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TODO EN FAMILIA

Para los Mendoza, el periodismo más que una vocación es una droga. En vez de Caperucita Roja se dormían oyendo máquinas de escribir

29 de agosto de 1983

La madre firmaba siempre con su nombre de soltera: Soledad García. Era una muchacha delgada, alegre, de hablar atropellado, que trabajaba invariablemente hasta las tres de la madrugada. Su esposo, Plinio Mendoza Neira, un político joven, extrovertido y simpático, el primer Contralor que tuvo su partido, compartía con ella una pasión: el periodismo. En los albores de aquella república liberal de los años 30, el joven matrimonio redactaba a cuatro manos una revista política, Acción Liberal, en la que colaboraban reconocidas figuras de la vanguardia latinoamericana.
Lo bastante entusiastas como para no establecer frontera alguna entre su trabajo y su casa, habían instalado la sede de aquella revista en la planta baja de una quinta en el barrio bogotano de El Nogal, a 50 metros de la residencia del presidente Olaya Herrera. Poco les faltó a sus cinco hijos para haber nacido en un periódico. De noche, Elvira, Plinio Apuleyo, Inés, Soledad y Consuelo se dormían escuchando no las clásicas canciones de cuna, ni los sobresaltos de Blanca Nieves o Caperucita Roja, sino el incesante tecleteo de las máquinas de escribir que no se acallaban sino hasta el alba. De día, hombres apresurados entraban y salían con paquetes de periódicos o con pruebas de imprenta. Un italiano, de barba color fuego, Tito Cinelli, trasegaba con un viejo "telefunken" tratando de pescar, en onda corta, noticias de la conflictiva situación europea. Era el redactor internacional.
No es extraño que Elvira, la mayor, en lugar de hacer "cocinados" o jugar a las muñecas tomara los sobrantes de papel de Acción Liberal, para hacer un periódico de barrio que vendía a sus amigas por dos centavos. El periodismo no les vino sólamente por la sangre; se lo bebieron también en onzas de tetero.
EL OLOR DE LA TINTA
"Nunca fuimos de vacaciones a ninguna hacienda. No tenemos en la memoria ni trapiches, ni quebradas, ni paseos a la orilla del mar, sino el ruido de las rotativas, el olor de la tinta y de las resmas de papel", dice Plinio Apuleyo.
En realidad, en esta familia impregnada por el periodismo hasta la médula, todos pasaron precozmente de las salas de clase a la sala de redacción. Así, Elvira, aún de uniforme y tobilleras, era atrevidamente enviada por su padre para entrevistar a la sofisticada declamadora Berta Singerman quien, con tres frases cortantes como un tijeretazo y con su despectivo acento argentino, la sacó del teatro Colón.
Así, Plinio Apuleyo trabajaba en sus vacaciones como mensajero en el semanario Sábado, yendo y viniendo de un lado a otro con colaboraciones de poetas piedracielistas, y de políticos y periodistas como Juan Lozano, Hernando Téllez y Silvio Villegas. Una página escrita furtivamente y olvidada en una máquina de escribir, le reveló a su padre que aquel estudiante de bachillerato, tímido y de lentes, era un periodista en embrión. Con la misma impulsiva audacia con la cual poco tiempo después le editaría un libro, lo pondría de jefe de redacción de la revista Reconquista y a Elvira al frente de las páginas femeninas de Sábado.
Mendoza Neira era un promotor periodístico muy especial. No existe una página escrita y firmada por él.
Pero todos los escritores y periodistas de su generación, liberales, conservadores y marxistas, confesaron tener con él una inmensa deuda. Mendoza no sólo los obligaba a escribir, pagándoles 10 veces más que en cualquier otra parte, sino que tranquilamente, con una sonrisa, rompía y tiraba al cesto de la basura lo que consideraba impublicable. Sin ningún recato sacaba a sus hijas de los colegios, considerando que la trigonometría y la apologética no eran de mucho interés, para ponerlas a trabajar en sus revistas. De estas publicaciones, en las que perdía siempre cantidades de dinero, la de mayor éxito fue Sábado, un semanario político-literario cuyas primeras ediciones se agotaban a las tres horas de salir a la calle.
