Respuesta a los comunistas?

Por Héctor Abad Faciolince
20 de enero de 2006



Para mí la palabra "comunista" no es un insulto. Comunismo es el nombre de una especie de religión bienintencionada (tal vez la última aparecida en la historia) que nació en el siglo XIX, fue la gran ilusión de muchos obreros e intelectuales en el siglo XX, se probó en muy distintos países, y dio como resultado, siempre, no aquel sueño de hermandad igualitaria, sino distintas

pesadillas totalitarias. El "comunismo real", como se lo llamó, resultó ser, además de una aberración política, también un fracaso económico.

El comunismo está condenado al totalitarismo porque su premisa fundamental es la abolición de la propiedad privada, y casi nadie se desprende de sus bienes si no es por las malas. Además, muy pocos trabajan si no esperan un beneficio personal de sus esfuerzos. La teoría comunista ha sido incapaz de tener en cuenta la condición humana, que hasta donde sabemos, no suele ser altruista, sino más bien, y casi siempre, despiadadamente egoísta. Como dijo alguna vez E. O. Wilson: "El comunismo es una gran idea en una especie equivocada". Tal vez funcione bien con las hormigas. Lo que pasa es que los comunistas creen que la sicología de las personas es una consecuencia de las circunstancias económicas y culturales, por lo que jamás aceptarían que hay una "naturaleza humana" independiente de las estructuras sociales.

Mirando la historia, y también el presente, me parece que los sistemas políticos que mejor funcionan y que mejor han funcionado son los que combinan ciertos ideales socialistas de lucha contra las desigualdades más extremas, en un régimen democrático de garantías liberales. Esas que los comunistas despachaban como despreciables "libertades burguesas", como la libertad de prensa, de expresión, de movimiento o de desarrollo de la propia personalidad, a mí me parecen libertades fundamentales y nada despreciables.

Muchos comunistas me han escrito cartas furibundas a raíz de un artículo que les pareció insultante, y en el que yo aludía al director del periódico Voz. Si reviso mi artículo (como la palabra comunista para mí no es un insulto), lo único insultante que encuentro es la palabra "mamerto". Está bien, para no caer en la descalificación la retiro y no volveré a decirles mamertos a los comunistas ortodoxos de ideas tan pesadas como tanques soviéticos. En todo caso, mi insulto no era nada comparado con los que ellos me dedicaron a mí. Casi todos los que me escribieron se meten con mi papá y no pocos también con mi mamá. Allá ellos. La única respuesta a un hijueputazo es otro hijueputazo, y aquí se los devuelvo, en un eco, para que las paredes decidan quién es más hijo de mala madre que el otro.

Veamos las cartas aparentemente más serias. El director de un importante festival de poesía escribe que yo escupo "sobre el rostro de miles de muertos que lucharon por la democracia y los derechos humanos en Colombia". También me dice que protestar por la guerra (es decir, por las acciones guerreras de las Farc que yo condenaba: secuestros y atentados terroristas indiscriminados) es "como protestar contra los ciclones que afectan las costas norteamericanas". Yo no escupo sobre ningún muerto, ni he ignorado nunca las matanzas de comunistas o defensores de derechos humanos. Acusarme de eso es malévolo. Y dejar implícito que el secuestro es una fatalidad como los huracanes es una tontería igualmente malévola.

La respuesta de Carlos Lozano fue breve y frívola; sólo me dijo que yo lo insultaba, cuando lo único que pedí fue algo muy simple: que los comunistas que se han acogido a la vía democrática y electoral condenen, en la "combinación de todas las formas de lucha", ni siquiera la lucha armada, sino al menos una de sus prácticas: el secuestro. No ha sido posible oír de ninguno de ellos esa simple condena, y ese mismo silencio los descalifica y los condena. No condenar los secuestros que cometen las Farc en Colombia es una vergüenza.

Vengamos a la respuesta más elaborada, la del senador y secretario general del PCC, Jaime Caicedo. Me propone un diálogo, y aquí estoy aceptándolo. Su retórica resulta un poco más actualizada y hasta usa esa corrección política tan de moda de poner entre paréntesis también el género femenino. Menos actual me parece su argumentación sociológica de que los horrores de la guerra en Colombia tienen raíces sociales y económicas. ¿Quién lo niega? Si no existiera la leña de la miseria, no existiría tampoco la mano de obra barata criminal de guerrilleros y paramilitares. Lo que yo digo es que toda la miseria y toda la injusticia colombianas no justifican los miles y miles de secuestros cometidos durante años por las Farc. Lo único que les pido, para poder seguir el diálogo, es que al menos condenen ese crimen abominable. Es lo único que requiero, si quieren que sigamos hablando. Si no condenan esa abominación, entonces francamente creo que no vale la pena. En un régimen liberal ustedes tienen todo el derecho a callar sobre el secuestro; pero también yo tengo el derecho a decir que ese silencio es, para mí, inaceptable. n