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Colombia en la mira

Chávez quiere comprar buena parte de la infraestructura energética del país. ¿Qué implicaciones tendría este negocio?

12 de febrero de 2006

El viernes de la semana pasada, Hugo Chávez se erigió como el autoproclamado líder de América Latina y el Caribe. En la cumbre de 34 jefes de Estado del hemisferio occidental celebrada en Mar del Plata, Argentina, el presidente venezolano mandó al 'carajo' la propuesta de Estados Unidos de crear un área de libre comercio y propuso enviar a la luna al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, en medio de los aplausos de miles de manifestantes antiyanquis. No es la primera vez que la gente le escucha a Chávez frases de este tipo. Ha dicho que va a construir una planta nuclear, que va colocar un satélite en el espacio, que los gringos van a invadir a Venezuela de un momento a otro, que 100 paramilitares colombianos quieren matarlo, que es el sucesor del Libertador Bolívar. Hasta ha hablado de consolidar una gran petrolera latinoamericana que integrará toda la región bajo su mando. De todas esta salidas, algunas folclóricas y mesiánicas, la que menos ha tenido eco es la extravagante idea de una Petroamérica controlada por él. Pero es la menos descabellada. Y ya está bastante avanzada. Desde cuando ganó el referendo revocatorio, en agosto 2004, Chávez se ha embarcado en una cruzada personal por solidificar su liderazgo continental montado sobre el caballo de la estatal petrolera PDVSA. Con el precio del barril a 60 dólares, tiene los bolsillos repletos de efectivo y se dedicó a visitar los países de la región. Inició su recorrido por el Cono Sur y Brasil, y cerró millonarios negocios con el club de la izquierda: Néstor Kirchner, de Argentina; Tabaré Vásquez, de Uruguay, y Lula Da Silva, de Brasil. Después enlazó el Caribe y se convirtió en el surtidor de energía para más de 10 islas. Ahora Chávez le apunta a Colombia. Con el presidente Álvaro Uribe acordó la construcción de un gasoducto que conectará Maracaibo con La Guajira (ver mapa) y se habló incluso de un oleoducto para exportar crudo venezolano a China desde un puerto en el Pacífico colombiano. Ahora Chávez quiere más. Se alista a participar en la subasta de dos activos estratégicos para Colombia como la refinería de Cartagena y, posiblemente, la empresa distribuidora de gas Ecogás, cuyos procesos de venta se iniciarán en dos semanas Normalmente, estas movidas empresariales pasarían inadvertidas. Al fin y al cabo, desde hace varios años los gobiernos han estado vendiendo buena parte de los activos de la Nación e impulsando la inversión extranjera privada. Lo novedoso, en este caso, es que una compañía 100 por ciento estatal como PDVSA, que es la punta de lanza de la política exterior de Venezuela, quiera hacerse a la infraestructura energética del país. Y eso tiene mucha tela por cortar. La campaña libertadora Lo primero que hay que entender es que Colombia es una ficha clave en el ajedrez geoestratégico del vecino. En recientes declaraciones a la prensa argentina, Chávez delineó su visión: "Venezuela cuenta con una fuerte carta petrolera para jugar en el tablero geopolítico y la empleará claramente en los procesos de integración regional. Petroamérica contiene tres plataformas que son Petrocaribe, Petrosur y Petroandina". ¿En qué consisten? Petrocaribe es un acuerdo entre Venezuela y 14 países caribeños donde PDVSA suministrará 185.000 barriles diarios de crudo y productos derivados, a precios de descuento. La Cuba de Fidel Castro es la gran beneficiada: recibirá el 50 por ciento de esta producción, se reconstruirá la refinería de Cienfuegos y será la sede de esta agencia regional. Petrosur es la sombrilla que conjuga varios negocios de Venezuela en Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil. En Argentina adquirió la refinería Rhasa por 100 millones de dólares, dos barcos petroleros por 120 millones de dólares y acordó la construcción de un gasoducto de 1.500 kilómetros por 350 millones de dólares para abastecer seis provincias. Y, de taquito compró 500 millones de dólares de la deuda