Como promotor de la unión liberal alrededor de Gaitán, Mendoza Neira fue virtualmente su brazo derecho durante los meses que precedieron la muerte del líder. Editaba entonces una revista significativamente llamada Reconquista, cuyo jefe de redacción, su hijo Plinio Apuleyo, de 15 años, apenas estaba cambiando de voz.
Asesinado Gaitán, Mendoza Neira se convirtió en uno de los protagonistas políticos de la convulsionada etapa que culminaría con la clausura del Parlamento, la abstención liberal y la tempestuosa elección de Laureano Gómez, en medio de un clima de violencia política como nunca había vivido el país. Comprometido en una vasta conspiración contra el gobierno conservador, se vio obligado a exilarse con su familia en Venezuela poco antes de que un tribunal militar lo condenara, en ausencia, a 25 años de cárcel.
LA ESCUELA DEL EXILIO
Venezuela haría de los hermanos Mendoza fogueados profesionales del periodismo. Sus inicios no fueron fáciles. Elvira debió aceptar un puesto de reportera en un tabloide sensacionalista, especializado en horrendos crímenes, Ultimas noticias. No sólo debía cubrir suicidios, asesinatos, ajustes de cuentas y crimenes pasionales, sino entrevistar a luchadores enmascarados y travestistas en pensiones de mala muerte. El día que se hizo pasar por familiar del Aga Khan, para lograr alrededor de este personaje un reportaje de alcances internacionales, el propietario de la cadena periodística, Miguel Angel Capriles, puso en sus manos la primera revista femenina de Venezuela, Páginas. En pocos meses, la antigua reportera de crónica roja demostraba, llevando la revista de 15 mil a 90 ejemplares, que también era una editora de primer orden.
Otro tanto ocurrió con Plinio Apuleyo. Recién desempacado de Francia con un diploma de Ciencias Políticas entre el bolsillo, obligado a compartir el exilio de su padre en Venezuela, se inició en Elite trabajando como diagramador, oficio que también había aprendido en París en una escuela nocturna. Muy pronto, el diagramador empezó a invadir terrenos que no eran los suyos: re-escribir artículos y pies de foto, titular, romper originales. De ahí que cuando el director de la publicación, Ramón J. Velásquez, fue detenido en su casa, a las cinco de la mañana, por conspirar contra el gobierno de Pérez Jiménez, el mismo Miguel Angel Capriles llamó a Mendoza y le dio la dirección de la revista, la más importante de Venezuela. El flaco diagramador no podía creerlo: sólo tenía entonces 22 años. Poco tiempo después sería director de otra notable revista del país, Momento, teniendo a su lado, como colaboradores, dos personajes que por distintos motivos serían con el tiempo muy famosos: el Nóbel de literatura Gabriel García Márquez y el actual presidente de Venezuela, Luis Herrera Campins.
Las dos pequeñas, Soledad y Consuelo, aún en el colegio, no pudieron escapar al destino de la familia. La trepidante actividad editorial de Mendoza Neira no admitía un minuto de reposo: libros sobre Caracas, revistas deportivas, antologías literarias, publicaciones infantiles, movilizaban en torno a sus oficinas docenas de periodistas, escritores y fotógrafos. Con un extraordinario sentido gráfico, apoyándose en unas indicaciones que le diera su hermano, Soledad no tardaría en convertirse en la primera diagramadora de Venezuela. Casada en aquel país, desarrollaría una carrera periodística editorial que sería gratificada con el Premio Nacional de Periodismo venezolano hace cuatro años.
