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LOS PIZARRO SOMOS ASI

Después de una generación de militares, una generación de guerrilleros.

8 de julio de 1985

Es, sin duda alguna, por donde se la mire, una familia de armas tomar. Y no es gratuito: una de las ramas de su árbol genealógico es José Acevedo y Gómez, el "Tribuno del pueblo", quien defendiera la emancipación definitiva de España y la organización de un Estado republicano y democrático. Así, pues, desde los albores de las gestas de la Independencia, sangre revolucionaria corre por las venas de esta familia.
Se trata de los Pizarro Leongómez, la familia del vicealmirante Juan Antonio Pizarro, único miembro de la Armada Nacional que ha sido Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, y de Margoth Leongómez, biznieta del Tribuno, hija del coronel Eduardo Leongómez, edecán del presidente López Pumarejo durante su segunda administración; la familia de Carlos Pizarro, el número dos del M-19, y de Margoth, también del M-19 de Hernando, actualmente uno de los dirigentes del "Ricardo Franco", grupo disidente de las FARC, y de José Antonio y Eduardo.
Los Pizarro Leongómez no han estado todos en la misma orilla: unos, los de las generaciones pasadas, empuñaron los fusiles para defender las instituciones republicanas; otros, los de las nuevas, lo hicieron para luchar contra ellas. Pero unos y otros fueron marcados con la impronta de un cristianismo militante y la rigidez de las tradiciones militares. Así lo reconoce Carlos en una famosa carta que se hizo pública y que escribió desde La Picota, el 19 de enero de 1980, a su padre moribundo: "Como tú, la inmensa mayoría de los colombianos, provenimos de familias liberales y conservadoras. Quienes tuvimos el privilegio de la educación, hemos sido formados, desde los primeros años escolares, en escuelas y colegios regentados por sacerdotes y religiosas o por el Estado mismo. Desde la más temprana edad aprendimos de boca de nuestros padres y maestros el respeto a las instituciones políticas del país, a sus servidores públicos y a las Fuerzas Armadas. (...) Durante años aceptamos que los ideales cristianos de servicio, amor y justicia señalaban el quehacer de servidores públicos, industriales, banqueros, etc. (...) Durante gran parte de nuestras vidas confiamos nuestra honra, nuestros bienes, nuestra seguridad personal y la de la Patria a las manos de las Fuerzas Armadas".

EXILIO DORADO
Pero... ¿quién fue el vicealmirante Juan Antonio Pizarro, el militar de intachable trayectoria, que murió poco después de haber conocido esta carta y sin haber tenido la oportunidad de visitar a tres de sus hijos, militantes del M-19, que entonces estaban en la cárcel?
Eduardo, el segundo de los hermanos Pizarro, el politólogo que vive en París, le dijo a SEMANA que quien fue Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas durante la Junta Militar, "era un hombre de ideas conservadoras, alumno de los jesuítas del colegio de San Bartolomé y gran lector de Teilhard de Chardin, que rendía culto a la libertad ajena y sentía profundo respeto por las personas que defendían a fondo sus convicciones. Un hombre que hizo de la honestidad una constante de su vida". Y recuerda algunos hechos y anécdotas que, según él, pintan a su padre de cuerpo entero.
En 1958, el gobierno de los Estados Unidos invitó a oficiales colombianos a hacer un recorrido por bases militares de ese país. El vicealmirante redactó un memorando en el que anunciaba que la delegación no recibiría viáticos, "dada la situación económica de Colombia", lo que se cumplió pese a la protesta general de los invitados.
Eduardo recuerda también que el vicealmirante fue enviado a Washington "en una especie de exilio dorado" por el gobierno de Rojas Pinilla, como Agregado naval de la Embajada, y que, además, ocupaba el cargo de subdirector de la Junta Interamericana de Defensa. A pesar de ser conservador, se había negado a destituir a los oficiales liberales, alegando que eran buenos oficiales. Permaneció tres años en Washington, donde sus hijos alcanzaron a adelantar parte de sus estudios de primaria. Sin embargo, un hecho lo conmovió profundamente y se sintió obligado a renunciar: los sucesos de la Plaza de Toros en 1957.
Desde la cárcel, en su carta abierta, Carlos le dice a su padre: "He reconocido y agradecido tu culto a la libertad ajena (...) No eludo, eso sí, las responsabilidades que llevar tu sangre implica. Reconozco con orgullo que las sólidas bases morales que iluminan mi vida son obra de tus manos. Jamás renunciaré a ver en tí mi más importante gestor. Rendiré culto perenne a tu honradez de hombre público y a tu inmaculada vida privada. Mantendré la firme convicción de que tu vida no requiere de defensores improvisados, aunque uno de ellos sea tu hijo".

