Home

Perfil

Artículo

El poeta

Con la convicción de que la poesía ‘puede salvarnos de nosotros, a pesar de nosotros’, Fernando Rendón lleva 10 años al frente del Festival de Poesía de Medellín.

24 de julio de 2000

Fernando Rendón —el que nació en Medellín hace casi 49 años; el que dirige desde hace 10 años el Festival Internacional de Poesía de su ciudad, que según la revista alemana Humboldt “es el más importante de su género en el mundo”; el paisa tenaz de genio endemoniado— en realidad nunca ha sido sólo él mismo.

Su fuerza es una creación colectiva: de amigos y amores. De Angela García, con quien impulsó la idea insólita de masificar la poesía. De Gabriel Jaime Franco, el gran poeta y administrador a la fuerza, que hoy lidia con paciencia con la susceptibilidad de donantes mientras arregla la llegada del X Festival de más de 70 poetas, colombianos y de otros 25 países. De Jairo Guzmán, Gloria Chvatal, Luis Eduardo, su hijo de 27 años, mejor poeta que su padre, dicen los amigos.

La primera vez que Fernando escuchó poesía debió ser una de esas tardes en que su papá se sentaba con León de Greiff y Jorge Zalamea a hablar de política y a leer versos. Eduardo Rendón, de San Roque, Antioquia, era el dueño de la Agencia de Viajes Rutassa de Medellín. Además fue editor de la revista literaria Temas y de otra infantil, Michín.

“Era culto y adorable”, dice Juan Manuel Roca, que primero conoció al padre y después fue amigo de Fernando y le prestó Una temporada en el infierno de Rimbaud, quizás un libro que comenzó a enamorar a Fernando de la poesía.

Por entonces, como el atleta que era, andaba escapándose del colegio de los Hermanos Cristianos, el San José, para trepar muros y burlarse de los compañeros que hacían fila o para ‘capar’ clase en la biblioteca, con la complicidad de Gloria Bermúdez, la bibliotecaria. En quinto de bachillerato se voló para siempre de la escuela.

Se volvió viajero, periodista político de El Correo de Medellín, cronista de La Opinión en Cúcuta, ayudante de juzgado y, como buen rebelde, simpatizante del comunismo y corresponsal de Voz Proletaria. Pero la militancia no le impidió insistir en la poesía. Tampoco las advertencias de su papá, quien le había dicho que se iba a morir de hambre. Y terco, como es, convenció al Sindicato de Polímeros que sacara una revista que no sirviera para nada, una revista de poesía que se llamara Prometeo. Eran unas hojitas mi- meografiadas que luego cogieron cara de libro. Prometeo perdió el apoyo sindical pero siguió saliendo y hoy completa 18 años y 56 números. “Es poesía con dignidad”, añade su amigo Jairo, “no esa cosa meliflua y pegachenta que fluía con aliento aguardientoso al final de las fiestas colombianas”.

Y la verdad que revista y festival le han dado un espacio insospechado a la poesía en Medellín. Porque lo más notable de este esfuerzo colectivo que encabeza Rendón no es su persistencia, que ha resucitado al festival cuando las dificultades económicas lo han tenido agonizante; tampoco el desprendimiento de estos artistas que no han acumulado en sus vidas mucho más que aplausos; ni siquiera es la calidad de poetas que recitan en italiano o en sirio. Lo verdaderamente impactante ha sido el público.

Dijo el literato alemán Hans Magnus Enzensberger, después de su visita a Medellín, que lo más impresionante para él fue este “público que no escucha pasivamente, que demuestra tener criterio y sensibilidad”. Y la poeta Margaret Randall publicó después de un festival que “no estábamos preparados para la relación que constantemente hace la gente entre su dolorosa historia y los poderes sanatorios de nuestro arte”.

Son esos momentos restauradores, estos ‘silencios multitudinarios’ del festival, los premios que Rendón más aprecia. A riesgo de sonar algo mesiánico, declara su fe en la poesía como salvadora porque crea espacios de tolerancia.

Y con esa pasión cíclica, de ira y calidez que lo caracteriza, con una timidez que todavía le sube los colores a la cara, Fernando Rendón y su fuerza colectiva han puesto a Medellín en el mapamundi porque en uno de los lugares del planeta donde el individualismo rabioso lo tiene sumido en la violencia han convertido al arte más individual de todos, la poesía, en una civilizada fiesta de multitudes.