Consuelo, la menor, hizo timidamente sus "primeros pinitos" en una revista infantil llamada Pico-Pico que su padre dirigía conjuntamente con el poeta Manuel Felipe Rugeles. Cuando la familia puso fin a su exilio en Venezuela después de 13 años, Consuelo empezó a trabajar con su hermano y García Márquez en la agencia de noticias cubana, Prensa Latina. Fue una antesala, antes de asumir, en reemplazo de su hermana Elvira, la dirección editorial de la revista Diner's.
MIAMI Y PARIS
La familia no tardaría en desbordar los límites nacionales. Elvira sería llamada por los venezolanos Capriles y Armando de Armas para rescatar de su agonía a una revista de origen cubano, Vanidades, que había tenido como corrector de pruebas al escritor Guillermo Cabrera Infante. Le bastó sentarse en la refrigerada oficina de Coral Way en Miami, para comprender dónde estaba el mal: con sus recetas de cocina, sus sanos consejos de moda, belleza y decoración, la publicación había olvidado que la mujer latinoamericana hacía rato había colgado su delantal en la cocina y estaba midiéndose a pulso con los hombres. Hizo para ellas una nueva Vanidades que alcanzó una millonaria circulación.
Después de 11 años, cansada de la hamburguesa y la leche malteada, y siempre con las tarjetas de crédito al tope en Burdine's y Jordan Marsh, volvería al ajiaco dominical, al frente de toda la tribu, como directora de Cromos. Su fórmula, más sofisticada, daría nuevamente resultados. Un litigio con los empresarios de aquella publicación la llevó a hacerle competencia a su propia receta, fundando el magazín Al Día, cuyos primeros 100 números mostraron que su quijotesca tenacidad no se detiene ni ante dragones ni ante molinos de viento.
A todas éstas, Plinio Apuleyo tomó el camino del exilio, sin dar pruebas de abandonar el sarampión familiar.
Apenas desembarcado en París con su mujer y sus dos hijas, se convertiría en promotor de una revista literaria, Libre, que agruparía a los más importantes escritores del boom. Punta de lanza de la vanguardia latinoamericana en París, asociada a escritores europeos tan famosos como Sartre, Libre tendría una vida intensa y efímera.
Tratando de defenderla del naufragio financiero, Plinio Apuleyo recorrería dos veces el continente latinoamericano.
Como periodista le ha tocado vivir episodios candentes de la vida continental: el 9 de abril, la caída de Pérez Jiménez, el exilio de Perón, la llegada de Fidel Castro al poder, la caída de Allende, el explosivo caso Padilla.
Impulsivo, colérico, acelerado, crítico despiadado de la mediocridad, después de 7 años de fuga diplomática, volvería breve pero agresivamente al periodismo, para hacerse cargo del lanzamiento de SEMANA. Con la misma intransigencia y maniática exigencia de su hermana Elvira, le bastaron dos semanas para echar por la borda a todos los periodistas de su propia edad, para integrar su "kinder".
Críticos implacables entre si, los hermanos Mendoza forman en realidad un clan indestructible, marcado para siempre por la fuerte personalidad paterna. Como él todos son, a la vez, dinámicos, desordenados, imprevisivos, manirrotos, locuaces, anecdóticos, sangrientos en sus críticas. Con excepción de Consuelo, cuya ecuanimidad de ribetes seráficos sólo le ha traído amistades, Elvira, Soledad y Plinio Apuleyo no admiten aguas tintas. Quienes los conocen se dividen en dos: detractores o amigos incondicionales.
Los miembros del jurado del Premio Simón Bolívar no se equivocaron cuando al otorgarles el gran premio de periodismo aludieron al fundador del clan. Quizás sin saberlo desde la remota época en que se trasnochaba con su esposa haciendo una revista política, Plinio Mendoza Neira estaba destinado a prolongar su desmesurada pasión periodística en cada uno de sus hijos. "Lo grave es que la cosa no termina ahí", dijo Plinio Apuleyo. "Antes de terminar el colegio, Camila, mi hija menor, ya es fotógrafa corresponsal de El Tiempo y Al Día en París".
No hay duda. Más que una vocación, el periodismo para los Mendoza es una droga.