MARXISTAS, PERO NO BRUTOS
Juan Antonio (36 años), Eduardo (35), Carlos (34), Hernando (32) y Margoth (29), los cinco hijos del vicealmirante y de doña Margoth, fueron educados por los jesuítas del colegio Berchmans de Cali, aunque Carlos fue enviado al seminario de La Ceja (Antioquia), donde hizo 3° y 4° de bachillerato, siguiendo el impulso de una fugaz vocación religiosa.
Luego vino la universidad. No podía ser otra que la Javeriana. Uno tras otro fueron ingresando: Juan Antonio a Derecho, Eduardo a sociología y Carlos, que ya había abandonado su interés místico, cambió la Biblia por los códigos.
Cuando el padre Giraldo les dio su bendición para ingresar a la universidad, seguramente nunca imaginó que los Pizarro se convertirían prácticamente en los principales instigadores de la primera y única huelga que registra la historia de esa universidad huelga que terminó con la expulsión de algunos alumnos, Eduardo y Carlos entre ellos, y el cierre definitivo de la facultad de sociología.
Los Pizarro, sin excepción, empezaron su vida política lejos de los dos partidos tradicionales. A pesar de que su padre y abuelos paternos eran conservadores hasta la médula del hueso laureanistas por más señas, y de que su madre y abuelos maternos eran liberales, de la onda de la "Revolución en marcha".
La madre, consultada por SEMANA en Cali, cuando hacía guardia frente a la habitación del Hospital Universitario donde está recluído el dirigente político del M-19 Antonio Navarro Wolff, dijo: "Mi familia es una familia de patriotas. Lo que pasa es que cada uno ha tenido su forma de entender las cosas. Mi padre, mi esposo, mi primo, buscaban lo mismo que buscan mis hijos: el bienestar del pueblo colombiano. Los Pizarro llevan lo militar y lo político en la sangre". Y por eso también llevan a Bolívar. Cuando hablaban de la lucha revolucionaria, habiéndose "matriculado" ya en la izquierda, cuenta Margoth la hija menor, el vicealmirante les insistía en que el pueblo no sentía a Marx, mientras que sí lo hacía con respecto a Bolívar. "El problema de ustedes los de la izquierda, decía, es que no conocen la historia, nuestra historia".
Por ese entonces, soplaban los aires revolucionarios del movimiento estudiantil, irrumpían nuevas corrientes políticas de izquierda y el fracaso de la Anapo en las elecciones del 70 comenzaba a gestar el descontento que afloraría en el M-19. Los hermanos Pizarro, cada uno en su momento había ido a parar a las filas del Partido Comunista. Los partidos tradicionales habían perdido cinco votos en la familia Pizarro.
Para el vicealmirante, sin embargo, la situación de los hijos comunistas no derivó en enfrentamientos personales. Antes por el contrario, recuerda Margoth, su padre no solamente los retaba amistosamente para probar cuál iba a ser, en últimas, si su bando o el de ellos, "el más eficaz en la transformación del país", sino que llegaba a ponerle buenas dosis de humor. "Yo admito que mis hijos sean marxistas, lo que no admito es que sean brutos", decía siempre entre estruendosas carcajadas.