argentina. En Uruguay invertirá 600 millones de dólares en una refinería y suministrará a descuento un millón de barriles al mes. Con Brasil el asunto es con la estatal Petrobras, y las inversiones ahora sí son de grandes ligas: Chávez y Lula construirán una refinería de 2.500 millones de dólares en el noreste brasileño e invertirán 2.200 millones en el desarrollo de campos en Venezuela y en la construcción de un gasoducto que una los dos países. Con esos éxitos al norte y al sur, el presidente venezolano no podría dejar por fuera sus vecinos bolivarianos y por ello propuso, en la pasada cumbre presidencial de julio en Lima, la creación de Petroandina. Hoy se empiezan a ver los primeros pasos. A Ecuador le suministró petróleo en un momento de crisis para que no quedara mal con sus clientes en el exterior y también, de 'bacán', le compró 250 millones de dólares de deuda externa. La carta tapada Colombia no es ajena a estos coqueteos del nuevo rico del barrio. Pese a la larga y fructífera relación comercial entre los dos países, en materia energética nunca han logrado estrechar sus lazos completamente. La razón no es otra que el poco interés que despertaba Colombia para Venezuela en este campo y el hecho que PDVSA fue operada durante muchísimos años con un criterio más técnico que político. Ahora con Chávez las cosas son a otro precio. Desde el despido de 18.000 empleados de PDVSA por la fracasada huelga de diciembre de 2002, el mandatario venezolano tomó control absoluto de la empresa y la convirtió en su caja menor. Una caja que este año debe facturar más de 80.000 millones de dólares, tres cuartas partes del PIB colombiano. Esta es la chequera con la cual piensa financiar su sueño bolivariano de integración latinoamericana.. Con semejante músculo financiero, embarcarse en proyectos en Colombia es un juego de niños para Chávez. De allí que haya desempolvado el proyecto del gasoducto binacional, una idea que se venía cocinando desde hace varios años, pero que sólo ahora empieza a tomar forma. La semana pasada PDVSA anunció que el gasoducto ya no será de 177 kilómetros como estaba previsto, sino de 300. La construcción costará 320 millones de dólares y permitirá la venta de gas colombiano a Venezuela por unos siete años. Después se invertirá la torta y el gas provendrá del lado venezolano. El negocio para Chávez es redondo. En el mediano plazo podrá suplir la demanda del combustible en el golfo de Maracaibo (las reservas de gas de Venezuela están en el oriente del país) y en el largo plazo, tendrá infraestructura para poder exportar gas a Centroamérica. El otro mercado que Chávez quiere colonizar, a través de Colombia, es el de China. Por ello, ha sostenido conversaciones desde enero con Ecopetrol sobre la factibilidad de construir un oleoducto que salga desde los campos de perforación del golfo de Maracaibo hasta la costa Pacífica colombiana. Una de la opciones es dejarle utilizar algunos tramos de la red de oleoductos que existe actualmente en país y cobrarle un peaje por su uso. La refinería de Cartagena tiene el mismo valor estratégico, especialmente cuando el mayor problema en el mundo es la falta de capacidad de refinación del crudo y es una de las principales causas de que el precio del petróleo esté por las nubes. Construir una nueva refinería toma varios años y cuesta mucho más que los 800 millones de dólares que valdría la ampliación y la modernización de la de Cartagena. Para PDVSA sería una gran ventaja poder procesar allí crudos venezolanos y por ello incluyó la refinería colombiana en su plan estratégico para el período 2005-2012. Lo de Ecogás está más crudo. En parte porque sólo a mediados de noviembre empieza la oferta para el sector solidario por un lapso de dos meses y sólo después se abrirá la convocatoria pública. Aunque el gobierno colombiano no ha recibido manifestación alguna oficial por parte de PDVSA, en círculos bien informados se concibe su probable participación. De hecho, la firma de inteligencia de mercados CG/LA Infrastructure LLC cita en un informe a Chávez diciendo que estaría interesado en Ecogás. Las razones saltan a la vista. Ecogás