bogotá. Fue a Eastern (después American Airlines) a buscar puesto. A la esposa del argentino que habían contratado de gerente le habían robado las maletas y éste había renunciado. Amaya lo reemplazó y ha estado a la cabeza de la aerolínea desde entonces.

Como buen conversador, su charla es apacible e inteligente pero transcurre la mitad en español y la otra en inglés. Con sus empleados y sus hijos hablaba en español cuando vivían en Nueva York, en inglés si vivían en Caracas y en español otra vez en París.

Cada lunes recorta las frases célebres que publica Portafolio y las pega en cada una de las páginas de su agenda verde que permanece abierta en su escritorio. Cuando habla sus manos tienen que estar maniáticamente palpando algún objeto y su memoria de elefante le permite recordar hasta el nombre exacto de la funcionaria del aeropuerto que lo atendió en su luna de miel. Sus empleados cercanos lo ven como un gran trabajador pero pésimo comunicador.

Sus hijas lo definen como un compañero y amigo inmejorable pese a sus celos. Una vez obligó a un novio francés de su hija a hablar español para darle el visto bueno. Es hombre de pocos amigos, no más de cinco, y muchísimos conocidos. Para sus amigos es incondicional y le reconocen un éxito arrollador con las mujeres.

El mismo reconoce su temor a romper con su soledad de viudo encantador “porque todas se quieren casar” y porque él prefiere una relación que sea “hoy en mi casa and tomorrow at your place”.

Se quiere jubilar pronto para dedicarse a viajar. Quién sabe si podrá alejarse de las aerolíneas. Y menos cuando hasta la propia competencia lo reconoce como “el hombre que más sabe del negocio en Colombia”.