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El mejor juez

Para el magistrado Guillermo Jaramillo, escogido por la Corte Suprema como el mejor del país en materia penal, la ecuanimidad debe ser norma de vida de todo juez.

19 de marzo de 2001

La facultad de privar o no de la libertad a alguien es quizás una de las mayores responsabilidades que puede tener un ser humano. Pero en la misma medida es un honor que cuesta. Así lo considera Juan Guillermo Jaramillo Díaz, el jurista antioqueño de 46 años que acaba de ser escogido por la Corte Suprema de Justicia como el mejor magistrado del país en materia penal.

Un juez no puede expresar sus opiniones en cualquier parte o discutir los temas como la gente del común. “No puedo entrar en la contradicción o en la dialéctica. El deber de un juez en honor a su investidura es mostrarse ecuánime, sereno y dispuesto al buen juicio, en todos los órdenes de la vida, incluso en el de su vida personal”, dice. Ni en su casa se permite a sí mismo colgar la toga. Está convencido de que quien logre cumplir estos requisitos dura y perdura en esta carrera. Y su familia es su respaldo a su estricta tesis: Marta Restrepo, su esposa hace 17 años —de quien se enamoró a primera vista en Jericó cuando era juez en ese municipio— y sus tres hijos, de 15, 12 y 9 años.

Es juez desde hace 23 años. Su primer cargo fue en Ituango, luego continuó su carrera en San Carlos, Jericó, Santa Rosa de Osos y Medellín. Ha sido juez promiscuo municipal, promiscuo del circuito y penal del circuito. En 1989 fue nombrado magistrado de la sala penal del Tribunal Superior de Medellín, donde le tocó fallar la tutela interpuesta por Roberto Escobar Gaviria para garantizar la seguridad de la esposa y los hijos de su hermano Pablo en diciembre de 1993. Cuando Jaramillo se disponía a fallar dentro de los términos a favor de los demandantes, se produjo la muerte de Escobar. En esa época tenía teléfono directo con el presidente César Gaviria y el fiscal Gustavo de Greiff que seguían muy de cerca el curso de esa acción.

Así mismo Jaramillo Díaz ha sido catedrático de la UPB y de la Escuela Judicial Rodrigo Lara Bonilla. Llegó al Tribunal Superior por concurso hace 11 años. No se acostumbra al sacrificio que han tenido que pagar muchos de sus colegas en la lucha contra el crimen. Han caído amigos suyos como los magistrados Horacio Montoya, muerto en el Palacio de Justicia, Mariela Espinosa —asesinada por Pablo Escobar— J. Héctor Jiménez y Jesús María Valle, el presidente del Comité de Derechos Humanos de Antioquia.

A pesar del dolor lo reconforta saber que no se ha propuesto hacerle daño a nadie y, si se ha equivocado, “ha sido únicamente porque he tenido el convencimiento de lo que he creído mejor, apoyándome en los principios que siempre he respetado”.

Su buen juicio y consagración le merecieron este reconocimiento. Como premio gozará de un año sabático para dedicarlo a la investigación y al estudio. Seguramente el país lo estará esperando para que continúe con la delicada misión de resolver con tino los más difíciles asuntos de la convivencia entre los colombianos.