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El tallador de una ilusión

Fernando Trujillo lucha desde hace 15 años por la conservación de los delfines de la Amazonia.

23 de abril de 2001

Desde que comenzó a estudiar biología marina en la Universidad Jorge Tadeo Lozano Fernando Trujillo quería dedicarle su vida a los delfines. Sin embargo sus compañeros y profesores se encargaban de desanimarlo con un argumento que parecía irrefutable: “En Colombia no hay delfines”. Sus esperanzas renacieron en 1985 cuando asistió a una conferencia que dictó Jacques Cousteau en la universidad. Trujillo le preguntó si había delfines en Colombia y el legendario capitán le contestó que en las aguas del río Amazonas nadaban por millares.

En 1986 viajó al ‘río océano’ y, recién había terminado de desempacar, lo llamaron para que curara a un delfín hembra que estaba al borde de la muerte, con grandes cortadas y mordeduras de piraña. En ese momento él se juró que buscaría apoyo para la protección de estos animales.

Para este propósito diseñó un afiche para fomentar su protección que le pidió la Sociedad para la Conservación de los Delfines y las Ballenas. El lo entregó sin nada a cambio y tres meses después recibió una carta en la que esta institución británica le decía que ellos sabían que su sueño era crear una estación para la protección de los delfines. Junto con la carta iba un cheque por 6.000 dólares para que iniciara la construcción de su sueño.

Desde entonces este biólogo de 33 años se ha dedicado en cuerpo y alma a estudiarlos. Pero también se ha convertido en su protector y además ha logrado educar a la comunidad para que cuiden y, de paso, aprovechen al delfín como fuente de trabajo.

Entre otras estrategias les propuso realizar la talla en madera de delfines y perfeccionarla cada vez más para que se convirtiera en una fuente de ingresos. Actualmente estas tallas que los habitantes del río hacen son réplicas perfectas y los turistas que viajan a Leticia y Amacayacu se pelean por adquirirlas.

A pesar de trabajar en un proyecto con tantos frentes Trujillo no se ha olvidado de la academia: realizó una especialización en Inglaterra y un doctorado en Escocia.

Todas sus actividades las lleva a cabo a través de la Fundación Omacha, que en idioma ticuna significa delfín rosado. La sede, una casa de madera de dos pisos a la orilla del río, está en Puerto Nariño, un municipio ubicado a tres horas en lancha de Leticia. Es un lugar donde reina la paz y están prohibidas hasta las bicicletas para preservar la tranquilidad.

Allí, en medio de la selva (Puerto Nariño es la puerta de entrada al fascinante Parque Nacional Natural de Amacayacu), un grupo de biólogos que dirige Trujillo estudian la fauna amazónica y planean estrategias para protegerla. De hecho, el tema del delfín rosado les ha ayudado mucho pues se ha convertido en un símbolo de la diversidad biológica y a partir de su cautivadora imagen se han desarrollado diversas campañas para proteger ecosistemas enteros. En la actualidad la fundación adelanta proyectos de conservación de delfines no sólo en la Amazonia sino también en el Orinoco y el litoral Caribe.

De este modo Fernando Trujillo les ha podido demostrar a sus profesores y compañeros de universidad que lo desalentaron hace 16 años que en Colombia no sólo existen delfines en las agitadas aguas de la política sino también en sus ríos y océanos.