distribuye el 45 por ciento del gas que consume el país, en zonas tan importantes como Bogotá, el Eje cafetero y Valle, cuya demanda está en crecimiento y por eso hay varios pretendientes. No es claro, sin embargo, qué ventaja competitiva empresarial representaría para PDVSA este negocio. Si hay un interés, este estaría motivado por razones más políticas que económicas: controlar la llave que garantiza el suministro de gas a la capital colombiana. Pros y contras Como todo en la vida, los negocios de Colombia con Venezuela tienen tanto de bueno como de malo. La ventaja para Colombia es que queda interconectada con un vecino rico y con abundantes reservas de hidrocarburos, en momentos en que el país corre el peligro de tener que importar petróleo en cinco años. No es descabellado pensar que de avanzar Petroandina, Colombia se beneficie de crudo venezolano más barato. También es cierto que la opción de exportar gas a Venezuela se puede convertir en una fuente de ingresos importantes para el país. Quizás el mayor beneficio de estos proyectos es que estrechan los lazos de integración con el país vecino. A pesar de que Chávez es un personaje impredecible, es una verdad de a puño que mientras más comercio e intereses comunes haya entre las dos naciones, habrá menos probabilidades de líos o conflictos mayores. Sin embargo, como dicen las abuelas, de eso tan bueno no dan tanto. Hacer negocios con Chávez entraña riesgos. Basta recordar el episodio de la captura del guerrillero Rodrigo Granda, que provocó una crisis diplomática y tuvo repercusiones en el nivel económico, debido a medidas unilaterales del gobierno venezolano. Por esta razón, en las negociaciones sobre el gasoducto colombo-venezolano "Colombia ha buscado blindar la operación del mismo contra actividades políticas", según dijo a SEMANA el ministro de Minas y Energía, Luis Ernesto Mejía. El meollo es que PDVSA modelo 2005 no será necesariamente la misma en unos años, cuando el precio del petróleo baje, disminuya su producción, o las demandas internas de Venezuela obliguen a una reducción de la inversión disponible para el proyecto bolivariano de integración energética. Muchos de los negocios en que se embarcó Chávez pueden quedar colgados de la brocha o a mitad de camino. La pregunta, en el fondo, es si es bueno para Colombia que una empresa estatal extranjera se quede con el cuasimonopolio del transporte del gas y con el control de una de las dos refinerías que tiene Ecopetrol. Otros países les han encontrado peros a operaciones de esta naturaleza. El caso más reciente fue el intento de una compañía petrolera estatal china de quedarse con la gringa Unocal, que desató una ola de nacionalismo empresarial en el Congreso de Estados Unidos e hizo políticamente inviable el negocio. La preocupación estaba en el hecho de que esa empresa era controlada por el gobierno de Beijing y que su interés iba más allá del puramente comercial. Lo mismo ocurre con la PDVSA chavista, que maneja una lógica más política que empresarial. Como lo dijo recientemente el ex presidente de esa empresa Luis Giusti (ver entrevista), "aunque hubo presiones políticas en el pasado, siempre fue dirigida con criterios de una empresa privada. Ahora es parte del Estado y está siendo muy mal manejada. Hemos retrocedido 20 años". El dilema para el gobierno colombiano es que no puede impedirle a Chávez o a algún otro participar en los procesos de venta una vez abiertas las convocatorias. Ni tampoco parece estar interesado en hacerlo de dientes para afuera. Al fin al cabo, en estos negocios, en teoría debe ganar el mejor postor, independientemente de su motivación. Sin embargo, en el caso de Ecogás, por tratarse de una pieza clave de la infraestructura energética, el tema sí cruza la línea empresarial, dados sus tintes políticos y su importancia estratégica. En cuestiones de seguridad nacional la plata no lo es todo. Si la apuesta de Chávez en Colombia se materializa en los próximos meses, no sólo habrá consolidado su sueño bolivariano. También quedará demostrado que no hay nada más peligroso que un caudillo 'revolucionario' con una billetera repleta de petrodólares.