LA DESBANDADA
Pero el Partido Comunista como tal los fue perdiendo también, como ya los habian perdido los partidos liberal y conservador. Uno a uno casi que en hilera, los hermanos Pizarro se fueron desgranando de sus filas ante lo que ellos mismos calificaban como "esquemas muy estrechos y dogmáticos". Juan Antonio no quiso volver a saber del asunto, se fue "aburguesando" y hoy disfruta de una holgada posición, respaldada con varias cifras al mes en una empresa petrolera.
Eduardo "tras la expulsión de la universidad, escogió el exilio voluntario en París, para terminar allí sus estudios. A su llegada, se vinculó a una célula del PC que dirigía Alberto Rojas Puyo (hoy miembro de la Comisión de Paz y aún activo militante del partido), quien llevaba 14 años viviendo en la capital francesa y había sufrido no propiamente una evolución cromática, del azul al rojo, sino un viraje ideológico de 180 grados, del conservatismo al comunismo. Allí, Eduardo sigue formándose en ese caldo de cultivo. Luego vuelve a Colombia donde sigue militando en el PC hasta cuando se produce la invasión soviética en Afganistán y el golpe de Estado en Polonia. Repudia esos hechos y abandona el partido en 1982. Se hace profesor universitario y más tarde vuelve a París donde hoy reside y desde allí, con cabeza más fría, tiene una visión crítica del proyecto del M-19: "El M-19 sufre una suerte de esquizofrenia política: tiene un lenguaje y una práctica que no se corresponden. Colombia es una sociedad bloqueada, en la cual es tal la polarización política que ésta impide que haya una voluntad democrática real. Así, el proyecto de Belisario no encuentra respaldo, pues los militares no creen en la paz armada y la clase política tradicional quiere mantener sus privilegios sin que haya ninguna apertura, y los gremios económicos asumen la misma posición para preservar sus intereses. En ese contexto la única fuerza que podía desbloquear el país en 1982 era el M-19 jugándose la carta democrática y transformdndose en partido político. El problema es que el M-19 ha debido tomar la iniciativa a fondo, incluso sacrificando su perfil guerrillero, para fortalecer la perspectiva de la democratización de la vida nacional. Pero no lo hizo. Predominó la creencia de que es posible el triunfo de la guerra popular. Lo que se debate hoy en Colombia es cómo lograr una democracia auténtica. El debate no es si Colombia ha de ser o no socialista. Se trata es de saber cómo se desmonta la democracia restringida para lograr una democracia participativa real".

Margoth y Hernando se salieron también del Partido Comunista y, según ella, "quedamos un poquito a la deriva". Luego fueron a dar al M-19 (Hernando pasó antes por las FARC), y aunque ambos sospechaban que andaban en las mismas, nunca se lo confesaron abiertamente.
El año de 1979 volvería a reunir a Hernando, a Margoth y a Carlos. Fue en La Picota: Carlos y Margoth fueron capturados sindicados de haber participado en el robo de armas del Cantón Norte, y Hernando por haber intervenido en un frustrado asalto a un supermercado en Bogotá. "Yo nunca supe que mis hijos eran del M-19 hasta lo del Cantón Norte", dice la madre y agrega: "de ahí en adelante todo ha sido sufrimiento. Yo sufro mucho con la guerra, sufro mucho con lo que les pasa a estos muchachos y con lo que les pasa a esos pobres soldados. Siento el mismo dolor con lo que les pasa a unos y a otros".
Casi tres años estuvieron en La Picota. Margoth fue detenida cuando tenía 7 meses de embarazo. Uno de sus hermanos afirma que no fue torturada físicamente, pero sí psicológicamente, hasta el punto de que llegó a resistirse a dar a luz, por las amenazas que habría sufrido su futuro hijo. Durante cinco días le administraron "Pitosin" (para inducir el alumbramiento). Finalmente tuvieron que hacerle cesárea. Fue trasladada al Hospital Militar en donde nació su hija y en donde, afirma su familia, recibió buen trato.
Después vino la amnistía. Margoth entró a formar parte del Comando político del movimiento. Hernando desapareció. Hoy se sabe que, de regreso a la clandestinidad, forma parte de uno de los grupos más siniestros, el "Ricardo Franco", tristemente célebre por los atentados terroristas, dentro de los cuales figura el reciente intento de asesinato del dirigente comunista Hernando Hurtado.
¿Qué había pasado con Carlos, el número dos del M-19? En el momento de su expulsión de la Javeriana, Carlos pertenecía a la Juventud Comunista, pero también compartía las bancas universitarias con la crema y nata del llamado "establecimiento":
los delfines Mauricio Gómez y Julio César Turbay, la actual ministra de Comunicaciones, Nohemi Sanin, Ernesto Samper Pizano...
Por fuera ya de la universidad Carlos hizo un nuevo cambio de tercio, el de los códigos por el fusil. Entró a formar parte de un frente de las FARC que tenia su centro de operaciones en El Pato. Se fue con Alvaro Fayad, por orden de Jaime Bateman, quien era ya un hombre relativamente fuerte dentro de las FARC. Allí permanece dos años, hacia el fin de los cuales se produjo la expulsión de algunos miembros del grupo guerrillero que, dirigidos por Bateman, estaban formando redes urbanas. Un año después surgía el M-19 como una convergencia entre esos expulsados de las FARC y la Anapo socialista de Toledo Plata. Carlos se convierte, entonces, en uno de los fundadores del movimiento.
Un día, en compañía de Ramiro Lucio, Andrés Almarales e Israel Santamaria, la casa en donde se hallaban en San Pablo (Santander), fue rodeada por un destacamento del Ejército. Balas iban y venían, Ramiro Lucio y Carlos Pizarro resistieron hasta que se quedaron sin parque. Estaban heridos. Lucio, quien días antes se había escapado de manos del Ejército, planteó la posibilidad de quitarse la vida. Carlos se opuso y aunque Lucio lo amenazó apuntándole con el revólver, le cuenta Eduardo Pizarro a SEMANA desde parís, Carlos se impuso invocándole su condición de Comandante, lo desarmó y se entregaron. Era la noche del 13 de septiembre de 1979.
Tras la detención fueron llevados de prisión en prisión. Terminaron en La Picota. Fueron brutalmente torturados. "Mis torturadores, carceleros y jueces, pretendiendo herirte y humillarte, le dice Carlos a su padre en la carta escrita desde la cárcel, han transgredido todos los límites del respeto (...) No he inclinado la cabeza ante interrogadores y torturadores pues mi vida pública y privada está y estará frente al país y a sus gentes". Para él operó también la amnistía. Viajó inmediatamente a Cuba y a su regreso volvió al monte. En total: 14 años de actividad guerrillera en el M-19. Carismático, con una figura que más parece digna del elenco de un spaghetti western y a pesar de ser el "niño bien" de la guerrilla, se convirtió en uno de los máximos dirigentes del M-19. Una arritmia que sufre desde hace tiempo y que ha dado lugar a que se hable de que padece epilepsia, no le han impedido, sin embargo, soportar la dura vida guerrillera. Temperamental e impulsivo, como lo reconoce uno de sus hermanos, parece enmarcar su acción dentro de un mesianismo de sello cristiano: pone por encima de todo ciertos principios éticos y a veces concibe su acción como una actividad purificadora. "Es lo que le impide, afirman algunos de quienes lo conocen, moverse estratégicamente en la coyuntura política".
En Carlos Pizarro habría, pues, algo que es común a otros dirigentes del M-19, una propensión al voluntarismo político, similar a la que muchos hallaban en Bateman. Encarnaría, en cierta forma, una especie de jugador de póker que, en determinadas ocasiones, "se juega los restos".
Los hermanos Pizarro se han movido y se mueven en esa ambiguedad típica de la izquierda colombiana, que se ha desarrollado dentro de una democracia unas veces más restringida que otras, y que consiste en vivir siempre una situación límite: con un pie en la legalidad y otro en la insurrección, es decir, con el Everfit en la ciudad y el uniforme en el monte.